Javier Bernácer, neurocientífico y experto en filosofía de la mente, ha dedicado su carrera a explorar la relación entre el cerebro, la ética y la toma de decisiones. La semana que viene participará en la XVII Jornada teológico-didáctica de la Universidad de Navarra: “Ciencia, fe y desafíos de la IA”.
En esta entrevista, abordamos con él el impacto de la neurociencia en la comprensión de la religión, la polarización social y la educación, así como los desafíos éticos que surgen en un mundo cada vez más influenciado por el conocimiento del cerebro humano.
¿Qué puede aportar la psicología para evitar la polarización social?
– Hace unos años, hicimos un estudio de psicología social en el que comprobamos cómo la sociedad española se había polarizado como consecuencia de la pandemia. Esto fue, curiosamente, antes de que el término ‘polarización’ se pusiera tan de moda. El indicador de polarización que vimos era que las creencias de los votantes de derechas se habían reforzado, al igual que los de izquierdas. Lo mismo pasaba con aquellos que creían en Dios y los que no lo hacían.
¿Qué puede aportar la psicología para evitar la polarización social?
El rayo de esperanza es que prácticamente todos, independientemente de su ideología política, compartían creencias comunes como que todos los seres humanos merecen respeto. La conciliación social debería ir por ese camino: tratar de moderar las visiones extremas reforzando las creencias comunes. Tomando casos paradigmáticos de votantes de extrema derecha y de extrema izquierda, y asumiendo que para ambos todos los seres humanos merecen respeto, hay que mostrar al primero que es contradictorio creer eso y tratar a los inmigrantes como mercancía molesta, y al segundo que también es incompatible con la defensa del aborto.
¿Cómo influye la neurociencia en nuestra comprensión de la espiritualidad y la experiencia religiosa?
– La neurociencia debe ser vista como un campo del saber más dentro de las ciencias que estudian el ser humano. Para que la neurociencia sea realmente provechosa en este sentido, tiene que tener en cuenta sus limitaciones y su campo de acción. Sinceramente, no creo que la neurociencia pueda decir nada realmente importante con respecto a la espiritualidad o a la experiencia religiosa, sino más bien cosas anecdóticas que pueden ser más o menos llamativas, del tipo “estas son las áreas del cerebro que están más activas cuando rezas”.
Dándole la vuelta al argumento, no creo que el ciudadano de a pie (especialmente el creyente) deba preocuparse demasiado sobre lo que dice la neurociencia acerca de la religiosidad. Recomiendo que, al leer las típicas declaraciones de “La neurociencia demuestra que Dios no existe” o incluso “La neurociencia demuestra que Dios existe”, uno suelte una sincera carcajada y pase a la siguiente noticia.
¿Cuáles son los dilemas éticos más urgentes que plantea el avance de la neurociencia hoy en día?
– En mi opinión, la neurociencia tiene que sufrir una revolución ética que venga desde la base. Me explico: en los foros internacionales de neuroética, por lo general, se da por sentada una visión del ser humano en la que el sistema nervioso, y en particular el cerebro, tiene un papel predominante y casi único. En otras palabras, suele asumirse que somos nuestro cerebro. Si tienes esta visión antropológica “cerebrocentrista” y “neuroesencialista”, vas a abordar los dilemas éticos de la neurociencia de una manera inadecuada.
A esto me refiero con una revolución ética que venga desde la base: hay que tener una visión holística del ser humano, en la cual el cerebro juega un papel importante, pero siempre integrado y comprendido en el resto del cuerpo y de la historia vital del individuo, incluyendo el papel del entorno. Para esto hay que formar a los investigadores de manera interdisciplinar, tanto en neurociencia como en humanidades, para abonar el terreno y que crezcan personas brillantes que puedan tener una visión de conjunto sobre los distintos aspectos del ser humano. De esta manera, los desafíos éticos particulares se abordarán de un modo mucho más adecuado.
¿Cuáles son los riesgos y beneficios de aplicar la neurociencia a la educación y la formación moral?
– También en la línea de lo dicho anteriormente, si no se emplea en un marco antropológico adecuado, puede ser muy peligroso. Aunque no sea educación moral, sino educación a secas, me gusta contar el siguiente caso: hace unos años se difundió que en ciertos colegios de China se empleaban diademas de electroencefalografía (para medir la actividad eléctrica cerebral desde fuera del cráneo) para comprobar si el niño estaba atento o no: en el centro de la diadema había una luz que cambiaba de color según el grado de atención del chaval. Esta información era recogida en el ordenador del maestro, se integraba con el resto de indicadores de rendimiento, y podía incluso ser visualizada en tiempo real en el móvil de los padres.
Dicho así, no sé cómo de intrusivo o permisible puede parecer esto, pero el quid de la cuestión, para mí, es que esa diadema no servía absolutamente para nada: tenía apenas tres electrodos y, desde un punto de vista técnico y neurobiológico, es inútil para medir la atención. Esto sí que es un drama ético. De todas formas, como profesor, sé exactamente qué alumno está atento a mi explicación, cuál está pensando en la serie de Netflix de turno, y cuál la está viendo en ese momento en su portátil: no me hace falta ver una luz azul entre sus cejas para saberlo. Con respecto a la educación, los educadores saben mucho mejor que los neurocientíficos qué es lo importante para que aprendan los niños: son los segundos los que tienen que escuchar a los primeros.
¿Cree que los avances en neurotecnología pueden llegar a comprometer la dignidad humana o la privacidad mental?
– Creo que la dignidad humana y la privacidad mental ya están comprometidas, y no es por culpa de las neurotecnologías. Con respecto a la dignidad, no hay mucho que decir: basta con echar un vistazo rápido a la Declaración de los Derechos Humanos para ver que los cinco primeros no se cumplen en casi ningún país, y que algunos países, como Francia, presumen de incentivar que sus ciudadanos incumplan el derecho a la vida dentro de sus constituciones.
Con respecto a la privacidad mental, existen registros de nuestras búsquedas en Internet, de todos nuestros movimientos económicos, nuestro historial médico, nuestros viajes en coche… Yendo a las neurotecnologías, existe un importante movimiento en la ética de la neurociencia actual que propone una discusión de los “neuroderechos”, es decir, la creación o el replanteamiento de derechos humanos ante el posible avance de las neurotecnologías.