Ecología integral

Enrique Solano: «El científico católico conoce el principio y el final de la película»

Enrique Solano, presidente de la Sociedad de Científicos Católicos de España, señala en esta entrevista con Omnes que "se necesitan científicos católicos brillantes y divulgadores que establezcan un puente entre el saber especializado y las personas a pie de calle".

Maria José Atienza·30 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Enrique Solano preside la Sociedad de Científicos Católicos de España. Es la rama española de la Sociedad de Científicos Católicos una organización internacional, creada en 2016, que se presenta como un fórum de diálogo para científicos creyentes que desean reflexionar acerca de la armonía y complementariedad entre la ciencia y la fe.

Solano, Doctor en Ciencias Matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid dedicado a la Astrofísica es, en la actualidad, Investigador Científico en el Centro de Astrobiología.

Su interés por demostrar la compatibilidad de ciencia y fe le ha llevado a dar numerosas conferencias y charlas acerca de este supuesto conflicto y, este año, la Universidad Francisco de Vitoria acogió la II edición del congreso organizado por la Sociedad de Científicos Católicos de España en el que se abordaron temas como la relación entre Tecnología y ética o la visión del científico católico desde los medios de comunicación y creación y evolución.

Esta relación de ciencia y fe, su historia y los mitos y verdades que de entrelazan en este ámbito es el tema de la revista Omnes del próximo mes de noviembre.

Científico y católico. ¿Sigue presente la idea de que estos términos son incompatibles?

–Lamentablemente, es así. La idea de que la ciencia sirve para «explicar lo que hay» y la religión es «por creer en algo» sigue siendo aceptada por un porcentaje bastante significativo de la sociedad. De hecho, existen encuestas en EEUU, realizadas hace unos pocos años con jóvenes que abandonaron la religión católica, y que indican que, entre 24 posibles causas, el conflicto entre ciencia y religión aparece en el cuarto lugar, incluso por encima del abandono de la idea de un Dios misericordioso por causa de una tragedia familiar. Esto resulta enormemente sorprendente y, hasta me atrevería a decir, escandaloso y nos da una idea del trabajo que nos queda por hacer a los científicos católicos.

Dos son los principales causantes de esta situación: por un lado, la corriente dominante en la sociedad que intenta denostar o, incluso, hacer desaparecer de la vida pública todo lo que lleve el adjetivo de católico. Y, por otro lado, la invisibilidad en la que hemos vivido durante mucho tiempo los científicos católicos, quienes no hemos querido/podido dar el paso adelante de mostrarnos al publico y que la sociedad sepa que no somos una especie extinguida en el pasado.Esta situación es la que quiere revertir la Sociedad de Científicos Católicos de España.

Hay quien, aún hoy, defiende que un católico “subyuga” su conocimiento racional a la fe, ¿es ésta una afirmación creíble? 

–Hay científicos no creyentes que sostienen que, el científico católico, cuando va a misa, deja su cerebro en la entrada del templo. Igualmente, otros defienden que el científico católico pasa sus resultados a través del tamiz de la fe para que todo sea coherente y armonioso. 

Ninguna de las dos afirmaciones anteriores es cierta. En palabras de George Lemaître, sacerdote, padre del Big Bang y uno de los cosmólogos más importantes del siglo XX, «si un creyente quiere nadar, es mejor que lo haga igual que un no creyente. Y lo mismo sucede con las ciencias naturales, si un creyente trabaja en ellas debe hacerlo como un no creyente». 

Los científicos, tanto creyentes como no, trabajan usando las mismas herramientas y las mismas metodologías. 

Muchos de los grandes avances de la ciencia han sido protagonizados por creyentes. ¿Ayuda en algo la fe a la labor científica?  

–Éste es uno de los principales argumentos para mostrar la armonía entre ciencia y fe. Gran parte de los científicos más brillantes, incluidos los «padres» de algunas disciplinas científicas, han sido católicos. E incluso hoy, en pleno siglo XXI, encontramos científicos de enorme prestigio que no tienen ningún problema en compatibilizar ciencia y fe católica. Como indicaba en la respuesta anterior, todos los científicos, independientemente de sus creencias, usan una misma metodología, que es lo que llamamos «método científico». En este sentido, la fe no aporta nada a la investigación. 

