Ecología integral

Julio Banacloche: “Las mujeres son las grandes perjudicadas por la ‘ingeniería social

“Los vientos ideológicos no son favorables para quienes defienden una visión cristiana -o simplemente moral- de la vida”. O “las grandes perjudicadas por estas reformas son las mujeres, que ven cómo se diluyen todas las conquistas sociales y laborales conseguidas en los últimos decenios”. Así lo ve el catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense, Julio Banacloche, en una entrevista con Omnes.

Francisco Otamendi·27 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
mujer

Foto: ©Jurica Koletić / Unsplash

El Papa Francisco ha manifestado este mes en una entrevista con el diario argentino La Nación que “la ideología de género es de las colonizaciones ideológicas más peligrosas”. Hace ya años el Papa realizó un llamamiento, reiterado luego, para negar “las nuevas colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia”.

La lectura de la reflexión titulada ‘Maternifobia: ni madres, ni padres, ni hijos’, donde se escribía que “es innegable que, en nuestra sociedad, encontramos una corriente que intenta borrar cualquier signo positivo de la maternidad o paternidad”, puede introducir adecuadamente esta entrevista.

El antecedente inmediato ha sido una conferencia sobre “La familia ante las nuevas leyes de ingeniería social”, que se implantan en varias partes del mundo, no sólo en España, organizada por Jara Siglo XXI.

El ponente ha sido el profesor Julio Banacloche Palao, catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Complutense de Madrid, autor prolífico en materias jurídicas, quien habla con Omnes, por ejemplo, de la neutralidad del Estado, o de la ‘contraeducación’ en casa. 

Otro antecedente cercano es el documento “El Dios fiel mantiene su alianza» (DT 7,9), de la Conferencia Episcopal Española, presentado en enero de este año. Se trata de un instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad, al se refiere el entrevistado en la conversación.

Usted ha comenzado su intervención citando al sociólogo Zygmunt Bauman. ¿Por qué Bauman?

–Porque Bauma, a pesar de su adscripción al marxismo (que siempre supone un condicionante teórico), fue un gran sociólogo que caracterizó muy bien a nuestra época, definiéndola como una sociedad líquida, en la que los grandes pilares que daban estabilidad, solidez, a la vida en el mundo occidental (la familia, el trabajo y la nación), se han desmoronado, generando una situación de inseguridad e incertidumbre. 

Esa falta de referentes “sólidos”, por otra parte, es lo que ha permitido que se sitúen en un primer plano ideas y construcciones sobre el hombre, el mundo y la vida contrarias a la ciencia y al sentido común, e inconcebibles hace cincuenta años.

No sé si entre las ideas de Bauman, o como conclusiones suyas, se ha referido usted a la inseguridad y al miedo del futuro. 

–Son ideas de Bauman. A su juicio, esa pérdida de seguridades (el matrimonio ya no es para siempre, el empleo no es estable, la nación se diluye ante los poderes globales) genera una inseguridad en el presente y una incertidumbre para el futuro que genera miedo e incapacita especialmente para el compromiso. Lo único seguro es el consumo (“todo deseo de felicidad termina en una tienda”, decía Bauman), aunque este también es efímero y genera más frustración (siempre aparecerá un iPhone mejor que el que acabo de comprar). 

Esto hace muy difícil construir una sociedad basada en los valores clásicos, forjados en el cristianismo (lealtad, compromiso, solidaridad), porque la virtud dominante es la flexibilidad, que el propio Bauman define como la capacidad de incumplir los compromisos asumidos sin sentimiento alguno de culpa ni arrepentimiento (“hay que adaptarse, son los nuevos tiempos, es lo que toca”).

Ha mencionado un documento de la Conferencia Episcopal Española. ¿Cómo nos afecta la libre autodeterminación de la voluntad? ¿Qué destaca de ese texto?

–Lo más interesante de ese documento de enero de 2023 es que los obispos españoles detectan que estamos ante un cambio de época, donde no hay que analizar cada cambio legal producto de la denominada “ingeniería social” de una forma aislada, sino en conjunto. Se está tratando precisamente de “disolver” lo que queda de los pilares sólidos de los que hablaba Bauman: frente a la idea de comunidad, se impone el individualismo y el solipsismo donde uno solo se ve a sí mismo, es lo que quiere ser, y decide incluso sobre cuestiones que le vienen impuestas. Como decía Benedicto XVI, es el último estadio de rebelión de la criatura contra su Creador. 

El principio de libre autodeterminación de la voluntad, que hunde sus raíces en Hegel, se proyecta en que yo decido si permito o no la vida ajena (aborto), si sigo viviendo o pongo fin a mi vida de forma “oficial” (la eutanasia), o si soy hombre o mujer según ahora me sienta (ley trans). 

