El cardenal Lazzaro You Heoung Sik, procedente de Corea, fue designado por Francisco Prefecto del Dicasterio para el Clero en 2021. Es una persona jovial, que irradia afecto y simpatía. En la conversación informal que rodeó a esta entrevista con Omnes en Roma, se definió como un “tifoso” (partidario entusiasta) de los sacerdotes. Pocas expresiones señalarían mejor lo que se desea en quien desempeña esa tarea.
Hace algo más de un año llegó usted a este Dicasterio como Prefecto. ¿Qué significado tiene el nombramiento de un obispo coreano para esta tarea?
—Es la primera vez que un coreano es nombrado Prefecto de un Dicasterio de la Santa Sede. Lo entiendo como un don recíproco. No es que yo como persona tenga mucho que dar, pero querría ofrecer mucho. A la vez, es para mí un enriquecimiento.
Permítame que al comienzo de esta entrevista recuerde algo que el Santo Padre ha escrito a los periodistas en su Mensaje para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales de este año: que lo importante es “hablar con el corazón”. Si se habla desde el corazón, llega lo que se dice, porque el corazón asemeja al Señor. Con el corazón, vale; sin el corazón, no vale. Por eso, atendiendo al mensaje del Papa Francisco, y para ponerlo en práctica, procuraré hablar desde el corazón.
¿Cómo se está poniendo en práctica Praedicate Evangelium en el Dicasterio?
—La Constitución Apostólica Praedicate Evangelium ha reformado la Curia romana. El Papa la preparó desde el inicio de su pontificado; ya en abril de 2013, transcurrido poco más de un mes desde el inicio de su pontificado, formó el Consejo con los ocho cardenales de continentes diversos, y estudió toda la vida de la Iglesia juntamente con ellos; así es la Iglesia en modo sinodal. Además, es significativo que esos cardenales son pastores en sus respectivas diócesis; por tanto, la Constitución está hecha por pastores, lo cual es muy importante. Quizá los expertos puedan hacer alguna observación desde el punto de vista del Derecho Canónico, pero se trata de un texto elaborado desde la perspectiva pastoral.
En la Constitución, el Papa ha querido poner la evangelización en el primer plano, y por eso el Dicasterio para la Evangelización figura en primer lugar. Eso significa que la primera tarea en la Iglesia es anunciar la Palaba de Dios, la buena nueva; es algo muy bello. La buena nueva la anunciamos con el testimonio; sin él no hay evangelización. Y, a continuación, enseguida viene la Caridad, que en Praedicate Evangelium se ha convertido en el tercer Dicasterio, el del Servicio de la Caridad.
Esto es lo que tenemos que hacer también nosotros, los sacerdotes, los pastores: es necesario anunciar la Palabra, y eso requiere que siempre vivamos la Palabra, y con ella pongamos en práctica la Caridad, un amor recíproco y concreto. Por eso, en el Dicasterio para el Clero es importante formar sacerdotes según Praedicate Evangelium. No es una tarea para un solo día, sino una visión, un camino que hay que recorrer hacia adelante, comenzando por nosotros, por mí mismo: yo soy la primera persona que debe convertirse.
¿Cómo trabaja el Dicasterio?
—Como usted decía, llevamos aquí todavía poco tiempo, y varios de los responsables del Dicasterio son nuevos. Nuestra preocupación principal no es cambiar las estructuras de este Organismo, sino poner el alma y el corazón en el trabajo cotidiano. Sin corazón no se puede avanzar. Esa es nuestra tarea.
Y procuramos hacerlo en colaboración entre nosotros; así, tenemos que encontrar una visión del Dicasterio, y lo estamos haciendo con ayuda de la escucha a todos los Miembros y a los Consultores, entre los que hay expertos en los diversos campos, procedentes de varios países.
Nuestra relación con los demás Dicasterios es asimismo de colaboración: nuestro trabajo es un trabajo hecho en equipo.
No olvidamos que nuestra tarea es un servicio a las Iglesias locales. Ha sido una característica de la Santa Sede desde siempre, pero ahora el Papa ha subrayado aún más que nuestro papel consiste en servir a las Iglesias locales y a los obispos y sacerdotes de todo el mundo. Estamos para servir, no para ordenar, vigilar o controlar. Lo perciben los obispos que vienen aquí por cualquier motivo: se encuentran bien, porque se sienten muy queridos.
Una novedad es la competencia del Dicasterio sobre las Prelaturas personales. ¿Cómo es la relación con la Prelatura del Opus Dei?
La competencia sobre la Prelatura personal nos ha llegado a nosotros, y la hemos recibido con gran alegría. Con el Opus Dei hemos tenido muchos encuentros y reuniones.
