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Educación digital. El delicado equilibrio

Familias y educadores se encuentran con un complejo ecosistema de pantallas en las que, en ocasiones, la gestión de tiempo, libertad y necesidad se antoja difícil. La tecnologización de la vida es ya una realidad con la que convivimos y ante la que, como en todo, lo principal es “meter cabeza”. 

Maria José Atienza·19 de septiembre de 2021·Tiempo de lectura: 6 minutos
Jóvenes haciéndose un "selfie".

Sólo en el primer trimestre de 2021 el número de móviles vendidos alcanzó los 354,9 millones en todo el mundo, y se calcula que el 70% de la población mundial dispone de un teléfono móvil. Según los datos que publica Ditrendia, más de la mitad del tráfico web en el mundo se realiza desde el móvil, y la media de tiempo de uso supera ya las 3 horas y media. Sumando las horas, dedicamos al móvil más de mes y medio al año -48 días- ya sea por gestiones, compras online o consumo de ocio a través de los dispositivos móviles. 

Nuestro mundo es un mundo de pantallas, y esto no significa que sea peor o mejor que los anteriores o los futuros. Es el que es, y por ello, conocer y entender este entorno digital, así como, ser conscientes de que la tecnología puede ser una aliada y no una enemiga en nuestro día a día, no puede verse como una utopía sino como“una necesidad”. Así piensa María Zalbidea, analista de tendencias y madre de 4 hijos que se ha convertido en una referencia en el ámbito de lo que podríamos llamar “educación digital”. 

Desde hace años, a través de su blog Cosiendo la brecha digital, el libro del mismo título y colaboraciones con distintas entidades, María ayuda a familias y educadores a entender y gestionar el mundo digital en el que nos encontramos y los comportamientos derivados de esta realidad que afectan, en gran medida, a las relaciones familiares. 

Con gran claridad explica a Omnes que “es un ejercicio de responsabilidad paterna saber qué están haciendo tus hijos en internet, qué les gusta ver, compartir, con qué vibran…a partir de ahí tendrás materia para poder educar, charlar con ellos y conectar de verdad con tus hijos. Si no entendemos que la tecnología puede ser una aliada en lugar de una intrusa y una enemiga, seguiremos dando la espalda a la realidad del mundo en el que viven nuestros hijos. Eso no excluye que tenemos que ser conscientes y trabajar mucho en las familias sobre lo bueno que podemos extraer de esa tecnología que se ha instalado en nuestros hogares y aprender a usarla en nuestro beneficio”.  

La pandemia tecnológica

El primer trimestre de 2020 precipitó la digitalización de muchos de nuestros comportamientos. La llegada de la pandemia, el confinamiento y la alteración de las rutinas laborales y sociales de millones de personas hizo que, durante el primer estadio de la pandemia, el tiempo de uso de las aplicaciones móviles creciera un 30 % en China, en Italia un 11 % mientras que en países como Chile o España el crecimiento experimentado fue en torno a un 6 %. 

Hay que señalar que, durante estos meses, la tecnología permitió y facilitó aspectos tan importantes como la continuidad del trabajo  y el estudio o las clases online. También sirvió, en no pocas ocasiones, para conocer y ser conscientes de los hábitos tecnológicos de las personas con las que convivimos. 

En cierta medida, la convivencia casi obligada con la tecnología ha recortado distancias en muchas familias en la que, en ocasiones, los padres se veían casi superados por la rapidez y volatilidad de los avances y modas digitales, víctimas de lo que Zalbidea denomina “la brecha digital intergeneracional”, que como ella destaca “existe y va a existir siempre. Pero como padres no podemos tirar la toalla y debemos empezar cuanto antes a coserla con puntadas, con un hilván o con grapas si hiciera falta. Si no, nos perderíamos una ocasión magnífica para educar a nuestros menores. La transformación digital que vivimos hace que todo vaya demasiado deprisa, y los padres de hoy día, somos de las primeras generaciones que educamos en un mundo hiperconectados pero es una aventura apasionante que debemos de tomar con entusiasmo. El secreto es lo de siempre: tiempo, dedicación y cariño. Con estos ingredientes conseguiremos sortear este tsunami digital y subirnos incluso a la ola”. 

A día de hoy, se han asentado comportamientos digitales encaminados a facilitar nuestra vida, como las gestiones bancarias, o las compras online en grandes negocios, pero también en entornos locales; el móvil se erige, además, como principal dispositivo de ocio, especialmente entre los más jóvenes.  Todos estos datos nos muestran un paisaje claro: vivimos en una sociedad tecnologizada. Han cambiado hábitos, se han simplificado tareas y nacen profesiones que hace, no sólo diez sino cinco años, no existían. Al tiempo, como es natural, emergen problemas derivados de la omnipresencia de los dispositivos en nuestra realidad cotidiana y a edades cada vez más tempranas. 

Son frecuentes los conflictos familiares por un uso inadecuado de la tecnología, ya sea por exceso de tiempo o por problemas más preocupantes, como pueden ser la adicción a juegos online, la relación con desconocidos, el acceso a contenidos inadecuados y la sobreexposición de menores (y mayores) o el ciberacoso, que, según los datos ofrecidos por GAD3 para Empantallados, encabezaban la preocupación de los padres viendo el comportamiento digital de sus hijos durante el confinamiento.

