Un año grande. Así califican en Obras Misionales Pontificias este 2022. Y no es para menos. Diversas celebraciones y aniversarios coinciden en este año: el 3 de mayo se cumplen el 200 aniversario de la fundación de la Obra de la Propagación de la Fe, germen del Domund, el primer centenario de la creación de Obras Misionales Pontificias -—tras asumir el Papa Pío XI las iniciativas misioneras de Propagación de la Fe, Infancia Misionera y San Pedro Apóstol— así como de la primera publicación de Illuminare, la revista de pastoral misionera.
A estas celebraciones se suman los 400 años de la canonización de san Francisco Javier, patrono de las misiones, y otros tantos de la institución de Propaganda Fide, la actual Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que nació el 12 de junio de 1622. Todo ello unido a la beatificación de Paulina Jaricot, fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe.
Dentro de las Obras Misionales Pontificias, esta coincidencia de fechas resuena como una especial llamada a volver a las raíces y conocer “cómo nació esta historia apasionante, que dio muchos frutos y que tiene que seguir dándolos”, en palabras del director de Obras Misionales Pontificias en España, José María Calderón.
Este es un año singularmente marcado y especial para las Obras Misionales Pontificias. ¿Cómo se está viviendo, en OMP, interior y exteriormente este 2022?
—Para nosotros es unan gran oportunidad que Dios nos ha dado. Ahora se habla mucho de reformas y, a veces, parece que reformar es tirar todo lo anterior y construir algo nuevo completamente. Eso no es la reforma en la Iglesia. Teresa de Jesús decía que la reforma es volver a las fuentes. Interiormente, el presidente internacional de Obras Misionales Pontificias, Mons. Dal Toso, está insistiendo mucho en ése volver a la raíz, a las fuentes de nuestra misión en la Iglesia.
Estos centenarios nos invitan a mirar a los fundadores, y a quienes empezaron esta tarea, para ver qué hemos perdido de eso que ellos querían y para lo que fueron inspirados por el Espíritu Santo. Una oportunidad para considerar qué puntos hemos de volver a hacer nuestros para recuperar el carisma originario, lo que el Señor quiso dar a la Iglesia en aquel tiempo, porque sigue siendo actual.
Eso no significa volver a los métodos de entonces. Gracias a Dios, hoy tenemos otros. Cuando la Iglesia “se adapta” al mundo, no quiere decir que se olvide del Evangelio -—que es donde está la clave— sino que mira al Evangelio y, con mucha honradez, lo aplica a la situación que nos toca hoy.
Exteriormente no vamos a hacer nada especialmente extraordinario. Sí que es verdad que todo lo que hacemos normalmente tendrá presente este tema. Queremos que nuestro trabajo ordinario tengan como fondo estos centenarios y se ayude así a quienes trabajan para la misión a que conozcan las raíces, cómo nació esta historia apasionante, que dió muchos frutos y que tiene seguir dándolos.
Considerar todo lo que se hizo hace tantos años, ¿puede llevar a una idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”? ¿Siguen igual de vivas hoy las misiones?
—Si la misión no continuara viva hoy, no tendría sentido la Iglesia, porque la Iglesia nació para la misión. Si la Iglesia no evangeliza, ¿para qué está?
En Eclesiología se estudia que los fines de la Iglesia son la santidad de sus miembros y la evangelización de los pueblos. Si quitamos esto último, la Iglesia ha perdido su sentido. De hecho, creo firmemente que uno de los grandes peligros de la Iglesia del siglo XXI es perder el afán apostólico, la falta de entusiasmo por llevar a Jesucristo a los demás.
Nos hemos amodorrado, nos hemos quedado encerrados en nosotros mismos, en eso que el Papa Francisco denomina autorreferencialidad.
