Vocaciones

Aurora, religiosa chilena en Escocia: «Nosotras estamos y es Dios el que actúa»

La hermana María Aurora de Esperanza forma parte del Instituto del Verbo Encarnado. En la actualidad, vive en una pequeña comunidad religiosa asentada en Escocia y ha hablado con Omnes de su vocación, el discernimiento, y la labor que realizan.

Bernard Larraín·19 de febrero de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos
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Foto: Aurora (centro) con dos hermanas de su comunidad en Escocia

No siempre te toca entrevistar a una persona que conociste de niño y que luego Dios lleva a aventurarse por caminos poco transitados. La Hermana Aurora tiene un lugar más o menos preciso en mi memoria de niño.

De hecho, uno de mis primeros recuerdos remonta a unas vacaciones veraniegas en el sur de Chile: un campamento, en un parque lleno de cerezos en flor, a orillas de un lago a las puertas de la mítica Patagonia chilena, con una familia amiga de mis padres y la familia de Aurora. El campamento se convirtió, años después, en un asentamiento algo más estable porque ambas familias decidieron ser pioneras construyendo unas cabañas, a orillas de ese mismo lago, para pasar los veranos lejos de la civilización.

La hermana Aurora siempre estaba por ahí: en la playa, en Misa, en algún paseo o evento, en alguna parte. Pocos años mayor que yo, Aurora es la hermana grande de un amigo y parte de esas familias cercanas a la mía. De esas personas que siempre están ahí, cerca de ti, sin saber que Dios tenía un plan para ella: ser religiosa, dejarlo todo para ser misionera, a muchos miles de kilómetros de la tierra chilena que la vio nacer. Una monja, en pleno siglo XXI. Eso es impresionante.

Un reencuentro que impresiona, después de muchos años y a muchos kilómetros de nuestro país. El nombre con el que la conocíamos ha quedado en el pasado: ahora se llama María Aurora de Esperanza. Si la llamas por su antiguo nombre, te corrige sin dudar.

La melena rubia ha dejado lugar a un velo azul y el estilo de una joven moderna se convirtió en un hábito de monja: de un azul simple, elegante, estiloso. La sonrisa y la mirada viva y alegre siguen, pero se han potenciado.

El siempre llamativo acento chileno, si esto es posible, se ha suavizado, neutralizado, y “argentinizado” un poco, quizás al contacto de sus hermanas de esa nacionalidad en el Instituto del Verbo Encarnado.

También se ha potenciado, o canalizado, o encontrado su razón de ser, ese espíritu aventurero de Aurora, la trotamundos: la que desde Chile fue a recorrer la India pasando unos días con las hermanas de Madre Teresa, la chilena que recorrió África, donde tuvo un accidente donde perdió dos compañeras de viaje y estuvo hospitalizada en un país donde no hay representación diplomática chilena.

La joven que se pasaba los fines de semana en las cárceles, una veinteañera llena de vida que se acercaba a sus treinta y veía a sus amigas casarse. Todo el mundo se preguntaba qué esperaba o, mejor dicho, a quién esperaba.

¿Cómo nace tu vocación a ser monja?

–La verdad es que la inquietud vocacional nace de muy pequeña, era una especie de secreto que no tenía ninguna intención de revelar a nadie.

Yo no quería ser monja. Sentí siempre que Dios me estaba pidiendo algo más. Como queriendo “escucharlo” pero no queriendo dar un “sí” a lo que me estaba pidiendo, canalicé mis inquietudes en la ayuda social, quería cambiar el mundo… Pero eso no era suficiente, en el fondo sabía que Dios me quería entera para sí.

En mi deseo de cambiar el mundo, el mundo me estaba cambiando a mí, los ideales que tenía de pequeña, los deseos de hacer algo grande, lo que soñaba ser, se iban difuminando… Mi fe se oscurecía, los criterios del mundo, la “fiesta”–no en su sentido positivo– y todo lo que la rodea, el gozar vacío, la falta de convicciones…

Yo era nada de lo que había soñado ser. Y sentía esa mirada desde lo alto que me cuestionaba “¿Qué estás haciendo con tu vida?”. Por gracia de Dios vi la necesidad de ordenar mi vida nuevamente hacia Él y parte de ese orden era hacer un discernimiento sobre mi vocación.

Y heme aquí, felicísima e infinitamente agradecida a Dios por haberme dado el don de la vocación a la vida religiosa, a punto de profesar mis votos perpetuos este 4 de marzo , comprometiéndome con Él para siempre… De paso aprovecho de encomendarme a sus oraciones.

¿Qué rol ha tenido tu familia? ¿U otras personas?

–Mi familia ha tenido un rol clave. Ahí, y en el colegio que estudié, vinculado al Opus Dei, fue donde recibí la educación en la fe.

En casa siempre se trató con mucha naturalidad –en el sentido más positivo– el tema de la vocación.

Mi madre siempre decía que, por ella, estaría feliz si todos sus hijos tuviesen vocación. Esto hizo que yo siempre tuviese una visión muy positiva de la entrega a Dios.

