“¿Se dan hoy las circunstancias para que la Iglesia latina retorne a la práctica de ordenar hombres casados, exigiéndoles la continencia?”. Y responde: “Si se piensa que la Iglesia ha tratado de reducir esas ordenaciones por sus inconvenientes, y ordenar sólo hombres célibes, no parece conveniente restaurar en las circunstancias actuales una práctica ya obsoleta”. Así escribe el actual arzobispo de Mérida-Badajoz, Mons. Celso Morga, en la revista Palabra.
En su artículo, Monseñor Celso Morga admite que, en una perspectiva histórica, “nada impide la ordenación de ancianos célibes o viudos, o incluso de personas casadas, si ambos cónyuges se comprometen a mantener la continencia”, pero recuerda que es una práctica abandonada hace tiempo, cuya restauración no considera oportuna; y que, tomada como precedente, limitaría la posibilidad de la ordenación a un compromiso de continencia, como en los primeros siglos. “Es claro que la mentalidad corriente hoy no entendería esa continencia, pero éste no era el modo de pensar en las primitivas comunidades cristianas, mucho más cercanas en el tiempo a a la predicación de Jesús y de los Apóstoles”.
Monseñor Celso Morga apoya sus argumentos, entre otros, en el cardenal Alfonso M. Stickler y en Chistian Cochini S.I., quienes “han demostrado que el celibato para las órdenes sagradas en la Iglesia de los primeros siglos no debe ser entendido sólo en el sentido de una prohibición de casarse, sino también en el de una continencia perfecta para los ordenados siendo ya casados, y que era lo normal”.
Su artículo se enmarca en el contexto del debate surgido a raíz del documento de trabajo (Instrumentum laboris) sobre el próximo Sínodo de la Amazonía, convocado por el Papa Francisco para el próximo mes de octubre en Roma. En el documento se pide que el Sínodo estudie la posibilidad de ordenar sacerdotes a personas que reúnan determinadas condiciones. Se trataría de “personas ancianas, preferentemente indígenas, respetadas y aceptadas por su comunidad, aunque tengan ya una familia constituida y estable, con la finalidad de asegurar los Sacramentos que acompañen y sostengan la vida cristiana”, pensando en “las zonas más remotas de la región”, dice el documento (n. 129), tras señalar que “el celibato es un don para la Iglesia”.
Hasta ahora, los obispos españoles no se habían pronunciado explícitamente sobre este punto del documento de trabajo del Sínodo. El arzobispo Morga es el primero que lo hace, al menos con una relevancia pública, quizá por el bagaje que supone haber sido Secretario de la Congregación para el Clero en la Santa Sede.
En el número de abril, el corresponsal de Palabra en Brasil, Joao Carlos Nara Jr., inició una serie de crónicas de la revista sobre la Amazonía, en la que señalaba, entre otros aspectos, que para “remarcar hoy una Iglesia con rostro indígena”, a la que se ha referido el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, “algunos sectores defienden también una flexibilización de la praxis latina sobre el sacerdocio ministerial motivada por la escasez de clero”.
Por su parte, el arzobispo Sviatoslav Shevchuk, de Ucrania, se ha referido también a este punto propuesto para el Sínodo. En la experiencia de la Iglesia greco-católica en Ucrania, que admite la ordenación de hombres casados, “el estado familiar no favorece el aumento de las vocaciones al sacerdocio”, afirma. Recomienda que el tema se enfoque desde “lo esencial, que es la vocación al sacerdocio” como una llamada de Dios.
Mons. Celso Morga señala también en su artículo que “la historia de la Iglesia muestra la unión profunda entre el celibato de los ministros sagrados y el lenguaje y espíritu del Evangelio. Lejos de ser una disposición de origen puramente eclesiástico, humana y susceptible de derogación, aparece como una práctica con origen en el mismo Jesús y en los Apóstoles, mucho antes de ser establecido por las leyes”.