Hay algo extraordinario en la pequeña iglesia doméstica que forma la comunidad Desvio da Barra do Dande. En primer lugar, está situada en Bengo, una de las dieciocho provincias en que se divide Angola, país situado en la costa occidental del sur de África.
Además, está literalmente diseminada en un diámetro de treinta kilómetros alrededor de una obra que esconde un sueño: la construcción de un nuevo puerto que, se espera, debería levantar las malas condiciones de una población que lucha con un nivel de vida bajo, rayano en la pobreza. Para no dejar escapar este sueño, miles de personas han decidido irse a vivir alrededor de las obras y empezar a trabajar con los contratistas.
Verdadera comunidad de fe
En poco tiempo tomó forma una verdadera comunidad de fe, con una parroquia, la dedicada a la Sagrada Familia, y diez capillas diseminadas por el vasto territorio. El padre Martino Bonazzetti, misionero de origen italiano y miembro de la Sociedad de Misiones Africanas (SMA), llegó aquí hace unos meses.
El religioso, junto con otro religioso, se encarga de animar a toda la comunidad y de que no falten los sacramentos y la evangelización. “No es fácil, pero lo intentamos con todas nuestras fuerzas”, confiesa el misionero, que destaca lo complicado que es gestionar una parroquia y diez capillas separadas incluso por unas horas de camino: “Son, de media, siete kilómetros, cuatro de asfalto y tres de tierra. Y aquí sólo podemos contar con algunos medios comunes o con el llamado Caballo de San Francisco, es decir, nuestras piernas”.
La alegría de ser cristiano
Cuando los dos sacerdotes no pueden ir a todas las capillas, los catequistas se encargan de ello. “Cada comunidad adscrita tiene uno. Si no hay celebración, el catequista dirige una sencilla oración meditando la Palabra de Dios», dice el padre Bonazzetti. Y es emocionante saber por sus palabras que los habitantes de Desvio da Barra do Dande hacen todo lo posible para no perderse el oficio dominical celebrado en la parroquia de la Sagrada Familia: «Tardan hasta una hora andando en llegar. Y en sus ojos se ve la alegría de ser cristianos”.
Esto también se nota en la intensidad con la que cantan, añade el sacerdote: “Aunque sólo sean cinco en la misa, cantan igual. Y cuando les oyes cantar, no puedes evitar exclamar: ¡estos sí que son felices!”.
Aún más familia
Aunque acaba de llegar a Bengo, el padre Bonazzetti tiene un deseo en el corazón: acercar aún más esta pequeña iglesia doméstica creando relaciones más estrechas y familiares. “Es un intento”, dice, “de hacer que, en cada casa, a su vez, podamos rezar todos juntos. Esto significa que, si no puede haber celebración eucarística, ese domingo los fieles pueden reunirse a rezar y meditar en casas vecinas”.
Como en una gran familia, donde las vocaciones aumentan exponencialmente: “Los candidatos al sacerdocio -dice el misionero- son tantos que no podemos admitir a todos.