En este sentido, Zalbidea apunta un tema clave: si los padres o educadores no tienen, y muestran, una relación sana con el mundo digital, no la tendrán los más jóvenes. “Hablamos demasiado del uso que hacen los menores de la tecnología y nos miramos poco a nosotros mismos”, apunta esta analista de tendencias. “Cada vez estoy más convencida de que, nosotros como padres y educadores, somos los que marcamos qué relación queremos que, en nuestra familia, se tenga frente a la tecnología. De cómo utilices tú los dispositivos depende cómo se relacionan los más pequeños con ellos. Los menores nos observan, tienen que ver que procuramos tener un cierto autodominio sobre los dispositivos, que también luchamos por desconectar, que entendemos la tecnología como un complemento en nuestra vida, que tratamos de hacer un buen uso en definitiva de los medios…”. 

Conocer la identidad digital

Hacer un “censo digital” de dispositivos y dibujar un “perfil tecnológico” de los miembros de la familia son dos de las recomendaciones que, como experta en este ámbito, hace María Zalbidea a los padres cuando habla de una sana vida digital. Para Zalbidea, “es fundamental recoger datos, y más datos… Vivimos en la era del big data y todos sabemos que los datos son el petróleo del siglo XXI. Cuanto más en nuestros hogares debemos conocer qué es lo que hay”. 

¿Cuántos móviles tenemos cada miembro de la familia?, ¿conozco los perfiles de redes sociales de mis hijos?, o, ¿qué información comparto de los miembros de mi familia y a quién?, ¿cuántas veces al día miro el móvil? Todos estos datos, puestos sobre el papel, pueden asustar, porque, en muchas ocasiones, no somos conscientes ni tan siquiera de nuestra propia relación con la tecnología… pero es clave realizar este estudio personal y familiar para conocer cada vez mejor a nuestros hijos o alumnos, con el fin de “acompañarlos en este entorno digital en el que crecen y a lanzarlos para comerse el mundo en analógico y en digital. Una vez que medimos la temperatura tecnológica de nuestro hogar somos capaces de dibujar un plan a medio, corto o largo plazo que nos encaje y nos ayude”. 

Con miedo no se puede educar

Llegados a este punto surge otra de las preguntas clave en esta relación: ¿cómo superar el miedo que podemos tener a que nuestros menores se sientan vigilados y logremos lo contrario a lo que se busca? “Atrévete”, responde tajante Zalbidea, “dedica tiempo a esa plataforma que se llama Twicht que tanto le gusta a tu hijo adolescente, pregúntale quién es Ibai Llanos, qué app utiliza para hacer esos videos tan chulos que hace para los cumpleaños de sus amigos…  Eso te dará muchas pistas y te acercará a tus hijos. 

Pero, sobre todo, quítate los miedos. Con miedo no se puede educar bien. Los padres sabemos mucho más que ellos de todo: a experiencia de vida no nos ganan, aunque sepan configurar mejor los dispositivos. No saben tanto, de verdad, tenemos que conseguir no perder la autoridad delante de ellos haciéndoles ver tantas veces lo inmigrantes digitales que nos sentimos. Es el momento de hacer un curso, leer un buen libro, escuchar un podcast… Hay muchos recursos en la red que nos pueden ayudar a enfocar la educación digital como un acompañamiento. No podemos estar todo el día pensando que debemos vigilar lo que hacen: es más cuestión de guiar y acompañar para conectar con ellos y así poder protegerles”. 

Predicar con el ejemplo 

La inquietud de padres y educadores no es vana. A los problemas físicos relacionados con la obesidad o las pérdidas de visión que está generando la sobreexposición a las pantallas se suman los no menos preocupantes problemas de salud mental: ansiedad, estrés, insomnios, vejaciones, trastornos alimenticios, ciberacoso y depresiones que se relacionan directamente con la constante presencia en redes sociales. 

La necesidad de una dieta sana en el ámbito digital es tan importante como en el ámbito físico. Y la realidad es que la “falta de cabeza” en la red no es sólo patrimonio de los adolescentes. En torno al 25 % de los niños tiene presencia en internet incluso antes de nacer, porque sus padres publican imágenes de las ecografías durante el embarazo. Unas cifras que, desde el nacimiento y hasta los 6 meses de vida avanzan hasta superar el 80 % de los niños. Se comparten y publican no sólo fotografías sino, también,  explicaciones de lugares, aficiones, juegos que les gustan, comidas e incluso, momentos “vergonzantes” como rabietas o el baño son exhibidos en la red. Una situación de clara inseguridad digital real a la que exponemos a nuestros menores.

Ante este tipo de comportamientos, María Zalbidea es clara: “Nunca ha sido tan importante educar con el ejemplo. Nosotros somos los primeros que tenemos que demostrar que somos capaces de cuidar y gestionar la huella digital de nuestros hijos, desde que son bien pequeños, sin someterlos a una sobreexposición desmedida. 

Si nosotros no cuidamos la actitud reflexiva ante lo que leemos y compartimos en las redes sociales ¿cómo vamos a pretender que lo haga un adolescente? Si nosotros estamos siempre mirando las actualizaciones de nuestros smartphones ¿cómo vamos a pedir a ellos que tengan medida y tiempos responsables de uso? 

Sin embargo, si ven que tenemos intención de cuidar nuestro bienestar digital y el de los miembros de la familia, eso ayudará a que nuestros menores tengan ilusión por gestionar su relación con la tecnología de una forma responsable y saludable”.

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