Pero no, la Iglesia no lo ha perdido; muchos cristianos, sí. Muchos cristianos han perdido el entusiasmo evangelizador y cuando digo cristianos incluyo a todos los cristianos. Ahora bien, la Iglesia no puede perderlo como esencia, porque es lo suyo, es su naturaleza, está en su ADN. Si la Iglesia no quiere que los hombres conozcan a Cristo, cerramos el garito y nos dedicamos a otras cosas.
No sé si cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no lo viví. Vivo el presente y me importa muy poco si el pasado fue mejor o peor, porque éste es el tiempo en el que Dios me ha puesto y éste es el tiempo en el que nosotros vivimos.
Podemos compararnos con épocas anteriores y habrá cosas mejores, sin duda, y cosas peores, sin duda. Esconder mis limitaciones en lo que fue el pasado no me ayuda en nada, más que en vivir de la nostalgia.
Además de todo esto, creo firmemente en Dios y en el Espíritu Santo, por lo cual, si Dios me ha puesto en esta época, también me da la gracia para vivirla.
Si la Iglesia está en el mundo de hoy, tal como es, nos está dando la gracia para que vivamos fieles y cumplamos su voluntad.
Si Dios está conmigo, ¿a quien temeré? Yo siempre digo que estoy en el equipo vencedor, porque estoy en el equipo de Cristo y Cristo ha vencido. No es que vaya a vencer; es que ya venció en la cruz y en la resurrección. Quizás su victoria no se ve del todo, pero yo estoy en ese equipo, aunque haya momentos en los que me hace pasar por la cruz, de dolor e incertidumbre.
En esa pérdida –o ganancia– del afán misionero, ¿podemos caer en dos tentaciones contrapuestas: la de un fervor llevado al extremo, sin apertura al diálogo o, por el contrario, la del “todo vale” y mejor no “meternos en líos”?
—Esos extremos están ahí y siempre han estado. El Papa Francisco, de hecho, denuncia estas dos cosas.
Para mí, la indiferencia es más grave. Creo que el grave problema del ambiente generalizado en los cristianos es el decir “yo no soy quién para dar criterio” y, por lo tanto, somos más conformistas y estamos aceptando cualquier cosa porque “no nos influye”. Pero también es verdad que existe el rigorismo, y esto no es ser Iglesia tampoco.
Lo que sí me niego a decir es que proselitismo mal entendido es lo que han hecho los misioneros en África o en América, como Comboni. Eso es llevar a Jesucristo en el alma y contagiar ese amor y esa fe en Jesucristo.
Si un cristiano no contagia es que no vive su fe, porque la fe se contagia. La fe es el mayor tesoro que tenemos. Cuando uno lo vive enamorado, se nota. Cuando se vive como un fastidio, no se es capaz de mover a nadie.
El peligro está en pactar con la mediocridad, con ese “todo el mundo se salva…”. ¿Es eso compatible con las palabras que dice Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará”? Yo voy a intentar que mucha gente conozca a Cristo y se enamore de él porque ¡qué tristeza una vida sin Jesús!
Las misiones son valoradas positivamente por cristianos y no cristianos, pero quizás más como a una ONG. ¿Caemos en esta concepción incluso dentro de la Iglesia?
—Esto es un error. La misión no es hacer labor social, es llevar a Jesucristo, es transmitir la fe, no es transmitir valores.
Los valores los transmite el gobierno -—que es el que tiene que promover valores cívicos, de fraternidad, solidaridad, etc—, esos valores comunes, humanos. La Iglesia tiene otros valores que van mucho más allá que esos valosres humanos y se resumen en las tres virtudes cardinales: fe, esperanza y amor. Amor que es la capacidad del perdón de la misericordia.
El Estado no tiene misericordia, nosotros sí, porque somos cristianos.
Es verdad que cuando uno va a un sitio a evangelizar y ve que pasan hambre, no puede sentir indiferencia ante el hambriento, porque Cristo también dice: “Tuve hambre y me disteis de comer”. Por lo tanto, no podemos sentarnos en el comedor a comer viendo que tengo un pobre en la puerta.