Esta tarea nos recuerda que todos somos para el Señor, somos para la Iglesia. Por eso, abramos el corazón. Hablemos. Escuchémonos recíprocamente. Veamos los asuntos, y lleguemos juntos a donde Dios quiera. El Espíritu Santo nos llevará adelante. Así se lo he dicho a los miembros de la Prelatura, y ellos estaban contentos de escucharlo.
El pasado mes de noviembre ordené a veinticinco diáconos de la Prelatura del Opus Dei. Fue muy bonito. Cuando se acercaba la fecha, les dije: para ordenar a estos seminaristas, quiero conocerlos antes; y les pedí que vinieran a verme. Estuvimos hablando alrededor una hora, conociendo la historia de cada uno de ellos. Uno era ingeniero, otro profesor, o periodista, o médico… pero con la llamada al sacerdocio todo cambió; se encontraron con el Señor y cambió el rumbo. ¡Qué bonito es esto! También después de la ordenación estuvimos juntos, en un ambiente muy familiar.
Una de sus tareas es ocuparse de los sacerdotes, en lo referente a su persona y a su ministerio pastoral. ¿No es hoy una gran responsabilidad?
—El Papa Francisco ha observado que estamos en un cambio de época, tanto en la Iglesia como en la sociedad misma. Después de haber hablado mucho con él, pienso que lo importante es que nos preguntemos: ¿qué Iglesia quiere Dios ahora? Y, dado que el sacerdocio es un servicio en la Iglesia, en ese contexto, ¿qué sacerdotes son necesarios en ella?
Ahora bien, como el sacerdote no cae del cielo, sino que hace falta formación, debemos preguntarnos, ¿cómo formar a ese sacerdote? Finalmente, de ahí resultará la posibilidad de encontrar las vocaciones, de manera que la pregunta continúa: ¿qué Iglesia, qué sacerdotes, qué formación, qué vocaciones?
Yo estoy convencido de que tenía razón el Papa san Juan Pablo II cuando afirmaba en Tertio millennio adveniente que la Iglesia es casa y fuente de comunión. Francisco añade que es sinodal, porque caminamos juntos. A su vez, caminar juntos significa que uno vive la Palabra, pues en caso contrario no puede caminar con los demás. Vivir la Palabra es muy importante, porque es una exigencia derivada del hecho de que somos cristianos. Al hablar de la Iglesia sinodal el Papa se refiere precisamente a esto. Ya en Evangelii Gaudium subraya la importancia de la Palabra, y en efecto, ha instituido la celebración anual del Domingo de la Palabra de Dios.
Jesús dice que quien vive la Palabra y la pone en práctica construye la casa sobre roca, y quien no la pone en práctica construye sobre arena. La Palabra nos lleva al amor; quien pone en práctica la Palabra va hacia los demás, y su vida se convierte en amor recíproco.
Entendemos el sacerdocio en referencia a Jesús, que es siempre sacerdote, pero lo es de modo particular cuando muere sobre la Cruz. Cuando se acercaba la muerte, el Señor se sentía abandonado por Dios, porque no se manifestaba como Padre (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), y por los hombres, que primero claman “Hosanna” y luego gritan “Crucifícalo”. Allí, entre el cielo y la tierra, cuando Jesús sufre el dolor más grande, su muerte nos abre el paraíso. Cuanto mayor es el dolor de Jesús, tanto mayor es la gracia para la humanidad. Él mismo se convierte en sacrificio, en verdadero sacerdote. Yo concibo mi sacerdocio en la cruz.
Cuando me ordenaron sacerdote, mi padre espiritual me dio esta cruz [la enseña], y me dijo: éste es tu esposo, vive toda tu vida como entre esposo y esposa, no importa quien vence, ponte siempre bajo el otro, bajo el esposo. El Papa quiere que nos escuchemos, que participemos juntos, que con la ayuda del Espíritu Santo discernamos lo que Dios quiere; no sólo la Iglesia, sino cada comunidad, cada diócesis, cada movimiento.
¿Cómo se está aplicando en la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, el documento básico para la formación de los sacerdotes?
—La Ratio Fundamentalis es un instrumento muy importante.
En el Dicasterio somos conscientes de que las circunstancias no son iguales en todos los países, y comprobamos que las situaciones son distintas, e incluso dentro de una nación como la española hay diversidad en las diferentes diócesis. Por eso es necesario preparar las pautas de formación necesarias para cada lugar, aplicando los principios generales de la Ratio Fundamentalis concretada en la Ratio nationalis.
Es cierto que, en cada diócesis, el principal responsable del seminario es el obispo; pero junto a él también son responsables los formadores, los seminaristas, las familias, el Pueblo de Dios: todos han de caminar juntos. También el seminario camina como Iglesia sinodal. Si el obispo actuase solo, o el rector del seminario, entonces estaríamos ante un síntoma de que las cosas no van bien.