Tengo, gracias a Dios, una familia muy linda y numerosa, que me han apoyado y han pasado a ser parte de esta nueva vida a la que Dios me llamó.

Dicen que Dios habla a través de las personas y de los acontecimientos. ¿Qué cosas crees que fueron un signo especial de Dios para ti?

–Los distintos accidentes que tuve en mis aventuras viajeras me ayudaron: vivir de cerca la muerte hace cuestionarse el rumbo que uno lleva en la vida. Sin embargo, si uno no quiere cambiar, no basta. Podría decirse que fueron llamados de atención, pero la decisión tiene que venir de dentro, puede haber muchos acontecimientos o personas que se nos acerquen y no vamos a redireccionar la vida.

Estos accidentes fueron pequeños acontecimientos, que fueron acumulándose, y de los que Dios se valió para que diera un “sí” a su acción, que abre la puerta a tantas otras gracias que nos llevan a Él.

También hubo una frase, que cito una profesora de filosofía en el colegio, que me marcó bastante: “que la persona que eres no salude tristemente a la persone que pudiste haber sido”. Esa frase me quedó muy grabada y pienso que Dios se sirvió de ella porque me la recordó al momento de reordenar mi vida a Dios.

¿En qué consiste ser misionera hoy en un país como Escocia, con fuertes raíces cristianas, pero descristianizado?

–Nuestra comunidad, formada por tres hermanas, llegó hace un año a fundar a Escocia.

Trabajamos ayudando en cuatro pueblitos, todos muy cercanos cada uno con su propia iglesia, en la diócesis de San Andrés y Edimburgo. Aquí los católicos somos aproximadamente un 7,7% de la población de los cuales solo un 10% practica la fe.

Aun cuando llevamos un año y medio ¡Es impresionante constatar tantas gracias recibidas!

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Podría concentrarme en el “hacer” y ponerme a enumerar las distintas actividades que llevamos a cabo: nuestro trabajo en los colegios, el funcionamiento de nuestro club de niños, las visitas a personas enfermas y a los habitantes de la parroquia, las catequesis, la organización de retiros espirituales, etc. Todo esto es, sin duda, bellísimo, pero lo esencial es que “estamos aquí”, es el primer e incuestionable fruto. En estas tierras se hace tan patente la importancia de ese “estar”.

No hay números exorbitantes en nuestros apostolados, aquí el católico es minoría, pero cada historia es un milagro. No queremos decir con esto que en el resto del mundo no lo sean, pero la tangibiliadad de estos es lo que aquí se hace más patente.

Dios trabaja ininterrumpidamente, eso lo sabemos. Aquí en Escocia, ese trabajo, esa mano de Dios ¡se ve tan claramente!… Un mundo, un ambiente en donde nada te lleva a Dios y Dios va moviendo corazones contra todo lo humanamente esperable. Al ver lo que hace no se puede menos que exclamar “es un milagro patente”.

¿Tendrías algunos ejemplos?

–Te cuento un par.

Una mujer se encontraba en una situación difícil en su familia. Sintió que tenía que ir a la iglesia. Fue, habló con el sacerdote y comenzó a asistir a Misa, sin tener ni idea que era. Hoy está recibiendo catequesis en nuestra comunidad. Todo le sorprende y a la vez ve tanta lógica en la fe. Se bautizará junto con sus hijos. Tan feliz está que agradece a Dios todas las dificultades que está pasando pues estas le llevaron a Dios.

Aquí otra. Un hombre ante la sugerencia de su pareja no practicante de bautizar a sus hijos, decide estudiar lo que sus hijos hipotéticamente recibirían. ¡Leyó todo el Catecismo de la Iglesia Católica! Todo le apuntaba a que ahí estaba la Verdad y comenzó a venir a la Iglesia. Quiso recibir catequesis, se bautizó, hizo su primera comunión y recibió la confirmación y matrimonio. Su mujer volvió a la vida de gracia, sus dos hijos se bautizaron: toda una familia en gracia en menos de una semana.

¿Qué nos muestran estos casos? A Dios actuando. Nosotros simplemente “estando”

Cuando le contamos a nuestro obispo algunas de estas historias nos comentó, muy contento: “si no estuvieran aquí no hubieran ocurrido”.

Estar. Eso es lo que hemos estado haciendo. Estar. Dios hace. Es Él actuando, nosotros hemos recibido el fruto de su trabajo, damos la catequesis, embellecemos la Iglesia, jugamos con los niños, celebramos con la gente, compartimos con todos sus frutos …, pero Él es el que trabaja; ¡nosotros simplemente “estamos” aquí!

¿Qué dirías a una persona que se plantea la vocación?

–¡La invitaría a ser generosa porque Dios no se deja ganar en generosidad! Sabemos que Dios es quien más nos quiere en el mundo y es entonces quien más quiere nuestra felicidad. ¡Dio todo por nosotros en la cruz!

Si somos conscientes de esta realidad, ¿cómo podemos dudar que si Él nos está llamando a seguirlo más de cerca no va a ser lo mejor para nosotros? Si es el gran consejero, lo sabe todo y nos indica el camino

¡Vamos, adelante!

¡La vocación es un regalo!

El autorBernard Larraín

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