Evangelización

El diálogo ecuménico e interreligioso, instrumentos de paz

El ecumenismo supone renunciar a la convicción de que nuestro camino es el único posible, para empezar a pensar, juzgar y obrar desde la perspectiva de toda la familia cristiana, donde todos los bautizados tienen una fe común.

Antonino Piccione·18 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos
papa-sudan

El arzobispo anglicano Justin Welby, el Papa Francisco y el reverendo Iain Greenshields, moderador de la Iglesia de Escocia, tras un servicio de oración ecuménica en Sudán del Sur (CNS photo/Vatican Media)

Intercomunión, ecumenismo y diálogo interreligioso es el tema que centra la sesión celebrada el viernes 14 de abril, en el marco del X Curso de especialización en información religiosa promovido por la Asociación ISCOM, la Asociación de Periodistas Internacionales Acreditados por el Vaticano (AIGAV) y la Facultad de Comunicación Social Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

“Hace más de sesenta años, un acto inspirado del santo Papa Juan XXIII puso en marcha un cambio que inmediatamente tomó fuerza y determinó una nueva dirección en la vida concreta de la Iglesia católica en relación con las demás Iglesias y Comuniones cristianas”. Así se expresaba S.E. Mons. Brian Farrell, Obispo Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, sobre la creación del Secretariado para la Unidad de los Cristianos (hoy Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos), parte integrante del aggiornamento del que el catolicismo sentía desde hacía tiempo una gran necesidad.

El Secretariado, bajo la dirección de su primer presidente, el cardenal Augustin Bea, se encargó de llevar a la agenda del Concilio, entre otras cosas, la apremiante cuestión de la superación de las seculares divisiones y rivalidades en el mundo cristiano, y el restablecimiento de esa unidad querida por el propio Señor: “Ut unum sint” (Juan 17, 21). “Esta tarea en particular se presentaba”, observa Farrell, “como un reto verdaderamente difícil. Para que los católicos participaran en el movimiento ecuménico, que ya estaba tomando forma entre protestantes y ortodoxos, era necesario un cambio radical de perspectiva sobre la Iglesia, así como sobre la naturaleza y el valor de otras comunidades cristianas. Olvidamos fácilmente que la gran mayoría de los obispos que se reunieron en la Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962 para iniciar el Concilio, por su formación, estaban convencidos de que fuera de la Iglesia católica sólo existían el cisma y la herejía”.

En esta renovada visión eclesiológica, los Padres conciliares llegaron a reconocer que las demás Iglesias y Comuniones cristianas “en el misterio de la salvación no están en absoluto privadas de sentido y de valor” (“Unitatis redintegratio“, 3). En efecto, “el Espíritu de Cristo no se niega a servirse de ellas como instrumentos de salvación” (ibid.). En consecuencia, el deber de restablecer la unidad de los discípulos de Cristo se revela como una exigencia indispensable.

El diálogo

“La cuestión crucial”, según el secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, “era perfeccionar el concepto de diálogo para que los resultados pudieran traducirse en una experiencia concreta de vida eclesial, como testimonio común y servicio de amor unido”. Con la encíclica “Ut unum sint” del Papa Juan Pablo II, el diálogo se sitúa en el contexto de una profunda visión antropológica: el diálogo no es sólo un intercambio de ideas, sino que es un don de sí al otro, realizado recíprocamente como un acto existencial. Antes de hablar del diálogo como forma de superar los desacuerdos, la encíclica subraya su dimensión vertical. El diálogo no se desarrolla simplemente en un plano horizontal, sino que tiene en sí mismo una dinámica transformadora en la medida en que es un camino de renovación y de conversión, un encuentro no sólo doctrinal sino también espiritual, que permite “un intercambio de dones” (nn. 28 y 57)”.
El diálogo presupone, pues, una auténtica voluntad de reforma, mediante una fidelidad más radical al Evangelio y la superación de toda vanidad eclesial. El Papa Benedicto XVI ha profundizado aún más en el concepto de diálogo, invitando a “leer toda la tarea ecuménica”, subraya Farrell, “no en términos de una secularización táctica de la fe, sino de una fe repensada y vivida de un modo nuevo, a través de la cual Cristo, y con Él el Dios vivo, entra en este mundo nuestro de hoy”.

Según Benedicto, es necesario superar la época confesional en la que se mira sobre todo lo que separa, para entrar en la época de la comunión “en las grandes directrices de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo primitivo” y “en el compromiso común con el ethos cristiano ante el mundo” (cf. Discurso en Erfurt, Alemania, 23 de septiembre de 2011).

