Hoy muchos piensan que se es más libre -y más feliz- en la medida que uno se mantiene libre de vínculos. Que los lazos con los demás son ataduras que limitan y, a la larga, aprisionan. No es fruto del azar que pensemos así.
El liberalismo imperante en occidente nos ha ido introduciendo en estilos de vida cada vez más individualistas y autorreferenciales.
Las relaciones personales, desde esta óptica, se convierten en un instrumento para conseguir nuestros fines, o en un lastre que impide hacer lo que uno quiere. Se genera así lo que Bauman ha calificado como la “condición líquida” de las nuevas generaciones: individuos “sueltos”, sin raíces en el pasado, con una identidad volátil y poca proyección hacia el futuro.
Esta pobreza de vínculos conduce a la soledad. Por eso los recientemente creados “ministerios de la soledad” no son ocurrencias de gobiernos originales, sino un intento de dar respuesta a un problema cada vez más extendido.
Los vínculos están para unir, no para atar. Las relaciones humanas son en sí mismas una riqueza, porque nos permiten salir de nosotros mismos y recibir de los demás. Si esto ocurre en un contexto de amor incondicional, como la familia, el bien es incalculable. Por eso el mayor tesoro para cada persona deberían ser “los suyos”.
La neuropsiquiatra italiana Mariolina Ceriotti, a quien he citado en otras ocasiones, afirma que los vínculos no son el problema, sino más bien la falta del equilibrio adecuado entre ellos. Para que una relación funcione es muy importante ocupar una posición adecuada en la familia, respetar los límites de cada uno y mantener la distancia idónea en la relación con otras personas. A menudo, muchas crisis personales y familiares tienen que ver con el fallo de alguno de estos aspectos.
Hoy más que nunca es importante cuidar nuestros vínculos personales, especialmente los familiares y de amistad. Cultivarlos como aquella planta que más apreciamos. El verano nos pone por delante un tiempo privilegiado para hacerlo.
El tiempo compartido pone a prueba el necesario equilibrio de los vínculos: puede ser un momento de separación o de mayor unión.
Mi propuesta no puede ser otra: debería ser tiempo para asumir que las relaciones familiares son una prioridad; un momento de aprovechar el espacio compartido para conocerse mejor; para hacer sentir especiales a los que nos rodean; para compartir tareas y responsabilidades; para fomentar el entretenimiento creativo y limitar el meramente pasivo.
Para disfrutar, en definitiva, de la vida en familia como lo que es: un auténtico regalo para todos.