Al terminar el Concilio de Elrond, la discusión de quién sería el encargado de la Misión generó un ruidoso tumulto. Frodo había asistido y aprendido muchas cosas sobre el Anillo de poder que él portaba. Al fin, haciendo un esfuerzo para hacerse oír, dijo: «Yo llevaré el Anillo… Aunque no sé cómo.»
En medio del silencio de todos los asistentes, habló Elrond: «Si he entendido bien todo lo que he oído, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá.»
Recientemente he terminado de leer otra vez El Señor de los Anillos, ese magistral libro de J.R.R. Tolkien, situado entre los diez libros más vendidos de toda la historia. Es de ficción, sí; pero contiene muchísimas enseñanzas útiles para nuestras vidas y aplicables para la formación de nuestros hijos y alumnos.
Por eso hoy he decidido inspirarme en esta maravillosa obra que es continuación de El Hobbit, pero con una construcción geográfica y moral muchísimo mayor. El propio Tolkien afirmó: «El Señor de los Anillos está escrito con la sangre de mi vida». Y es justamente gracias a esa gran entrega por la que Tolkien logró crear una historia que cuanto más la lee uno, más aprende con ella. Vamos con algunas de esas lecciones.
Todos tenemos una misión que cumplir
No han contado con nosotros para nacer, no hemos elegido las cualidades, pocas o muchas, que nos adornan, no elegimos ser quienes somos: todo esto y muchas cosas más las recibimos de Dios y de nuestros padres. Cuando Dios piensa en cada uno de nosotros para darnos la vida, también piensa en la misión que debemos realizar. Lo que sí elegimos, en cambio, es cumplir o no esa misión que se nos encomienda, empezando por descubrirla. Bilbo no eligió que Gandalf llamara a la puerta de su cueva-hobbit, pero dijo sí a llevar a cabo la misión que le encomendó. Lo mismo que su sobrino, como contamos a continuación.
Frodo había asistido al Concilio de Elrond donde aprendió muchas cosas sobre el Anillo de poder que él portaba. Le había quedado claro que destruirlo era una necesidad irrenunciable para la paz del mundo libre. Y aunque sintió “un irresistible deseo de descansar y quedarse a vivir en Rivendel junto a Bilbo”, al fin habló haciendo un esfuerzo, y oyó sorprendido sus propias palabras, como si algún otro estuviera sirviéndose de su vocecita: «Yo llevaré el Anillo [a Mordor] -dijo- aunque no sé cómo».
En medio del silencio de todos los asistentes al Concilio, habló Elrond: «Si he entendido bien todo lo que he oído, creo que esta tarea te corresponde a ti, Frodo, y si tú no sabes cómo llevarla a cabo, ningún otro lo sabrá».
Así fue como Frodo se ganó el título de Portador del Anillo, es decir, protagonista de la guerra contra Sauron, Señor Oscuro de Mordor, “Gran Peligro” que amenazaba con esclavizar a todos los Pueblos de la Tierra Media: una lucha a vida o muerte por preservar la libertad de Elfos, Hombres, Enanos y Hobbits.
De manera similar, cada uno podemos hacer que nuestra vida sea una aventura eligiendo realizar la Misión a la que se nos envía: un minúsculo fragmento del plan de Dios para la humanidad; muy pequeño, sí, pero también muy importante, ya que si tú no lo llevas a cabo, ningún otro lo hará.
Otra lección importante que podemos aprender de Tolkien: los pequeños -hobbits-, no están fuera de lugar al lado de los grandes héroes o sabios -Gandalf, Elrond, Aragorn…- Aunque algunos nos veamos insignificantes para abordar los problemas de nuestro tiempo, a todos nos atañe colaborar en su resolución.
El mismo Dios que creó las montañas, los valles, los planetas, las galaxias…, es quien nos da la vida, crea un alma inmortal irrepetible y la infunde en el cuerpo que recibimos también de Él, por mediación de nuestros padres. Él nos vio a nosotros -uno por uno- antes de la constitución del mundo y dijo: «Sí, el mundo te necesita también a ti».
Por eso, la grandeza del hombre consiste en conocer la voluntad de Dios y llevarla a cabo, siendo colaborador de Dios en la obra de la Creación y de la Redención. Tolkien nos recuerda que cada persona tiene una Misión, una llamada a participar de algo grande.
El valor de la amistad
-Pero ¿usted no lo enviará solo, Señor?- gritó Sam, que ya no pudo seguir conteniéndose y saltó, casi sin dejar terminar a Elrond.
-¡No por cierto! -dijo Elrond volviéndose hacia él con una sonrisa-. Tú lo acompañarás al menos. No parece fácil separarte de Frodo, aunque él haya sido convocado a un concilio secreto, y tú no.
Sam, convertido ya en el fiel escudero del Portador del Anillo, se sentó, enrojeciendo y murmurando.
-¡En un bonito enredo nos hemos metido, señor Frodo! -dijo meneando la cabeza.
En los días siguientes se decidió que debían ser nueve los componentes de la Misión: fueron incorporados Gandalf, Legolas, Gimli, Trancos y Boromir. Elrond hizo un recuento y vio que todavía faltaban dos.
-Lo pensaré quizá encuentre a alguien entre las gentes de la casa que me convenga mandar.
-¡Pero entonces no habrá lugar para nosotros! -Entonces exclamó Pippin, consternado-. No queremos quedarnos. Queremos ir con Frodo.
-Eso es porque no entiendes y no alcanzas a imaginar lo que les espera -dijo Elrond.
-Tampoco Frodo -dijo Gandalf, apoyando inesperadamente a Pippin- Ninguno de nosotros lo ve con claridad. Es cierto que si estos hobbits entendieran el peligro, no se atreverían a ir. Pero seguirían deseando ir, o atreviéndose a ir, y se sentirían avergonzados e infelices. Creo, Elrond, que en este asunto será mejor confiar en la amistad de estos hobbits que en nuestra sabiduría.
El Señor de los Anillos
Y así fue como Elrond decidió finalmente completar con Merry y Pippin los nueve que salieron de Rivendel formando “La Compañía” también denominada “La Comunidad del Anillo”.
Nadie se salva solo, eso es algo que el autor quiere dejar claro. Podemos apreciar en esta historia cómo la amistad entre los personajes -la de Sam y Frodo, por ejemplo-, lejos de debilitarse, se va engrandeciendo y volviendo más fuerte con las dificultades.
Tener amigos es una bendición, un regalo, una riqueza para la cual ningún hombre es tan pobre como para no poder aspirar a ella. Recordemos: «los envió de dos en dos» (Lc 10,1). En tiempos de conflicto, la amistad es lo que salva al mundo, motivada por un poder antiguo, místico, muchas veces olvidado: el amor.
¡Un amigo es un tesoro! -según el dicho popular- que sólo tenemos los humanos; por eso debemos “cuidar” a nuestros amigos, y para ello es importante saber que los lazos de la amistad se basan en el afecto común y en compartir nuestros valores, creciendo cada uno en la medida en que nos damos a los demás. La amistad ha de ser leal y sincera, y exige intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos, aunque exija renuncias personales y dedicación de tiempo, ese bien tan escaso, pero que parece aumentar en la medida que se dedica a los demás.
Problemas, dificultades y tentaciones. Fortaleza y esperanza
No tardarán en aparecer los problemas en la Comunidad del Anillo: poco tiempo después de abandonar Rivendel, a causa de que Boromir sucumbe a la tentación del Anillo e intenta arrebatárselo a Frodo, éste se ve en la necesidad de apartarse y partir solo a Mordor para cumplir su Misión. Sólo Sam se hará cargo de la situación y conseguirá in extremis unirse a su Amo y amigo. Aclaremos que Boromir se arrepentirá pronto de su “caída” y muere con honor defendiendo la causa.
En esta historia la tentación consiste en poseer el Anillo Único de Sauron, de bella apariencia, que se muestra como otorgador de poderes extraordinarios y susurra a los corazones de quienes están cerca de él para que lo reclamen y lo usen; pero que en realidad busca esclavizarlos a ellos con el fin de encadenarlos al poder de Sauron, Señor Oscuro de Mordor.
Así lo experimentó Sam cuando, debido a una grave crisis en Mordor, cerca ya de la Montaña del Destino, se vio en la necesidad de asumir la responsabilidad de portar el Anillo.
A medida que se acercaba a los grandes hornos donde fuera forjado y modelado, en los abismos del tiempo, el poder del Anillo aumentaba, y se volvía cada vez más maligno, indomable excepto quizá para alguien de una voluntad muy poderosa. Y aunque no lo llevaba en el dedo, sino colgando del cuello en una cadena, Sam mismo se sentía como agigantado, como envuelto en una enorme y deformada sombra de sí mismo.
Sabía que en adelante no le quedaba, sino una alternativa: resistirse a usar el Anillo, por mucho que lo atormentare; o reclamarlo, y desafiar el Poder aposentado en la fortaleza oscura del otro lado del valle de las sombras.
El Anillo le tentaba debilitando su voluntad y oscureciendo su razón; fantasías descabelladas le invadían la mente; y veía a Samsagaz el Fuerte, el Héroe de la Era, avanzando con una espada flamígera a través de la tierra tenebrosa, y los ejércitos que acudían a su llamada mientras corría a derrocar el poder de Barad-dûr.
