Familia

Educar en la templanza

Educar en la templanza puede ser complicado en ocasiones, especialmente cuando el ambiente, como el actual, no invita a refrenar ninguna apetencia. Sin embargo, es clave para la maduración de cualquier persona.

José María Contreras·3 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
compras

Escucha el podcast que acompaña este comentario para saber más sobre la educación en la templanza.

Ir a descargar

La templanza, como cualquier virtud, es tremendamente positiva: Hace que la persona sea capaz de ser dueña de sí misma y pone orden en la sensibilidad, afectividad, gustos y deseos.

Por eso, cuando un hijo nos pide algún deseo y los padres se lo negamos, es fácil que le demos respuestas como que no nos podemos permitir ese gasto o cosas por el estilo. Eso sólo es parte de la verdad y, además, tiende a que los hijos vean la sobriedad como algo negativo; piensan que cuando tengamos más dinero lo haremos. No es así.

La templanza nos procura un equilibrio en el uso de los bienes materiales que nos hace libres para aspirar a bienes más altos.

Para educar en la austeridad hay que tener valor: muchas veces exige enfrentarse a los hijos y a la corriente por donde va la sociedad. Pero ése es el camino. O se tiene ese valor o no se hace nada.

El placer es bueno, no podemos caer en la cortedad de pensar que es algo negativo para la persona. Pero tampoco podemos caer en la tentación de negar el hombre es un ser que, por naturaleza, tiene desordenadas las pasiones. Pablo de Tarso decía que “hacia el mal que no quería y que dejaba de hacer el bien que quería”. Es de suponer que no siempre ocurría así, pero aun siendo algo puntual, él se quejaba de esto.

Es como si el mal, se hubiera insertado en el corazón humano y el hombre tuviera que defenderse de él. Cuando decimos que sí, todo son facilidades. Facilidades con desasosiego muchas veces, pero facilidades.

Tenemos que acostumbrarnos a decirnos que no y en esa lucha interior por hacer el bien, algunas veces con victorias y otras con derrotas, es cuando viene esa paz que deseamos. Decir que no en muchas ocasiones es alejarse del mal.

Cuántas adicciones, que tanto están haciendo sufrir a tantas personas, se hubieran evitado si se hubiera educado a los hijos en negarse aquello que les perjudica, aquello que objetivamente es malo.

Hay personas que son incapaces de decir “no” a los impulsos del ambiente o a los deseos de quienes les rodean. Son personas despersonalizadas, no son libres porque son llevadas por lo deseos de otro sin poder renunciar a ellos.

Decir que “no” a algunas cosas, en el fondo, es comprometerse con otras. Es la manera de demostrarse a sí mismo que uno tiene valores.

Decir que “no” supone comprometerse con lo que realmente se estima y darlo a conocer con nuestra vida, con lo que hacemos.

Una persona que no se esfuerza por vivir la sobriedad, la templanza, termina siendo incapaz de decir que no a las sensaciones que el ambiente despierta en él. Termina buscando la felicidad en sensaciones falsas, fugaces, que por ser pasajeras, nunca satisfacen.

Me comentaba un amigo que su hijo pequeño le había preguntado que por qué, si teniendo dinero, no se aprovechaba de ello y pedía siempre lo mejor en los restaurantes. Aproveché para explicarle que la sobriedad, la templanza, no depende de que se tenga mucho o poco dinero. Son virtudes, valores que tiene uno que vivir independientemente del coste o del pagador. Así una persona con mucho dinero puede ser sobria y templada y un pobre de solemnidad puede ser muy poco templado.

La templanza es indispensable para poner un poco de orden en caos que el mal impone a la naturaleza humana.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica