Carlos Chiclana es médico psiquiatra y colaborador habitual de Omnes. Recientemente, ha dirigido un estudio centrado en los aspectos afectivos de la vida sacerdotal y su integración con las demás dimensiones de la persona. Un estudio que revela, entre otras cosas, la importancia de una seria formación afectiva personal y comunitaria, así como el necesario tiempo de preparación y discernimiento antes de la ordenación sacerdotal.
Usted ha llevado a cabo un estudio entre numerosos sacerdotes, diáconos y seminaristas ¿Qué resultados relevantes arroja la encuesta?
—Hicimos una investigación cualitativa con cinco preguntas abiertas sobre qué retos parecían más significativos para la vida afectiva de un sacerdote, qué riesgos apreciaban, qué oportunidades veían, qué les ayudó en particular en su formación sobre la afectividad y qué echaron de menos en la formación y ahora consideraban que les habría ayudado.
Completaron la encuesta 128 participantes, principalmente sacerdotes, con una media de edad de 50 años y 20 años de media de vida sacerdotal. El número total de las respuestas obtenidas fue de 605 respuestas abiertas, que albergaban más de mil ideas diferentes (en concreto 1.039) que fueron categorizadas y estructuradas según su temática para un posterior análisis más detallado.
En cuanto a los retos, los más referidos fueron la vida espiritual, la soledad, la misión, las dificultades en la tarea, y dar y recibir afecto de una manera sana y equilibrada. También se mencionaba el desarrollo de buenas amistades, la vida comunitaria y familiar y algunos aspectos psicológicos. Podría resultar llamativo que la integración de la sexualidad, el trato con mujeres o la presión del ambiente no eran algo que les preocupara de manera principal, aunque sí se recogía en algunas respuestas.
Sin embargo, al mencionar los riesgos, aparece de nuevo la soledad como algo que se percibe como importante, a la par que las limitaciones psicológicas personales, las posibles dependencias afectivas o los defectos morales. También refieren que el descuido de la vida espiritual personal por tener alta ocupación del tiempo, el exceso de dedicación pastoral y el desapego afectivo como estrategia de defensa pueden ser riesgos a los que se enfrentan.
Cuando expresan qué oportunidades pueden encontrar, la gran mayoría percibe que su vida afectiva tiene un escenario muy favorable que es el continuo trato con personas, seguido de la vida espiritual y el desarrollo de buenas amistades con otros sacerdotes.
La vida espiritual, la formación, las amistades sacerdotales, con el testimonio de esas personas, y poder apoyarse en la familia de origen son, en base a las respuestas, aquello que les había ayudado para un buen desarrollo de su vida afectiva .
Al recoger la información sobre aquellos aspectos que los sacerdotes han echado en falta y que consideraban que hubiera sido de ayuda en el desarrollo personal, señalaban con mayor frecuencia que les gustaría haber recibido mejor formació. Otros estaban satisfechos y no echaban nada en falta, y algunos hubieran agradecido una mejor atención a la espiritualidad y a las necesidades psicológicas.
Si analizamos de forma agrupada las categorías principales, apreciamos que las áreas de mayor interés son la vida espiritual, la soledad, las relaciones interpersonales (trato con personas, amistades en general y la propia entre sacerdotes, dar y recibir afecto) y la formación. Este último aspecto –disponer de una buena formación particular (personalmente dirigida por uno mismo y con un buen acompañamiento espiritual) y en comunidad (programas específicos de formación general y adaptados a las necesidades reales de esos sacerdotes)- puede ser una de las conclusiones de este estudio. En el estudio sí hemos apreciado el deseo de una mayor formación, mejor acompañamiento y un desarrollo de la vida espiritual más afectuoso y menos normativo.
Uno de los aspectos recurrente que mencionan, especialmente en los apartados de retos y riesgos, es la soledad. Sin embargo, a pesar de ello, no se muestra que hayan echado en falta formación en relación a la soledad, tanto física como afectiva, que puede experimentarse dentro del sacerdocio, y si esa soledad es natural y deseable, una consecuencia negativa o algo a tolerar sin más.