El intercambio de dones

En la línea de sus predecesores, el Papa Francisco ha hablado a menudo del diálogo ecuménico como un intercambio de dones. “Tal actitud ecuménica -señala Farrell- conlleva una visión elevada, teológica y espiritual, de la comunión que ya existe entre los cristianos: ‘Incluso cuando las diferencias nos separan, reconocemos que pertenecemos al pueblo de los redimidos, a la misma familia de hermanos y hermanas amados por el único Padre'” (Homilía del 25 de enero de 2018).

Ese ecumenismo supone renunciar a la convicción de que nuestro camino es el único posible, para empezar a pensar, juzgar y obrar desde la perspectiva de toda la familia cristiana, donde todos los bautizados tienen una fe común.
En su informe sobre “la Iglesia y las demás tradiciones religiosas: el diálogo interreligioso”, el padre Laurent Basanese S.J., Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, recuerda un pasaje de la Carta Encíclica del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social (3 de octubre de 2020), nº 199: “Algunos intentan huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros la afrontan con violencia destructiva, pero entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta hay una opción siempre posible: el diálogo. Mientras que en otras épocas las religiones florecieron en regiones relativamente separadas, hoy se encuentran a menudo en el mismo territorio coexistiendo o enfrentadas debido a la globalización en curso, lo que convierte el verdadero diálogo interreligioso en una cuestión crucial.

El otro

“Al prestar atención a lo que el ‘otro diferente’ tiene en común con los cristianos”, explica Basanese, “el diálogo ha introducido en la conciencia y la práctica de la Iglesia una nueva forma de considerar a las personas que no comparten la fe de la Iglesia. El ‘otro’ ya no es un ‘objeto de misión’, como consideraban los antiguos tratados de misionología, sino un sujeto al que hay que dirigirse. Hoy, sin embargo, se desea un modelo de encuentro más articulado y complejo, que tenga muchas facetas. Este modelo exige juego, es decir, discernimiento, entre las múltiples dimensiones de una misma realidad, pero también perseverancia en la intención de construir juntos un mundo en el que reine la paz, así como imaginación y creatividad en la vida cotidiana de las relaciones”.

Recordando los hitos del diálogo interreligioso en la Iglesia católica (el Concilio y la toma en serio de la globalización, la Encíclica Pacem in Terris, el diálogo institucionalizado de la Iglesia, la Encíclica Ecclesiam Suam de 1964), Basanese se detiene en la Declaración Nostra Aetate del Concilio de 1965 sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (n. 2), subrayando la base común de humanidad de la que parten: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto aquellos modos de obrar y de vivir, aquellos preceptos y doctrinas que, aunque difieren en muchos puntos de lo que ella misma cree y propone, sin embargo no pocas veces reflejan un rayo de aquella verdad que ilumina a todos los hombres. No obstante, proclama, y está obligada a proclamar, a Cristo que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres deben encontrar la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios ha reconciliado consigo todas las cosas”.

Era el final de la era eurocéntrica: se abrían nuevos horizontes para la misión de la Iglesia en el mundo, especialmente en relación con las grandes religiones. Era imposible separar el diálogo entre las distintas confesiones del proceso de construcción de la paz. A este respecto, Basanese cita a Juan Pablo II (Ceremonia de clausura de la Asamblea Interreligiosa de Asís, 28 de octubre de 1999): “Religión y paz van de la mano: declarar la guerra en nombre de la religión es una contradicción evidente. Los líderes religiosos deben demostrar claramente que se comprometen a promover la paz precisamente a causa de su fe religiosa”.

Comunidades flexibles y abiertas

Un diálogo de este tipo aspira a la reconciliación y la convivencia. Es un modelo que se opone a la “cultura de la confrontación” o “antifraternidad”. La formación de las jóvenes generaciones debe aspirar a que las personas y nuestras comunidades no sean rígidas, sino flexibles, vivas, abiertas y fraternas. Esto es posible haciéndolas más complejas, articulándolas con el “otro que ellas mismas”, aumentando su capacidad innata de creatividad.
Un diálogo así esculpido en el Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común (4 de febrero de 2019): “Adoptar la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento mutuo como método y criterio”.

Un diálogo a varios niveles que, según Basanese, el Papa Francisco, en el espíritu de Asís, condensó bien en algunos conceptos clave: “Hoy es tiempo de imaginar con valentía la lógica del encuentro y del diálogo recíproco como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento mutuo como método y criterio; y, de este modo, ofrecer un nuevo paradigma para la resolución de los conflictos, contribuir al entendimiento entre las personas y a la salvaguardia de la creación. Creo que en este campo tanto las religiones como las universidades, sin necesidad de renunciar a sus características y dones particulares, tienen mucho que aportar y ofrecer” (Universidad de Chulalongkorn, Bangkok, 22 de noviembre de 2019).

El autorAntonino Piccione

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad