Las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús es una Congregación religiosa de mujeres apasionadas por la vida, unidas por el amor, la oración y el servicio, en una palabra: por la hospitalidad. Su misión es llevar el mensaje evangelizador de Jesús como Buen Samaritano y María cómo primera hospitalaria a través del testimonio de su presencia y asistencia a los más vulnerables.
La Congregación de las Hermanas Hospitalarias fue fundada en Madrid (España) en 1881, por San Benito Menni, sacerdote de la Orden de San Juan de Dios, junto con María Josefa Recio y María Angustias Giménez, elegidos por Dios para dar respuesta a la situación de abandono sanitario y exclusión social de las mujeres con enfermedad mental de la época, aunando dos criterios fundamentales: caridad y ciencia.
La hermana Idília María Carneiro fue elegida Superiora General de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús el pasado mes de mayo. La elección tuvo lugar en el XXI Capítulo General, donde 34 miembros de la Congregación se reunieron en Roma para dar inicio a una etapa de discernimiento y reflexión sobre el carisma de la institución.
“El Capítulo General es el acontecimiento más importante en la vida de una Congregación, pues en él se hace una evaluación de lo realizado y vivido durante el sexenio, se planifica el futuro, buscando responder a las necesidades de hoy, y se eligen a las hermanas del Gobierno General que han de guiar la vida y misión de la Congregación en los próximos seis años”, anticipaba la entonces Superiora General, hermana Anabela Carneiro, (hermana de la actual Superiora), en la víspera del encuentro que se desarrolló bajo el lema: “Revestíos de entrañas de misericordia. Signos proféticos de esperanza y de la cercanía de Dios a la humanidad que sufre”.
Idília María Carneiro nació en Mozambique en 1966. Es la cuarta de cinco hermanos, tres de los cuales son Hermanas de su misma congregación. Sor Idília María se crió en una familia con raíces católicas profundas, lo que le formó como persona y mujer de fe, de donde viene también su vocación consagrada: “Aprendí de mis padres a vivir la fe cristiana a través de la oración y la caridad activa. Aprendí a rezar el rosario todos los días y a prestar especial atención a los pobres». También fue decisivo en su vida todo lo que vivió en la parroquia, donde formaba parte de un grupo de jóvenes que recibían catequesis.
La hermana Carneiro ingresó en las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús en 1984. Es licenciada en Trabajo Social por el Instituto Superior de Ciencias Sociales y Políticas de Lisboa y tiene un máster en Espiritualidad y Ética de la salud y un posgrado en Gestión de Recursos Humanos. En esta entrevista con Omnes habla sobre su vocación y el carisma de la Congregación a la que pertenece.
¿Qué significa para usted la palabra “vocación”?
– Es un don de amor gratuito que Dios nos ofrece. Por eso, la primera actitud que pido a Dios es de agradecimiento y, después, actitud de servicio, porque al amor se responde amando. La vocación es una llamada única y personal que el Señor hace a cada uno para vivir y entregar la vida de un modo particular, según el espíritu al que Dios te llame.
En nuestra Congregación, es una vocación hospitalaria, una llamada a vivir con Jesús, buen samaritano, la aventura de estar cerca del dolor de las personas enfermas, respondiendo con cercanía, escucha y comprensión.
¿Cómo descubrió la llamada de Dios a seguirle como Hermana hospitalaria?
– El descubrimiento de mi vocación fue una sorpresa, porque no estaba en el horizonte de mi vida. A los 16 años, tuve mi primer contacto con la vida de las Hermanas Hospitalarias en Braga (Portugal) al participar en un fin de semana de actividades para jóvenes. Recuerdo lo que me costó el primer contacto con los enfermos, sobre todo los que estaban más graves, pero poco a poco algo se fue abriendo dentro de mí y empecé a sentir que mi vida tenía un horizonte diferente y que éste se iba ampliando cuanto más me entregaba.