En cuanto a la soledad, ¿que ayudaría a mejorar la calidad de vida sacerdotal?
—Sugiero que podría ser de interés continuar con la formación en este ámbito, para que cada sacerdote que se sienta solo pueda comprender por qué le ocurre. Puede valorar si el origen de esta soledad pudiera estar relacionado con heridas o carencias de la infancia que hayan configurado un apego inseguro. En caso afirmativo precisará de un acompañamiento espiritual específico que le facilite sanar el apego, o de una ayuda profesional psicoterapéutica.
En caso negativo, habrá de discernir si sufre soledad social -remediable con el desarrollo de una red de amistades generales, sacerdotales y familiares- o si es precisamente esa soledad el lugar donde desarrollar con mayor intensidad la vivencia del celibato y su vinculación con Dios.
El cardenal Lazzaro You afirma que la soledad muchas veces se produce por una falta de radicación de la vida en el evangelio y el abandono de la oración. ¿Cómo acompañar a un sacerdote y evitar esa soledad?
—Todos, en cada comunidad, grupo, parroquia, etc., tenemos responsabilidad de acompañar y cuidar de los sacerdotes. Podemos estar atentos a sus necesidades materiales (domicilio, si come bien, etc.), necesidades de descanso y ocio (facilitarle planes, invitarles a casa en modo amigos), necesidades de compartir (alegrías, preocupaciones).
En el estudio se muestra cómo les ayuda tener colaboración en los proyectos que tienen entre manos, de forma que el sacerdote pueda centrarse en lo que sólo puede hacer él, y tener tiempo para la vida en el evangelio y la oración, le vendrá muy bien. A la vez es necesario que el sacerdote se deje ayudar, pida ayuda concreta, manifieste sus necesidades y comparta de forma sana sus ilusiones y penas.
¿Cuándo deben pedir las personas entregadas a Dios ayuda psicológica profesional?
—Como cualquier otra persona: cuando la necesite. Estar entregado a Dios, por sí mismo, no protege de la patología mental ni es preventivo de problemas psicológicos. Tenemos ejemplos de santos que tenían patologías mentales, desde el ingreso en un hospital de psiquiatría de san Louis Martin (padre de Teresa de Liseux), hasta la ludopatía de san Camilo de Lelis.
El propio Papa Francisco contó que acudió a psicoterapia cuando lo necesitó. Entiendo que esta autorevelación no iba dirigida sólo a las personas entregadas argentinas sino para que todo el que lo necesite se anime, sin miedo, aunque le suponga un cierto cansancio o respeto.
Es necesario preguntar a un médico cuando aparecen síntomas médicos de forma continua durante más de dos semanas seguidas, que generan malestar a la persona o alteran su modo de funcionar en el día a día o interfieren en las relaciones con los demás, y que no son explicables por una circunstancia interna o externa que es temporal y ocasional.
Si es la primera vez que pasa, a veces basta con consultar inicialmente con el médico de cabecera. El médico hará una exploración, descartará que sea secundario a una patología médica y, si lo ve necesario, derivará al especialista en salud mental.
Hay ocasiones en las que algunas cuestiones psicológicas requieren ayuda de un psicólogo para dar un paso adelante y seguir creciendo. Entre esas cuestiones están la baja estima, el uso desordenado de la tecnología, conductas sexuales desordenadas o heridas afectivas del pasado. También aquí se encuentran dinámicas familiares complejas, haber recibido abusos o tener problemas en las relaciones interpersonales: Otros aspectos a tratar pueden ser el miedo desproporcionado a alguna situación, evitar los conflictos o no saber tratar con mujeres. Asimismo, el exceso de afán de seguridad, o de poder, estima o control y las dificultades para mantener relaciones de amistad; ausencia de planes personales o las dificultades en la comunicación y la visión del sacerdocio como una meta, un estatus… son susceptibles de esta atención profesional.
La Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis destaca la formación afectiva y maduración personal en el discernimiento de los candidatos. ¿Qué puntos considera clave en esta formación afectiva?