La ventaja que tiene el científico católico es que conoce el principio y final de la película. Sabe que existe un Creador que estableció unas leyes en la naturaleza y sabe que todo tiene una finalidad y un propósito. Saber que no somos fruto de una evolución ciega y que estamos destinados a vivir unas pocas décadas en un océano cósmico gobernado por fuerzas infinitamente superiores a nosotros, sino que somos resultado del amor de Dios, que tenemos una dignidad infinita puesto que estamos hechos a su imagen y semejanza y que se nos ofrece el premio de una vida eterna a su lado, es algo que te ayuda no solamente a enfocar tu labor científica sino a vivir de una manera totalmente distinta.

¿Cuándo y por qué se produce el divorcio entre ciencia y fe? ¿Por qué seguimos sin “superarlo”? 

–El momento álgido de la ruptura entre ciencia y fe ocurre a finales del siglo XIX cuando se suman diferentes ingredientes para dar lugar a la «tormenta perfecta». Por un lado, el encaje en la sociedad de un nuevo gremio: el científico moderno, tal y como lo conocemos en la actualidad y que había aparecido tan solo unas décadas antes. La dificultad de acceso de dicho gremio a las universidades, controladas por la Iglesia en aquel momento, generó en los científicos un sentimiento de «tribu» con un enemigo común: la Iglesia. A esto habría que añadir el nacimiento de una nueva corriente filosófica, el marxismo y el uso ideológico que hace de la ciencia, expandiendo la idea de la existencia de dos bandos: la ciencia (el bueno) que persigue la felicidad del hombre a través del avance científico y técnico y la Iglesia (el malo), empeñada a dificultar dicho avance lo máximo posible. 

El culmen de esta situación fue la publicación de dos libros, la «historia de los conflictos entre la religión y la ciencia» de J. W. Draper en 1875 y «una historia de la guerra de la ciencia con la teología en el cristianismo” (1896) de Andrew Dickson White. Ambos libros están plagados de errores e inexactitudes, pero tuvieron un enorme impacto en varias generaciones de científicos, en particular en el mundo anglosajón. 

En la actualidad, ningún historiador serio defiende la hipótesis del conflicto y ninguno de los libros tiene credibilidad para los autores modernos. Pero sus secuelas son todavía evidentes dentro de la comunidad científica. 

Los medios de comunicación, ¿son ayudas para la divulgación científica? 

–Sin lugar a dudas. El científico católico no puede conformarse con vivir en su pedestal de conocimiento. Se necesitan científicos católicos brillantes, pero también se necesitan divulgadores que establezcan un puente entre el saber especializado y las personas a pie de calle. Es necesario que el científico católico esté presente en el debate social. Y, para ello, los medios de comunicación son absolutamente imprescindibles como elemento amplificador.

Desde la Sociedad de Científicos Católicos de España, por ejemplo, hemos creado los llamados «grupos de expertos» que ponemos a disposición de los medios de comunicación que quieran saber la opinión de un científico católico sobre un determinado descubrimiento o una determinada noticia de alcance. 

Es necesario que el científico católico esté presente en el debate social. Y, para ello, los medios de comunicación son absolutamente imprescindibles como elemento amplificador.

Enrique Solano. Pte. Sociedad de Científicos Católicos de España

Cuestiones viejas como la evolución, la vida extraterrestre, el progreso científico o nuevas, como el avance del transhumanismo, ¿qué retos suponen para un científico católico?  

–Para poder entender todas estas cuestiones es necesario tener una visión holística de las mismas. La ciencia y la fe suman y no restan y ambas son necesarias para llegar a una comprensión global del problema. Particularmente interesante es el tema del transhumanismo y cómo la fe católica puede servir de faro para iluminar aquello que se puede hacer y distinguirlo de lo que, aún pudiéndose hacer, no se debe llevar a cabo.

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