El misionero, viendo las necesidades de los hombres, espirituales y materiales y físicas, sale al encuentro de ellos en la medida que ayuda. Pero sabiendo que, a través de ello, lo que está ejerciendo es la caridad de Cristo. Lo que le mueve el corazón es ver en la otra persona a Cristo. Como decía Madre Teresa de Calcuta: “Tuve hambre y me disteis de comer, pero no sólo hambre de pan sino también de la palabra de Dios”. Es una faena confundir la labor de los misioneros con una labor meramente social.
Gracias a Dios, en el mundo, hay ONG´s fantásticas, que hacen una gran labor, de salvar y ayudar, y mucho mejor que los misioneros, porque tienen más dinero, más medios y más profesionales. Pero no pueden suplir la labor de los misioneros, porque la labor de los misioneros es otra.
En Deus Caritas Est, el Papa Benedicto XVI apuntaba que “la Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor”.
Yo no puedo pedirle a una ONG que me ame. Se lo puedo pedir a la Iglesia: que me muestre el amor de Cristo y, a través de este amor, me ame. Que me ame con mis limitaciones, mis pecados, mis pobrezas…, que me ame, incluso, cuando humanamente parezca que no me lo merezco.
Evidentemente, la labor que hacen los misioneros por ayudar al desarrollo de las comunidades y los pueblos es espectacular. Muchos misioneros están donde no había nada, en sitios donde los políticos no intervienen.
En esos lugares remotos, ¿quiénes están? Unos misioneros que abren una escuela para niñas que jamás podrían haber accedido a la educación de otro modo.
¿Nos hemos fijado más en las cosas y menos en las almas?
—Si hoy le preguntas a cualquier persona no católica sobre la Iglesia te dirá algo así como que todo es malo menos las misiones y Cáritas. En ambos casos nos contemplan con buenos ojos por la labor que hacen los misioneros a nivel social. Ojalá que, a través de eso, los que al menos juzgan bien a la Iglesia en este aspecto sean capaces de descubrir el trasfondo que hay en eso y les ayude a cambiar el corazón.
Es verdad que los misioneros, cuando exponen sus testimonios, hablan de los niños que han sacado, por ejemplo, del tráfico de órganos, pero también hablan de su vocación, de su existencia, de cómo encuentran a Cristo en ese niño y cómo ayudan a ese niño a encontrarse con Cristo. Por tanto, eso puede ser una palanca para encontrarse con Cristo.
Parece, también entre los cristianos, que valoramos más la labor social que la labor evangélica. Es verdad también que en OMP cuando hacemos las cosas intentamos destacar solo la labor evangelizadora, porque de lo otro ya se encargan otras ONG’s. El Domund no es para hacer pozos o poner hospitales. El Domund es para evangelizar, para llevar a Jesucristo y mantener la Iglesia allí donde está, la Iglesia, una diócesis, un vicariato… Por ejemplo, para que tengan gasolina y poder llegar a decir Misa a los pueblos más recónditos.
Cuando nacieron las obras que hoy conforman las OMP se puso la mirada en países lejanos. En la actualidad, ¿cómo se conjuga esa “doble” misión, la cercana y la de aquellos países con menor presencia de la Iglesia?
—Con datos en la mano: en Europa, hay un sacerdote por cada 4.142 personas; en África, hay un sacerdote por cada por 26.200; en Asia, uno por cada 44.600 personas… Esto es lo que tenemos.
¿En Madrid hace falta evangelizar? Claro que sí. ¿Y cuándo no ha hecho falta? Mientras haya un pecador y una persona que no conoce a Cristo habrá que estar evangelizando.
Si cada uno de los bautizados que acuden cada domingo a una parroquia a Misa se tomara en serio su vocación misionera y se sintiera apóstol, ¿cuántos misioneros habría?