—Al igual que otras ocupaciones profesionales, los sacerdotes han de reunir unas condiciones. Por ello, son necesarias unas características psicológicas y de personalidad. Parece, por tanto, muy adecuado que antes de acceder a la ordenación -e incluso antes del ingreso en el seminario- se examine a los candidatos para conocer si estarán felices, equilibrados y sanos siendo sacerdotes.
No se trata, por tanto, de examinarle de manera judicial, sino de conocerle y comprenderle, saber de su historia personal y ayudarle a poner todos los medios necesarios para madurar en su vocación personal y, si da signos de vocación para el sacerdocio, a que disponga de las ayudas precisas para madurar en las diferentes dimensiones de su yo, también en la psicológica. Si hiciera falta, habrá que sanar todo aquello que pueda dificultar el desarrollo armónico e integral de su personalidad. También participan en la formación del candidato su familia, sus amigos, profesores, acompañantes y otros miembros de la comunidad cristiana que le rodea.
Si en este proceso compartido se observa que no reúne las condiciones necesarias, la decisión de que no sea sacerdote será una decisión alegre y serena, porque el mismo candidato asumirá que eso es lo bueno para él, lo que le hará feliz y le ubicará en su lugar adecuado en la Iglesia.
Para ser sacerdote no basta con buenas intenciones. Son necesarias condiciones previas que fundamenten la vida de fe, como una intensa vida sacramental, práctica de oración y servicio en la comunidad. Además de esto, son necesarias la sinceridad, la lealtad, el desarrollo afectivo o la predisposición a vivir en comunidad. Otros aspectos refieren a la capacidad para la amistad y la responsabilidad, la creatividad. Los candidatos al sacerdocio deben tener además espíritu de iniciativa y la disponibilidad hacia los demás, sin olvidar la obediencia, la castidad juvenil, así como vivir la pobreza con sencillez de vida.
¿Cómo evaluar estos aspectos en los candidatos al sacerdocio?
—Ayudará evaluar los estilos de apego que desarrolla cada chico. Hay que conocer el estilo educativo, la dinámica de la familia de origen, que condiciona muchas veces su modo de entender las relaciones interpersonales, la esponsalidad, la fraternidad o la recta estima de los valores del estado matrimonial. También es necesario conocer antecedentes familiares psiquiátricos, para poder prevenir su aparición con los cuidados pertinentes.
Es obligado conocer el ambiente y el entorno de donde procede, cómo se entiende el sacerdocio en su país, ciudad, familia, barrio, parroquia, etc. Así procuraremos integrar su llamada personal con la “convocación grupal y comunitaria”.
De acuerdo con la medicina y la psicología, se habla de personalidad sana cuando la persona es coherente en el modo de conocerse y entenderse a sí misma, de relacionarse con los demás y de entender y adaptarse a la realidad que le rodea. Ha de poder llegar a tener una estima coherente, conocer sus propias emociones y validarlas, comprenderse como válido, único y auténtico, integrando esta dinámica humana con la dinámica sobrenatural de la filiación divina y el origen en Dios.
Algunas cuestiones que hemos de observar y aplicar pueden ser: observación en el día a día; información por parte de colaboradores del seminario; escucha activa en el acompañamiento espiritual; información por parte de familia y amigos; modos de comportarse en la convivencia dentro y fuera del seminario; estilo personal en el trato con los demás; capacidad en las tareas académicas; desarrollo de la vida de piedad; evaluación por un psicólogo externo e independiente y cuestionarios para la propia evaluación, y lecturas específicas sobre psicología.
En una entrevista en Omnes, el cardenal Marc Ouellet señaló que la “verdadera causa de los abusos no es el estado de celibato consagrado sino la falta de autocontrol y el desequilibrio afectivo”. ¿Comparte esta afirmación?
—Parece que los datos de las investigaciones realizadas van en esta dirección y que los sacerdotes que abusan son aquellos que no viven coherentemente su celibato. Un celibato bien integrado prevendría los abusos. Algunos ven el celibato sacerdotal como una represión poco saludable de los impulsos sexuales, y consideran que esto fomentaría la tendencia en el clero a abusar sexualmente. Pero los abusos sexuales no son más frecuentes entre el clero católico célibe que en otros estilos de vida.