Vemos que actualmente están disminuyendo mucho las vocaciones. Antes no era raro encontrar seminarios con ciento cincuenta o doscientos seminaristas, o incluso más, mientras que ahora muchos tienen solamente cinco, diez o quince. ¿Cómo pueden ir adelante estos seminarios?
¿Y en España, donde está en curso una visita a todos los seminarios?
—También en España hubo épocas anteriores con seminarios abundantes de vocaciones de candidatos al sacerdocio. ¡Cuánto ha contribuido la Iglesia en España a la evangelización! ¡A cuántos lugares del mundo ha llevado la fe! ¡Ha sido una ayuda bellísima, también para los seminarios! En cambio, ahora, ¿cuántos seminaristas hay?
Debemos reconocer que es difícil formar bien a la vida sacerdotal si solamente se cuenta con diez o quince seminaristas; es un desafío actual contar con un buen número de vocaciones sacerdotales, tener los formadores necesarios, conseguir que los seminarios puedan mantenerse en lo económico, hacer que sea posible la vida comunitaria. Es difícil a pesar del buen deseo, de un deseo santo de crecer. Por eso hemos pedido a los obispos españoles que lo estudien, y ellos mismos nos han dicho que conviene hacerlo.
Para ser sincero, debo decir que algunos obispos no son capaces de hacer esto. Por ese motivo, se ha previsto la visita apostólica a la que Usted hace referencia, esperando que en el futuro los seminarios puedan crecer de nuevo.
Se han enviado a las personas adecuadas para la visita que está teniendo lugar en estas semanas, y han sido enviadas para que conozcan la situación de cerca. No todos los obispos españoles están convencidos de su necesidad, pero, tomándolos en consideración, les he dicho que hagan sus propias propuestas, para que podamos estudiarlas.
Entonces, ¿se prevé el cierre de algunos seminarios españoles?
—No necesariamente. Es cierto que, si fuese conveniente crear un seminario interdiocesano, para ello habría que cerrar algún seminario diocesano, pues de otro modo sería imposible, pero la visita no va dirigida a cerrar seminarios.
Los visitadores, una vez concluyan su labor, verán todo con los obispos y pensarán juntos, en su caso, qué seminarios concretos convendría cerrar o reorientar; y al final, será el Papa quien decida, después de un atento discernimiento de todas las propuestas.
Por nuestra parte, estamos siempre dispuestos a servir. Es importante entender que la tarea de fomentar las vocaciones es responsabilidad de todos, así como formar a los candidatos al sacerdocio. Para avanzar, todo debe hacerse en la clave de la Iglesia sinodal.
Por todo ello, pienso que la visita está constituyendo un momento de gracia para todos nosotros, para los obispos, los seminaristas y comunidades cristianas. El primer momento puede ser un momento de dificultad y de sufrimiento, pero para el futuro será un momento de gracia.
¿Son frecuentes visitas de este tipo a los seminarios?
—Sí, desde luego. Hay, o ha habido, otras visitas de esta naturaleza en otros países, ya sea a todos los seminarios del país o a los de determinadas provincias o regiones.
No olvidemos que la finalidad última de formar sacerdotes es procurar que haya buenos pastores, y para este fin hay que poner todos los medios, porque es un trabajo importantísimo, y es labor de la Santa Sede animar esa tarea formativa de los seminarios.
Los datos indican un descenso del número de seminaristas en el mundo. ¿Cómo ven desde Roma la evolución de las vocaciones?
—Efectivamente, en general, el número de seminaristas está descendiendo mucho en todas partes, y son muy pocos los lugares donde aumenta. Un primer factor importante es que hay pocos niños, y menos familias cristianas.
En segundo lugar, hay que alentar a los sacerdotes a que sean buenos pastores. Un sacerdote es un buen pastor cuando se asemeja a Jesús: ese es un testimonio necesario, que mueve.
Cuando hay alrededor de los sacerdotes una comunidad viva y bella, surgen también abundantes vocaciones.
Tenemos que volver siempre a la comunidad primitiva, que se alimentaba de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, se amaban unos a otros, compartían todo…: este es el ejemplo de una Iglesia que es comunión, que es una verdadera comunidad.
¿Están los sacerdotes bien repartidos en las zonas donde son necesarios?
—La distribución más adecuada de los sacerdotes se realiza de varias maneras.
Pienso, por ejemplo, en los sacerdotes que se trasladan Fidei donum a otros países, con la necesaria inculturación, puesto que han de conocer e integrarse en la mentalidad del país, aprender a convivir con las personas que se encuentran allí, etc. Eso no siempre es fácil, pues requiere anteponer, a la propia mentalidad y tradiciones, la cultura del nuevo lugar al que se llega y el anuncio del Evangelio.