En África hay sitios donde tienen Misa una vez cada seis meses, ¿eso es digno? ¿Se puede mantener de este modo la fe? Y, aquí nos hemos quejado por estar dos meses encerrados por la pandemia…. Y teníamos la Misa en televisión y por otros muchos medios… Los curas nos hemos puesto las botas de hacer podcasts y homilías por redes sociales en la pandemia… En África no tenían esa oportunidad.
Claro que hacen falta evangelizadores en Europa, y en España, en Madrid, en Valencia y en Sevilla. ¿No será el momento de que los obispos animen a que los sacerdotes salgan de sí mismos y sean verdaderamente apostólicos, y éstos, a su vez, hagan que los fieles sean verdaderos apóstoles? Cuando hagamos eso, en España sobrarán misioneros, pero en África, en América y en Asia siguen faltando. Cuando viene un obispo de Perú cuya diócesis es como toda Andalucía y tiene 8 sacerdotes y 10 monjitas…, ¿podemos escudarnos diciendo que Madrid es tierra de misión?
La conversión comienza por hacernos apóstoles y dejar de pensar en nosotros mismos, en muestras comodidades. Hemos reducido las periferias al barrio de las afueras. Sí, ahí hay que estar. Y, de hecho, se está. Pero ésas no son las únicas periferias del mundo. Santiago o Pablo podrían haber pensado así… Pues, ¡anda que no había que predicar en Jerusalén o en Roma donde ellos estaban, que eran todos paganos!… Y, sin embargo, llegaron hasta España.
¿Cómo se dibuja el futuro de la misión? ¿Tendrán más peso los laicos?
—Sobre los laicos, el Papa san Juan Pablo II escribió la Christifideles laici. La Conferencia Episcopal Española publicó un documento hace ya tiempo, sobre el mismo tema: Cristianos laicos. Iglesia en el mundo. La última frase de ese documento dice “La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará”. Dicho esto, no me gusta hablar de la hora de: la hora de los laicos, la hora de los religiosos… Es la hora de la Iglesia. O todos nos mojamos o no salvamos esto.
Eso quiere decir que un laico, evidentemente, tiene que hacer su papel, pero no porque “sea su hora” sino porque, si no lo hace, no está siendo fiel a su vocación cristiana. Pero la vocación del laico no puede estar sola. Tiene que ir acompañada de la vocación sacerdotal, que vela, que acompaña, que administra los sacramentos; y el sacerdote no puede vivir sin los laicos, porque su ministerio tiene sentido en cuanto se entrega para crear comunidad cristiana. La vida consagrada es absolutamente necesaria, porque sin el testimonio de hombres y mujeres que son capaces de renunciar a todo solamente para mostrar que Cristo vale la pena, estamos perdiendo el tiempo. Existe el peligro de pensar que es la hora de los laicos porque no hay curas y tienen que salir “los del banquillo”… ¡No, hombre, no! La Iglesia manda hoy más laicos a la misión, evidentemente, porque va cambiando conforme a los tiempos, pero manda laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas… de todo. El testimonio que da un seglar en la misión no lo puede dar un sacerdote ni una religiosa, pero quedaría famélico si no va acompañado por la vida sacramental de los sacerdotes o de la animación de la vida religiosa. Si la Iglesia hoy manda familias de laicos a la misión no es porque faltan curas. El laico no necesita un especial permiso para hacer apostolado, porque se lo dio Cristo. Es vocación dada en el bautismo. A la misión nos envía la Iglesia, a todos. Cuando envía laicos, confirma esa vocación misionera de los laicos, que van a ser testigos de la Iglesia, presencia de la Iglesia. A la misión tienen que ir todos los laicos que tengan que ir, todos los religiosos y religiosas que tengan que ir y los sacerdotes que tengan que ir. La vocación misionera de los laicos no es una vocación de segunda fila, ni se puede ver como una simple solución a un problema de vocaciones.