Ecología integral

María García-Nieto: “La praxis del gobierno de la Iglesia tiene que comenzar a incluir mujeres”

María García-Nieto es profesora de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra y subdirectora del Máster en Formación Permanente en Derecho Matrimonial y Procesal Canónico. En esta entrevista destaca la necesidad de comprender bien el significado de una institución jerárquica como la Iglesia y el papel de laicos y laicas en su gobierno.

Maria José Atienza·13 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos

En los últimos años, la presencia de mujeres en cargos de responsabilidad dentro de la Iglesia ha pasado a ser algo normal. Si bien, en la estructura de la Santa Sede la presencia de mujeres apenas supera el 23 % en puestos de gobierno, este porcentaje aumenta de manera notable en el ámbito diocesano. Una praxis necesaria para que, dentro de los límites propios de su naturaleza, la Iglesia responda, en sus instituciones y puestos de gobierno, con la realidad de la acción de la mujer en la actualidad. 

En su libro, usted apunta a hechos históricos que han consolidado problemas de autonomía para las mujeres en la Iglesia. ¿Siguen presentes en la Iglesia?

—Bueno, no solo en negativo. En la historia de la Iglesia hubo mujeres -sobre todo en la Edad Media- que gozaron de un enorme poder. Pienso ahora en la Abadesa del monasterio de las Huelgas (Burgos), una figura con potestad cuasiepiscopal. El mismo Papa respaldaba su autonomía frente a los obispos y nuncios. También es verdad que tenemos el ejemplo contrario. 

Actualmente, en el ámbito de la vida contemplativa tenemos el problema de la edad, llevamos tiempo con esto. Hay monasterios con un número muy reducido de monjas y de edad avanzada, que se enfrentan a enormes desafíos por la salud, la soledad, de tipo económico. 

El Papa Francisco ha visto la solución en las confederaciones de los monasterios, en unirlas. Esto, algunos lo han denunciado como una injerencia de la autoridad y otros lo consideran exactamente lo opuesto. Es verdad que para una monja mayor dejar el monasterio en el que desea morir tiene tintes dramáticos. Al mismo tiempo, no se les puede dejar solas… Tal vez sea un problema casi similar al que muchas familias se encuentran con sus mayores. Es fácil opinar, pero no es un asunto que tenga fácil solución. 

El mundo, en los últimos decenios, ha vivido un proceso de cambio en el papel de la mujer y términos como empoderamiento o liberación han pasado a primera plana. ¿Son aplicables en la Iglesia? 

—Se utilizan mucho estos términos: empoderamiento, liberación, emancipación. Pero su significado tiene muchas connotaciones, no todos entendemos lo mismo. Las ideologías, tan propias de nuestro tiempo, han impactado enormemente sobre estas palabras, cambiando o transformando su significado. 

Por otro lado, creo que es notable que las mujeres de hoy tenemos un lugar en la sociedad muy distinto al que tuvieron nuestras abuelas. Para llegar a realizar este cambio fueron muchas las mujeres que tuvieron que trabajar y arriesgar mucho, tenemos que estar agradecidas. Pero, al mismo tiempo, aunque provocar cambios sociales puede requerir, al principio, de cierta fuerza, creo que es un error ver la “liberación de la mujer” en términos de violencia o competencia con el varón. 

El mundo necesita de paz, y esto también en este campo. En concreto, el cristianismo es una religión de paz. Por esto no veo adecuado que algunos grupos generen violencia o desunión en la Iglesia bajo el pretexto de una mayor valorización de las mujeres. Hay que seguir trabajando, sin duda, pero desde la concordia y la paz cristianas. 

¿Cómo respalda el Derecho Canónico no sólo la posibilidad, sino la necesidad de la participación de mujeres en el buen gobierno de la Iglesia?

—En realidad, el Derecho Canónico no dice nada de que sea necesario contar con mujeres en el gobierno. Es más bien la praxis del gobierno la que tiene que comenzar a incluirlas. Para esto es necesario que la autoridad de la Iglesia descubra el gran valor de la aportación de las mujeres en la toma de decisiones. 

En materia jurídica, el límite de la mujer en el gobierno de la Iglesia es el de cualquier laico. ¿Existe aún clericalismo en este ámbito de gobierno eclesial? 

—Hace unos años el Papa Francisco modificó en el Código de Derecho Canónico, el requisito de ser varón para recibir los ministerios laicales de acólito y lector. Con este cambio se puede decir que, en la legislación universal de la Iglesia, no hay diferencias entre un varón y una mujer laicos.

Usted habla de un proceso de profundización en la antropología y un desarrollo de ésta en igualdad y corresponsabilidad ¿Se corre el riesgo de perder esta base en favor de un “derecho a tener derechos” como existe en el plano civil?

—En ocasiones parece que hay personas que priorizan el control sobre las cosas por encima de la justicia y la verdad. Sin embargo, aunque pueda parecer un riesgo, es el único camino. En la sociedad civil occidental el problema no está en la igualdad o en la justicia, sino en la negación de que exista una verdad. Es un asunto que se refleja muy bien en el último documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita. 

No podemos olvidar que estamos ante una institución jerárquica ¿Hasta qué punto llega la potestad por el sacramento del orden y dónde se abre el campo laical? 

—Es propio de la Iglesia la organización jerárquica, no puede renunciar a ella sin perder su identidad. En ella los sacerdotes son necesarios, pero también lo son los laicos. Y a la vez, el trabajo que realizamos no nos otorga la dignidad sino el que somos hijos de Dios, y esto es el fundamento de la igualdad de todos los fieles. Tendríamos que fomentar más la conciencia de que en la Iglesia no hay fieles de primera o segunda categoría, todos tenemos la misma. Además, la labor del sacerdote necesita de la del laico y viceversa. No estamos ante ámbitos aislados o contrarios, sino complementarios.

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