Educación

Educar las virtudes inspirados por Tolkien

Ayudar a los jóvenes a formarse para crecer en virtudes humanas puede realizarse de muchas maneras. Una de ellas es tomando ejemplos de las obras de Tolkien.

Julio Iñiguez Estremiana·14 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 7 minutos

(Unsplash / Priscilla Du Preez CA)

Había fallecido Juan Pablo II -2 de abril de 2005-, el Papa de mi juventud, a quien había seguido siempre que viajó a España, junto con otros muchísimos jóvenes de mi generación, y decidí organizar una peregrinación a Roma con mis alumnos para asistir a su funeral -8 de abril-. Lo propuse a los mayores del colegio donde trabajaba sin omitir ninguna de las posibles incomodidades que tendríamos que sufrir; y tuvo la idea tan buena acogida, que muchos interesados no pudieron venir porque no conseguimos suficientes pasajes de avión.

No hubo ni una queja por llevar siempre la mochila a cuestas, ni por dormir en el suelo en las inmediaciones de Castell Sant’Angelo, ni por el madrugón para llegar a un buen sitio en la Plaza de San Pedro, como de hecho logramos. No hubo ni una sola queja por motivo alguno.

Para mí, siempre lo he reconocido así, esa aventura supuso una gran lección que nunca he olvidado: los jóvenes son capaces de mucho más de lo que solemos imaginar. Volvimos a Madrid muy satisfechos de la decisión tomada, con la satisfacción interior de haber participado en el solemne funeral de un Papa muy querido y muy santo; y, al mismo tiempo, encantados con la aventura que habíamos vivido juntos.

Esta respuesta recia y generosa en favor del bien del grupo (para realizar el plan previsto y que todos lo pasáramos bien) mostró las virtudes de quienes formaron el grupo. Y digo virtudes y no valores, como es más frecuente nombrarlas hoy día, porque los valores basta con conocerlos intelectualmente; en cambió las virtudes hay que vivirlas, lo cual supone siempre un vencimiento personal sobre nuestra tendencia natural a la comodidad. Uno puede saber que llegar puntual a clase es un valor importante, pero vivir la virtud de la puntualidad exige dejar el partido de fútbol del recreo con tiempo suficiente para llegar a clase a su hora, un día, otro día… y todos los días-.

Valores y virtudes

Los valores son principios que nuestra inteligencia acepta como importantes, beneficiosos y deseables, y que nos sirven de guía para comportarnos bien y vivir de manera positiva; por ejemplo, la honestidad, el respeto y la amabilidad. Los valores pueden abarcar aspectos morales, culturales, estéticos, sociales y materiales, etc. Son conceptos intelectuales que nos sugieren que una determinada conducta personal o social es mejor que otra distinta.

Hoy en día se habla mucho de “educar en valores”. En realidad, no existe otro modo de educar que no sea en valores. Sólo en referencia a ellos podemos discernir lo que es bueno y lo que es malo; pero existen diferentes categorías de valores: cristianos, comunistas, musulmanes, los de una cultura oriental, etc. Y es muy importante decidir cuáles son los que guían nuestra tarea educativa y nuestra vida. Para que no quede duda alguna, aquí tomamos como referentes los valores cristianos.

La ética clásica distingue claramente el bien del mal; en cambio, el concepto de “valor” –que aparece en el siglo XX– podemos utilizarlo indistintamente para hablar del bien o para hablar del mal; aunque, eso sí, diferenciamos entre valores positivos y valores negativos o antivalores.

Aristóteles y santo Tomás de Aquino, por el contrario, distinguen el bien del mal con términos diferentes: virtud y vicio. La virtud -según su etimología procede de la palabra latina vis, que significa fuerza y sugiere impulso para hacer lo correcto- es un hábito bueno fijado en la voluntad de una persona que la dispone interiormente a obrar el bien; mientras que un vicio es un defecto –santo Tomás hablaba del “vicio” de una silla cuando está mal construida–, y puede darse en el terreno de cualquier virtud; pero aclara que no basta con un acto puntual, sino que “un vicio” es una inclinación, un modo de ser que nos aparta del bien.