La experiencia de servir a los enfermos dio a mi vida un giro de 180 grados: fue despertando en mí una perspectiva de vida basada en el amor y la gratuidad. Me di cuenta de que era con los enfermos donde me sentía feliz. Al mismo tiempo, hacía mella en mí el contacto con las hermanas, la alegría que mostraban al dedicar su vida al servicio de los enfermos, el conocimiento de la Congregación y de los fundadores – Benito Menni, María Josefa y María Angustias- así como su experiencia de descubrimiento vocacional, los momentos de oración y encuentro fraterno…
Mi camino interior de escucha a Dios y de búsqueda de lo que Él soñaba para mí me ha hecho ver mi vida, no desde mi propia perspectiva sino desde la perspectiva de Dios: reconociéndome amada por Él y donde este amor me despierta cada día para amar y servir a mis hermanos.
¿Cómo se concreta esta llamada en la vida cotidiana?
– El carisma hospitalario nos identifica cada vez más con Jesús compasivo y sanador, que ha pasado por el mundo curando a todos y haciendo el bien. La hospitalidad trata de poner en el centro a la persona, ofreciendo espacio y tiempo, atención y cuidado, humanidad y recursos a los más vulnerables. Es, además, un estilo de vida que, en el día a día, habla de acogida, de aceptación del otro como es, de respeto mutuo y de corazón abierto y, también, de dejarse acoger. Todos necesitamos dar y recibir.
Como al Buen Samaritano, nos interpela especialmente el sufrimiento y la necesidad de aquellos que están al borde del camino y nosotras no podemos pasar de largo porque nos sentimos llamadas a servir a la humanidad sufriente, a acoger al necesitado, a la universalidad, al amor, al servicio, a la ayuda y cuidado mutuo.
Como Hermanas Hospitalarias lo vivimos desde nuestra vida consagrada, en comunidad, es decir, compartiendo la vocación con otras hermanas, sintiéndonos, además, enviadas a evangelizar y llevar la Buena Noticia de la Hospitalidad de Dios a los hermanos que sufren y se sienten más frágiles. Forman parte de nuestra comunidad también colaboradores y laicos, pues ser hospitalarios es ser constructores de paz y de fraternidad, sembradores de esperanza y dignidad, porque reconocemos a Jesús en las personas que sufren enfermedades mentales y discapacidad intelectual. Nuestra misión es atender de manera integral a la persona, uniendo ciencia y humanización, sobre todo a las personas más desfavorecidas y las que presentan mayor necesidad, en el respeto y defensa de la vida.
¿Qué pueden aportar las personas que siguen este carisma concreto al mundo?
– Lo primero que aportamos es precisamente corazón y compasión, cercanía y humanidad, atención cualificada según los avances de la ciencia y técnica en el área de la salud, de acuerdo con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Queremos seguir siendo una Institución que contribuye a una sociedad más justa y fraterna en la que las personas más vulnerables, por su situación de enfermedad mental y exclusión, y sus familias, tengan efectivamente un lugar, una voz, un espacio vital que les ayude a sentirse y reconocerse como personas, queridas y respetadas, acompañadas e integradas. A aquellos que hoy son tantas veces, descartados en nuestra sociedad, queremos decirles que, para nosotros, para Dios, son los primeros.
La sociedad está viendo cómo se multiplican los problemas de salud mental y nosotros queremos estar ahí, dando respuestas humanizadoras y actualizadas a las necesidades de hoy, como lo hizo nuestro fundador, San Benito Menni.
Este modo de vivir claramente no está de moda; muchas veces no se entiende o incluso se rechaza sin apenas conocerlo. A estas personas que rechazan esta manera de vivir, ¿cómo les explicaría su elección?
– Elegimos esta vida porque, desde la experiencia de sentirse misericordiosamente amadas por Dios, queremos ser testigos de que el Cristo compasivo y misericordioso del evangelio permanece vivo entre los hombres y esto nos impulsa a ser mujeres de Dios, al servicio de la persona que sufre y a evangelizar por medio de la hospitalidad.
Es la misericordia de Dios que sana y genera comunión, la que nos abre horizontes de amor ilimitado y universal, y da sentido a nuestras vidas. Es la opción de vivir precisamente a partir de un servicio dignificador a las personas con sufrimiento psíquico. Esta es la opción que elige nuestra institución y el legado que recibimos de nuestro fundador San Benito Menni: la persona en el centro, la persona en la que reconocemos la imagen viva de Jesús, el lugar teologal donde Dios se nos revela y donde servimos y cuidamos la vida, sagrada e inviolable; la persona como sujeto del proceso terapéutico y del proyecto de vida.