Vocaciones

Miguel Brugarolas: «En el Evangelio no encontramos ninguna invitación a encerrarse»

Los múltiples frentes en los que se desarrolla la vida y el ministerio sacerdotal en la actualidad se combinan con una imagen, en muchos casos, desgastada o ignorada.

Maria José Atienza·16 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos
Miguel Brugarolas

La vida de un sacerdote católico no ha sido fácil en ningún periodo de la historia, tampoco lo es en la actual. Los sacerdotes asumen que su ministerio no será fácil, por circunstancias diversas, y en esta labor, la tarea de la formación continua, la actualización en los campos de la pastoral y el cuidado de a vida de oración son claves para responder a las demandas que la Iglesia y la sociedad plantean a los sacerdotes de hoy.

En este sentido, como destaca Miguel Brugarolas, Doctor en Teología Sistemática por la Universidad de Navarra y director de las Jornadas de Actualización Pastoral que se han desarrollado en este centro académico a finales del mes de septiembre, la «línea roja» de la mundanización «es siempre el pecado, que es lo único que nos separa de Dios».

Si hay una figura cuestionada en las sociedades occidentales, ésa es la del sacerdote católico ¿Cómo sobrellevar, espiritual y también psíquicamente, un entorno más o menos hostil?

– La sociedad occidental bajo el lema de diversity, equity and inclusion y bajo una apariencia de tolerancia es intransigente con cualquier pretensión de verdad o fundamento trascendente de la vida. No solo la figura del sacerdote, sino toda identidad y todo modo de vida –como la familia, la educación y otras instituciones– que proponga una verdad y un bien universal sobre el hombre y el mundo, ajenos a las reglas ideológicas de turno y a los sistemas de poder, es rechazada de plano.

Esto es así y hay que contar con ello para no crearse falsas expectativas, situarse bien e involucrarse en las cosas que valen realmente la pena. Pero tampoco creo que haya que detenerse demasiado en las adversidades del ambiente. Las dificultades contra las que podemos luchar siempre porque dependen directamente de nosotros son las interiores.

Así las describieron hace años San Pablo VI y San Juan Pablo II: “la falta de fervor que se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación al ambiente y el desinterés, y sobre todo en la falta de alegría y esperanza” (Evangelii nuntiandi, 80; Redemptoris missio, 36). Y también ha insistido en ello el Papa Francisco: “los males de nuestro mundo no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor” (Evangelii gaudium, 84).

¿No cree que existe el peligro de replegarse en un ámbito de seguridad que lleve al raquitismo apostólico?

– Si miramos al Evangelio, no encontramos ninguna invitación a encerrarse; al contrario, Cristo nos invita a “remar mar adentro”, duc in altum! Toda vocación cristiana, y la del sacerdote, por ser sacerdote, de modo especial, es esencialmente apostólica y siembra en el alma el deseo de abrirse a los demás. La dinámica contraria, la de replegarse en uno mismo, es la propia del pecado, que nos aísla; así funciona la soberbia, el egoísmo, la impureza, etc.

También la especial vocación divina de quienes se separan del mundo para vivir en la clausura de un monasterio es esencialmente apostólica y no repliega el corazón, sino que lo dilata para que quepa en él el mundo entero. En este sentido, tenemos el precioso ejemplo, por decir uno, de Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones.

También se podría contestar a esta pregunta con una expresión que, en otro contexto, utiliza Pedro Herrero y que aquí adquiere un valor inspirador: quien cree, crea.

Al mismo tiempo, en el afán de hacerse al mundo, ¿dónde marcamos las líneas rojas?

– Cuando el cristiano habla del “mundo” distingue entre el mundo como lo opuesto a Dios, lo mundano, el pecado; y el mundo como realidad a la que Cristo fue enviado y en la que han sido puestos los apóstoles y todos los discípulos para santificarla y santificarse en ella.

Por eso, los cristianos amamos el mundo como el lugar propio de nuestra santificación y tenemos una visión muy positiva de él. Dios lo ha puesto en nuestras manos para trabajarlo, para transformarlo con el Espíritu divino que actúa en nosotros, para ser fermento en toda la masa. Este es el mundo que al final será transformado en los cielos nuevos y la tierra nueva.

Viviendo así no se cae en la mundanidad, porque se trata de poner a Cristo en la cumbre de todas las realidades humanas.

La línea roja es siempre el pecado, que es lo único que nos separa de Dios. Antes morir que pecar es el primer propósito de una vida cristiana auténtica. Así han vivido los santos.

Las sociedades occidentales son sociedades envejecidas, no sólo en el plano físico, sino también en los impulsos y el ardor, en este sentido, cuando hablan de mantener joven el espíritu sacerdotal. ¿Constatamos que, en ocasiones, se ha «endurecido» o «envejecido» esta vida sacerdotal?

– La juventud en su sentido más profundo es una condición que no tiene tanto que ver con la edad, como con la disposición personal para aventurarse en proyectos de amor y de entrega que valgan la pena o, mejor dicho, que valgan la vida entera.

De hecho, uno de los dramas que hoy constatamos es la cantidad de personas que en el mejor momento de sus vidas están ya de vuelta de todo. Quien no tiene un amor que conquistar o no sabe luchar por algo más allá de sí mismo, ese ha perdido la juventud y está malbaratando sus mejores capacidades.

El sacerdote, en cambio, ha conocido personalmente el amor de Dios y en su ministerio lo palpa de un modo extraordinario. Los sacerdotes tienen el mejor motivo que puede existir para levantarse cada mañana: ¡traernos a Dios y llevarnos a Él! Claro que todos sufrimos el desgaste del tiempo y la fragilidad de nuestro querer. Nadie vive mucho tiempo de experiencias pasadas, por eso el problema del amor es el tiempo. Pero con Dios las cosas se renuevan cada día. La clave está en conquistar ese amor cada día. Qué exceso de vida manifiesta la fidelidad en el amor.

¿Cómo pueden, los fieles, ayudar a nuestros sacerdotes en el día a día?

– El pueblo cristiano siempre ha querido y ha rezado por sus sacerdotes. La oración es lo que nos sostiene a todos, y el cariño –que si es auténtico será siempre humano y sobrenatural– lo necesitamos porque convierte en amable la superficie un poco áspera que a veces la vida nos presenta, pero, sobre todo, porque nos ayuda a ver las cosas desde la perspectiva acertada. Solo vemos bien a las personas y a las circunstancias que las envuelven, cuando en nuestra mirada ponemos cariño.

Por otro lado, hay personas que parecen empeñadas en quitar credibilidad a la figura del sacerdote y restarle confianza, ofreciendo en ocasiones una información injusta o sesgada sobre quiénes son realmente los sacerdotes.

Creo que hoy es muy necesario dar a conocer buenos ejemplos de sacerdotes y ofrecer noticias positivas sobre el inmenso trabajo que hacen desde el silencio de su vida normal. Urge más que nunca mostrar la belleza y la santidad del sacerdocio, porque cuando a la gente se le priva de la confianza en sus sacerdotes, en realidad, se le está privando de algo muy necesario: los sacerdotes son quienes Dios ha puesto a nuestro lado con la especial misión de cuidarnos, alentarnos y guiarnos por el camino que todos hemos de recorrer para llegar al Cielo.

Luego hay un sinfín de acciones concretas que podemos emprender en beneficio de los sacerdotes. Por ejemplo, en nuestra Facultad de Teología se forman cada año más de doscientos seminaristas y sacerdotes de los cinco continentes, gracias, en buena medida, a muchas personas que apoyan generosamente sus estudios a través de fundaciones como el Centro Académico Romano Fundación (Carf).

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