En esas decisiones, que además el Estado tiene que reconocer, promover y realizar, los demás no importan nada: ni el padre (ni mucho menos el hijo al que se aborta) en la eufemísticamente llamada “interrupción voluntaria del embarazo” (cuando no se interrumpe nada, sino que le pone fin), ni los familiares en la eutanasia, ni el resto de personas y colectivos afectados por un cambio de sexo en la ley trans. 

Además del aborto y la eutanasia, se ha referido usted a la denominada ‘ley trans’…

–Sí, es el penúltimo producto de la factoría de ingeniería social que ha conseguido acceder al gobierno y al parlamento. Se trata, una vez más, de aprovechar una realidad que merece un tratamiento respetuoso, equilibrado y adecuado a sus circunstancias (como es la de las personas intersexuales o de las transexuales), para imponer una regulación desproporcionada, ideologizada y contraria a la ciencia, a la lógica y a la seguridad jurídica y social más elementales. 

Nadie entiende que una persona pueda cambiar de sexo simplemente con decirlo en la ventanilla del Registro, y aprovecharse a partir de ese momento de las ventajas atribuidas al nuevo sexo. 

Por otra parte, las grandes perjudicadas por estas reformas son las mujeres, que ven como a través de estas normas se diluyen todas las conquistas sociales y laborales conseguidas en los últimos decenios. Pero esta ley no es la última en este delirio legislativo que estamos viviendo (“diarrea”, le llamó la Secretaria de Igualdad, nunca mejor dicho por la descomposición y falta de consistencia que implica el término): la ley del bienestar animal, que concede derechos a los animales en su condición de “seres sintientes”, o el anteproyecto de ley de familias, que considera como tales a dieciocho realidades diferentes, son otros ejemplos.

La pregunta ahora es por qué tiene el Estado que hacer proselitismo de tantas cosas.  

–Es que el Estado debe ser neutral en lo ideológico, y así lo exige nuestro Tribunal Constitucional. Eso es lo que significa vivir en una sociedad plural y diversa: que se aceptan todos los planteamientos en cuestiones de moral, siempre que no rebasen las normas básicas de la convivencia, que se concretan en los principios y valores constitucionales. 

Por eso el Estado no debe asumir ni hacer propia la perspectiva cristiana o marxista del mundo o del hombre, pero tampoco la perspectiva de género, que no deja de ser un planteamiento ideológico basado en la existencia de un heteropatriarcado y una invisibilización secular de la mujer, y que promueve un nihilismo destructor. 

Lo que estamos viendo es que el Estado a través de su legislación se convierte en activista de determinadas ideas y proscriptor de otras, excluyendo no ya del debate sino de la legalidad a quien sostiene planteamientos contrarios. E implantar un pensamiento único y castigar administrativa o penalmente a quien opina lo contrario nos acerca peligrosamente al totalitarismo.

¿Qué es hacer ‘contraeducación’ en casa?

–Es una llamada a la responsabilidad de los padres y madres y de las familias, especialmente a las católicas, pero en general a todas que quieran que sus hijos tengan valores morales. Ya nada se puede dar por sentado, y los vientos ideológicos no son favorables para quienes defienden una visión cristiana -o simplemente moral- de la vida. 

Por eso, ya no es posible dejar la formación a los colegios, ni siquiera a los que tienen un ideario católico o están regentados -muchas veces solo nominalmente- por religiosos, sino que, en cuestiones religiosas o morales, hay que preguntar en casa qué se ha explicado en el colegio, o qué se ha visto en las redes, y explicar y corregir lo que no sea conforme con las convicciones que los padres quieren transmitir a sus hijos. 

En la misma línea, ¿cómo pueden influir más los padres en la educación, o en los centros educativos?

–La situación actual es una gran oportunidad para asumir un compromiso social mayor en todos los ámbitos. Que esas leyes disparatadas y antihumanas hayan logrado aprobarse se debe en buena medida al “silencio de los buenos”, a la pasividad de la gente normal que ha preferido dedicarse a sus cosas (que ya es bastante) y no vincularse en la esfera política o de la sociedad civil. 

Por eso creo que ha llegado el momento de que todos asumamos con valentía compromisos personales y sociales en la defensa del bien común: los padres dedicando tiempo y esfuerzo a la educación de sus hijos (sacrificando a veces ratos de ocio o realización personal), los profesores volcándonos con nuestros alumnos, y en general todos formando parte de entidades y asociaciones que pueden influir en la sociedad.

El autorFrancisco Otamendi

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