Para nosotros los sacerdotes, y para los seminaristas, es muy importante tener espíritu misionero. En los cinco años en que fui rector del seminario, y en los dieciocho que fui obispo de la diócesis -por tanto, durante veintitrés años- le hacía esta pregunta a cada seminarista: ¿estás dispuesto a ir a cualquier lugar del mundo? Algunos decían que les costaba porque no soportaban el frío, o el calor, o lo que fuera; y alguno decía que sí porque le gustaba viajar. ¡Pero no es para hacer un viaje, es para toda tu vida!
Tienes que querer que tus huesos reposen allí; tu tumba debe estar allí. Luego todos ya decían que sí, que estaban dispuestos a ir donde hiciera falta por Jesús, por la Iglesia. Todavía muchos me lo recuerdan: ¡Usted nos decía que teníamos que estar preparados para ir a cualquier lugar! Sí, cierto, uno que se sienta llamado a ser sacerdote tiene que estar preparado para asumir esta actitud misionera.
Por su mesa de trabajo pasan también datos sobre situaciones difíciles. ¿Qué causas provocan las crisis vocacionales?
—Los motivos pueden ser muy variados.
Una de las dificultades existentes es el problema de la soledad: hay sacerdotes que se sienten solos.
El seminario no es sólo una institución para formar futuros sacerdotes, sino que es la comunidad de los que siguen a Jesús. Jesús te ama, y tú te conviertes en discípulo de Jesús. Procuras vivir la Palabra, y en torno a la vivencia de la Palabra se forma esa comunión. Todo en la vida del seminario y durante el tiempo que dura la formación, debe ser una vida comunitaria.
Sin embargo, una vez que se es sacerdote, ¿qué sucede? Que, si se abandona el sentido de la vida comunitaria o presbiteral, si se descuida la meditación, si no hay vida de adoración, si el breviario comienza a fallar, si me dejo llevar por las prisas para trabajar, si desaparece la confesión, si descuido el rosario y la Misa, si el sacerdote se acuesta tarde, se queda hasta la media noche ocupado con el ordenador y se levanta muy tarde… ¿dónde está la vida adecuada? Así el sacerdote difícilmente sentirá la alegría del Evangelio y caerá en el sentimiento de soledad y de decepción. En esas condiciones es lógico sentirse solo.
En medio de tanta actividad, ¿Qué lugar tiene la vida espiritual de los sacerdotes?
—Como le decía anteriormente, hace falta cuidar ese aspecto comunitario del sacerdote: que el presbítero busque a otros sacerdotes, cuide las relaciones, fomente la comunión, acuda a la confesión, etc. Sin esto, también es difícil tener una vida espiritual sólida, a pesar de las muchas ocupaciones.
Por ejemplo, ahora estamos muy ocupados con el teléfono móvil y con las posibilidades del mundo digital, que en sí son buenas, pero… ¡Oh, es terrible!
Realmente hay que mantenerse despierto, no dormirse, buscar a Dios con todas las fuerzas, estar en Él, y también ayudarse recíprocamente.
Hace pocas semanas di un retiro espiritual a unos cincuenta sacerdotes; ha sido muy enriquecedor, y hablé personalmente con los que me lo pidieron, que fue un grupo numeroso.
Muchos me hablaban de sus actividades en la parroquia, y cómo a veces han de emplear demasiado tiempo trabajando en asuntos relacionados con la administración, en detrimento de su tarea más directa como pastores. Pero, ¡hay tantos laicos que podrían ayudar en esas tareas! Y el sacerdote podrá actuar más como pastor.
La soledad, o el mucho trabajo, ¿inciden en la afectividad?
—Para el celibato es muy importante una afectividad equilibrada. ¿Cómo hacer para alcanzar esa madurez? No es fácil, pero hay que cultivar el camino que nos lleva a la madurez humana, junto con la vivencia de la Palabra.
Una persona no está nunca sola si busca vivir en Dios. Nuestro Dios no es soledad, es Uno y Trino. Y nosotros no podemos vivir solos, tampoco humanamente.
Otro aspecto de la formación es el aspecto cultural e intelectual.
—La lectura y el estudio son muy importantes para un sacerdote. Antes de ser rector del seminario, durante cuatro años fui también profesor del seminario mayor, y lo seguí siendo también después.
Pues bien, advertí que cuando alguien decía “basta” a la vida intelectual, todo el tono general de su vida disminuía. No se trata necesariamente de saber mucho, sino de alcanzar una sabiduría que viene de Dios, y para eso hay que formarse bien y estudiar.