La gran mayoría de los abusos sexuales a menores suceden en la propia familia y en el hogar, cometidos por miembros de la familia. No existe evidencia de una prevalencia mayor de los abusos sexuales en las actividades de la Iglesia en comparación con otros contextos institucionales relacionados con menores. Con esto no se pretende restar importancia a las conductas inapropiadas de algunos clérigos, sino señalar que no hay datos que indiquen que sea el celibato el origen del problema.
No se puede afirmar que celibato y pedofilia tengan una relación causal. Sí podemos afirmar que, cuando un sacerdote abusa, la gravedad es mayor por su responsabilidad y por las consecuencias de que sea precisamente un ministro de Cristo el abusador. Es conveniente que las víctimas puedan comunicar su drama, el dolor, las angustias, la rabia y la vergüenza y sanar las heridas que les han causado.
Según el John Jay Report, el porcentaje de sacerdotes acusados es similar al de los clérigos de otras religiones que no viven el celibato; y los que habían cometido abusos sexuales, no vivían la castidad y habían tenido relaciones sexuales con adultos después de la ordenación.
¿Como abordar este tema para evitar sucesos como los que hemos conocido?
—No es recomendable que se ordene alguien con problemas habituales en el control de los impulsos relativos a la sexualidad, que consuma pornografía o cuestiones similares. El candidato tiene la responsabilidad de comunicarlo a su obispo o a quien corresponda. En el caso del director espiritual o confesor, ha de animarle a que lo haga. Sobre todo, considerando la felicidad del interesado, que tiene derecho a vivir su vida de una manera sana e integrada y en verdad.
Habitualmente los candidatos con problemas de este tipo son personas con buenas intenciones, con deseos reales de santidad, con una lucha activa en muchos campos, pero esto no es suficiente. El afecto que los formadores tienen a estas personas podría dificultar ayudarles de la manera que necesitan. Podrían estar ilusionados por haber visto sus luchas, sus deseos de ser fiel a Dios, etc., pero podrían no percibir que probablemente el problema no es de “castidad” sino que está relacionado con otros asuntos más hondos, que requieren de un abordaje psicológico.
Si se permitiese a un candidato con estos problemas avanzar en el itinerario formativo como si nada pasara, se puede fomentar que, aun en el caso de que tuviera vocación, ésta no madure de forma sana o se vea imposibilitado su desarrollo. Con unos tiempos limitados por plazos, no es posible arreglar el fondo, que no va de sexo, sino de identidad, estima personal, apego, regulación emocional, etc
En este sentido sugiero diversos abordajes que podrían ayudar: que las personas que empiezan a tener problemas con la virtud de la castidad pongan los medios ascéticos de forma adecuada e intensa, y medios extraordinarios cuando las situaciones son extraordinarias. Es frecuente observar en la consulta profesional que no se hizo en los momentos iniciales y después “ya no funcionan”. Hay que formar a los formadores en el campo de la sexualidad, que sepan cuándo algo es esporádico y de solución normal, y cuándo se sale de la norma, aunque sea habitual; formarles también en las nuevas dinámicas familiares y psicológicas de las familias de origen (familias rotas, maltrato en el domicilio, adicciones, uniones familiares recompuestas, etc.). También es necesario incluir asignaturas sobre sexualidad y afectividad donde se explique lo normal y lo anormal e insistir en una mayor formación en el sentido y significado del celibato. Si es necesario, se ha de mantener a los “posibles candidatos al seminario” como “posibles” todo el tiempo que necesiten para madurar.
Además de todo esto, hay que intervenir firmemente desde el primer momento con los medios espirituales y los psicológicos precisos en cada caso. Hemos de tener claro que, cuando alguien tiene un problema con una conducta sexual, nos encontramos ante algo más complejo que una lucha por la virtud de la castidad y es necesario disponer de acompañantes espirituales especializados en atender situaciones que requieren un abordaje más hondo.