Las virtudes, como ya se ha dicho, son fortalezas del carácter que nos ayudan a ser buenas personas. Desde la Antigüedad se habla de cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, de las cuales derivan todas las virtudes humanas. Además, aunque sólo sea mencionarlas, contamos con virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que Dios nos da gratuitamente y son ayudas más poderosas que las cardinales.

Así, pues, los valores son los conceptos intelectuales que consideramos importante para discernir que una determinada conducta es mejor que otra, personal o socialmente; mientras que las virtudes van más allá: son como “superpoderes” que nos ayudan a hacer el bien de manera consistente y voluntaria. Por ejemplo, uno puede tener claro en su pensamiento que la honestidad -entre otras cosas, la capacidad de tratar a las personas como iguales y entendiendo que todos deben tener las mismas oportunidades- es muy importante para la convivencia; pero ser honesto le exige ser justo en los juegos con otros, para que todos los participantes sigan las reglas, sin engañar a los demás ni hacer trampas; y también le ayuda a comportarse así.

«La virtud no es algo improvisado -explicó el Papa Francisco en la Audiencia General del 13 marzo de 2024-; por el contrario, es un bien que surge de una lenta maduración de la persona, hasta convertirse en su característica interior».

Por otro lado, el término “virtud” está ganando adeptos en la actualidad:

· En la empresa, algunos problemas laborales se podrían solucionar desarrollando virtudes; por ejemplo: ciertas dificultades para cumplir con el trabajo, para ser puntuales, para trabajar en equipo, cumplir la palabra dada, etc.

· En el ámbito de la educación, uno de los objetivos que buscamos es el desarrollo humano integral, lo cual se concreta en desarrollar virtudes humanas. En algunas universidades como Oxford o Birmingham, hay ya investigaciones muy desarrolladas sobre esto.

El precio y la recompensa de las virtudes

Es este un buen momento para empezar a dejar claras algunas cuestiones fundamentales:

· Las virtudes las necesitamos para hacer el bien y luchar contra el mal; son una ayuda imprescindible para ese fin: como el viento en las velas de una embarcación, que la empujan hacia su destino, aliviando el esfuerzo de los remos.

· Desarrollar las virtudes supone una voluntad entrenada para el esfuerzo y el sacrificio. Querer una vida virtuosa exige poner el dolor y el sufrimiento en un lugar importante de nuestra vida; sí o sí tengo que renunciar a lo que me apetece y hacer lo que toca en cada momento; pero esto no significa que mi vida sea voluntarista y triste: el amor es lo que hace posible que podamos sobrellevar el dolor y el sacrificio con alegría y ser muy felices aún con penalidades. Lo expresa muy bellamente una jota navarra, que dice: «Atravesé las Bardenas, aunque nevaba y llovía, pero como te iba ver, me pareció primavera».

Además, cuando son para alcanzar el bien, encontramos sentido a la fatiga y al sufrimiento, y nos proporcionan felicidad.

La siguiente escena de “El Señor de los Anillos” es una buena ilustración. En un momento de abatimiento por la extrema debilidad tras días sin probar bocado y por la seria amenaza a la Misión, al observar los ejércitos de Mordor,

“de pronto, lejana y remota, como surgida de los recuerdos de la Comarca, iluminada por el primer sol de la mañana, mientras el día despertaba, y las puertas se abrían, oyó la voz de Sam: -¡Despierte, señor Frodo! ¡Despierte! -Si la voz hubiese agregado: «Tiene el desayuno servido» poco le habría extrañado.” Era evidente que Sam estaba ansioso.

-¡Despierte, señor Frodo! Ellos se han marchado, y lo mejor será que también nosotros nos alejemos de aquí.

