— Texto Miguel Ángel Ariño y Nuria Chinchilla, Profesores del IESE Business School, Universidad de Navarra
Hace un lustro hubo quienes se sorprendieron de que, con tantos problemas como acucian al mundo, la primera iniciativa pastoral en forma de encíclica del nuevo Papa (tras la encíclica inicial Lumen fidei) se dedicara a un tema aparentemente tan mundano como la preservación del medio ambiente. También hubo quien lo celebró diciendo que ya era hora de que la Iglesia se ocupara de un tema tan importante como este. En cualquier caso, este documento causó sorpresa.
El Papa Francisco nos recordaba que Dios creó el mundo para “el hombre”, para todos los hombres (“varón y mujer los creó”) de todas las generaciones. El hombre es la razón de ser del mundo creado. Pero la centralidad del hombre en el mundo no lo coloca en la situación de un dominio déspota, sino para que lo trabaje, lo cultive, lo mejore y se desarrolle como persona en los distintos ámbitos (empresa, familia y sociedad). De hecho, Dios dejó el mundo incompleto -no creó las casas, ni los caminos, ni internet-, previendo que lo completáramos nosotros con el ingenio que nos dio. Cada uno de nosotros tiene, pues, la responsabilidad de mantener el mundo en condiciones para poder desarrollarse en él con sus coetáneos y para las futuras generaciones.
Pero es sobre todo a través de la actividad empresarial y de las decisiones de sus directivos como se impacta más en el medio ambiente y en la ecología humana.
Hay dos paradigmas de empresa o cosmovisiones que conllevan impactos opuestos: la oxigenación, o la contaminación medioambiental y social. Uno es la empresa como simple instrumento de obtención de beneficios económicos. Es el prisma mecanicista: cuánto mayores sean los beneficios económicos, mejor estará cumpliendo la empresa con sus funciones, siendo el medio ambiente y las personas meros instrumentos al servicio del beneficio. Esquilmar los recursos que ofrece la tierra es algo connatural a la actividad empresarial, y pensar en las necesidades de generaciones futuras que todavía no están en el mundo sería un sinsentido.
El paradigma antropológico, alineado con la encíclica, concibe la actividad empresarial como medio para satisfacer las necesidades humanas de todos los hombres. Esta concepción de la actividad económica coloca al hombre y sus necesidades en el centro. No lo instrumentaliza, sino que le sirve. Respeta el entorno natural como medio en el que el hombre se desarrolla como persona, y se preocupa de preservarlo para el hombre de hoy y de mañana. En definitiva, tiene en cuenta la ecología humana entendida como todos aquellos aspectos de la realidad, tanto materiales como inmateriales, que permiten o dificultan ese desarrollo.
De la misma manera que hubo un tiempo en el que ignorábamos el impacto negativo de nuestras industrias sobre el medio ambiente, todavía hoy muchas empresas ignoran su contribución a la destrucción de la ecología humana. Contaminan sus propias organizaciones y la sociedad con unas prácticas que las perjudican y deshumanizan, cuando no permiten que sus empleados cumplan sus roles como miembros de una familia y de una comunidad.
Preservar la salud social y la ecología de las personas, de las familias y de las comunidades humanas es tan importante y urgente para la economía como preservar el medio ambiente, cuyo deterioro no deja de ser consecuencia del deterioro de la ecología humana.
Empresarios y directivos son una piedra angular de la empresa y en la sociedad. De sus decisiones dependen la vida y el desarrollo tanto profesional como personal y familiar de muchas otras personas. Ellos son los que crean la cultura organizativa en la que viven y respiran los empleados, que puede ser oxigenante o intoxicante. De ellos depende la creación de nuevos entornos de confianza capaces de dar la vuelta al ciclo negativo y contaminante de la ecología humana al que ha dado lugar el paradigma mecanicista.
Hay que volver a poner a la persona humana en el centro del triángulo de la sostenibilidad. Ello requiere analizar el modelo de persona con el que se opera y utilizar la gafa del paradigma antropológico, el único que permite que una persona se desarrolle al completo, porque la ve tal cual es: un fin en sí mismo, con un valor único e irrepetible. La concepción antropológica de empresa construye instituciones con valores, promoviendo el desarrollo de los motivos trascendentes de las personas, los únicos que construyen comunidades humanas consistentes, confiables, comprometidas y, por ende, sostenibles. Trabajar con seres humanos completos, teniendo en cuenta sus necesidades y responsabilidades familiares, ayudando a satisfacerlas siempre que sea posible, conduce además a una mayor productividad y competitividad.
Profesora del IESE Business School, Universidad de Navarra