-¡Ánimo, señor Frodo!

“Frodo levantó la cabeza, y luego se incorporó. La desesperación no lo había abandonado, pero ya no estaba tan débil. Hasta sonrió, con cierta ironía, sintiendo ahora tan claramente como un momento antes había sentido lo contrario, que lo que tenía que hacer, lo tenía que hacer, si podía, y poco importaba que Faramir o Aragorn o Elrond o Galadriel o Gandalf o cualquier otro no lo supiera nunca. Tomó el bastón con una mano y el frasco de cristal con la otra. Cuando vio que la luz clara le brotaba entre los dedos, lo volvió a guardar junto al pecho y lo estrechó contra su corazón. Luego, volviendo la espalda a la ciudad de Morgul, se dispuso a ir camino arriba.”

Y Frodo se animó con el vívido recuerdo de la Dama Galadriel obsequiándole en Lothlórien la pequeña redoma que le estaba iluminando.

“Y tú, portador del Anillo -dijo la Dama, volviéndose a Frodo-. Para ti he preparado esto. Alzó una pequeña redoma, que centelleaba, cuando ella la movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano. En esta redoma -dijo Ella- he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará todavía más en medio de la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel!”

Este episodio muestra muy claramente como a Frodo, el recuerdo de Galadriel le infunde ánimo y coraje y, por el amor que le profesa, se decide a seguir de nuevo camino arriba; y al mismo tiempo, la luz que surge de la redoma que Ella le dio le impulsa para llevar a cabo la Misión, consistente en destruir el Anillo en Mordor, para librar al mundo de la esclavitud de Sauron.

Conclusiones

Las virtudes humanas son hábitos que el hombre adquiere con esfuerzo continuado, que le hacen mejor persona, que le impulsan para obrar bien de modo permanente y estable y le ayudan a alcanzar una vida lograda que llamamos “vida virtuosa”; la cual no consiste en una pesada carga, o en cumplir sin más un conjunto de normas y sacrificios. A contrario, el empeño por ser íntegro le hace a uno mejor y más feliz.

El camino que es necesario seguir para desarrollar virtudes es arduo, pues no basta con empezar un día a estudiar a la hora prevista, para adquirir la virtud de la diligencia, sino que es preciso que, libre y voluntariamente, vivamos actos de diligencia todos los días -y si fallamos, recomenzamos-; esta perseverancia irá forjando en nuestra voluntad la firme disposición para ser diligentes de ordinario; al mismo tiempo, comprobamos que cada vez nos resulta más fácil hacer las tareas a su hora, con sencillez y agrado. Y esto se puede aplicar a todas las virtudes humanas.

Pero en el desarrollo de virtudes por parte del muchacho o la muchacha, además de la repetición de actos, también tiene gran importancia la dimensión afectiva: no son pocos los chicos superados por dificultades con la virtud de la pureza, que no no consiguen atajar, aunque lo intentan; pero de pronto, se enamoran y son correspondidos, y de repente desaparecen esas dificultades. El amor genera una fuerza, una energía interna, que ayuda a superar todas las dificultades.

Los próximos artículos los dedicaremos a las virtudes humanas, recordando en qué consisten y mostrando como ayudar a los hijos y alumnos a desarrollarlas y adquirirlas. Una de mis fuentes de inspiración será la literatura de Tolkien, quien creó una mitología con la inequívoca intención de animar a sus lectores a iniciarse en el camino del bien y en la lucha contra el mal, y en la que sus protagonistas destacan por vivir las virtudes que llamamos humanas -la fortaleza, el desprendimiento, el espíritu de servicio, la solidaridad, etc.-, en su empeño por hacer un mundo mejor. También procuraré mostrar abundantes y variados testimonios actuales que nos puedan servir de ejemplo.

El autorJulio Iñiguez Estremiana

Físico. Profesor de Matemáticas, Física y Religión en Bachillerato

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