Entonces se disipaban todas las nubes, y el sol blanco volvía a brillar, y a una orden de Sam el valle de Gorgoroth se transformaba en un jardín de muchas flores, donde los árboles daban frutos. No tenía más que ponerse el Anillo en el dedo, y reclamarlo, y todo aquello podría convertirse en realidad.
En aquella hora de prueba, fue sobre todo su amor a Frodo lo que le ayudó a mantenerse firme. Además, conservaba en lo más hondo de sí mismo el indomable sentido común de los hobbits: sabía que no estaba hecho para llevar una carga semejante aun en el caso de que aquellas visiones de grandeza no fueran sólo un señuelo.
«Y además todas estas fantasías no son más que una trampa -se dijo-. Me descubriría y caería sobre mí antes que yo pudiera gritar. Si ahora me pusiera el Anillo me descubriría, y muy rápidamente, en Mordor».
Superada la mencionada crisis, Sam devuelve el Anillo a Frodo; pero el camino que deben recorrer juntos sigue lleno de dificultades, peligros y sobresaltos. Y allí reaparece de nuevo Gollum, que se ofrece como guía para llevarlos a la Montaña del Destino, pero su deseo más intenso y profundo es recuperar el Anillo…
A los hobbits les pareció de pronto que ese largo viaje al norte había sido inútil. En la llanura, que se extendía a la derecha envuelta en brumas y humos, no se veían campamentos ni tropas en marcha; pero toda aquella región estaba bajo la vigilancia de los fuertes de Carach Angren.
-Ahora da igual que nos rindamos o que intentemos volver. La comida no nos alcanzará. ¡Tendremos que darnos prisa! -dijo Sam-.
-Está bien, Sam, -dijo Frodo-. ¡Guíame! Mientras te quede una esperanza. A mí no me queda ninguna. Pero no puedo darme prisa, Sam. A duras penas podré arrastrarme detrás de ti.
-Antes de seguir arrastrándose, necesita dormir y comer, señor Frodo, -dijo Sam- vamos, aproveche lo que pueda.
Le dio a Frodo agua y una oblea de pan del camino, y quitándose la capa improvisó una almohada para la cabeza de su Amo.
El Señor de los Anillos
Otra enseñanza para niños y adolescentes en El Señor de los Anillos: la reciedumbre, junto con la amistad, el compañerismo y la solidaridad de unos con otros, es lo que lo que hace posible llevar a cabo la Misión. Se aprende que trabajar unidos ayuda a superar los obstáculos y las dificultades de la vida. Y también que ser pequeño no te debe impedir avanzar hacia tus metas: con la confianza necesaria y la mejor ayuda puedes lograr lo que te propongas.
El premio
Prefiero no adelantar acontecimientos que puedan desbaratar sorpresas y emociones en la lectura del final de la historia; por eso, para hablar del premio, relataré una breve conversación entre Gandalf y Pippin en Minas Tirith cuando parecía que todo llegaba a su fin -tercera película: El Retorno del Rey.
-Nunca pensé en este final -dice Pippin-.
-¿Final? -dice Gandalf-. ¡No! El viaje no concluye aquí. La muerte es sólo otro sendero que recorremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve…
-¿Qué? Gandalf, ¿qué se ve? -pregunta Pippin-.
-La blanca orilla y más allá la inmensa campiña verde tendida ante un fugaz amanecer.
-¡Bueno -dice Pippin- eso no está mal!.
-¡No, no, desde luego! -concluye Gandalf-.
El Retorno del Rey
Conclusiones
A todos y cada uno, junto con el regalo de la vida, Dios, en su amorosa Providencia, nos pone una tarea para que colaboremos con Él en perfeccionar su Creación y completar la Redención; es decir, nos encomienda una misión. Ésta no la elegimos, sino que nos viene dada; pero sí tenemos la libertad de poder decidir si la realizamos o no.
A las chicas y chicos hay que educarlos (entrenarlos), ya desde la niñez y en la adolescencia, para que puedan descubrir su vocación, preferencia profesional, opción de vida…, de manera que sean verdaderamente libres diciendo sí a la misión que les corresponde llevar a cabo; y para superar los obstáculos que se opondrán a que alcancen la meta.
Nadie debe ser tan arrogante de pretender cumplir su misión sin ayuda de otros -ni se le pedirá eso, ni podría hacerlo-. Para sacar adelante la misión será fundamental contar con amigas y amigos, siendo la amistad con Jesús la más segura. Y para no abandonar cuando lleguen la dificultades, también hay que desarrollar otras virtudes, como por ejemplo la reciedumbre, la capacidad de sacrificio, la lealtad, la solidaridad, el optimismo, la fidelidad, etc. Y, sin duda, contamos con la ayuda más importante, la de Dios.
En cuanto al Premio, unas palabras de Benedicto XVI en la Catedral de Santa María, en Sydney el 9 de julio de 2008, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud allí celebrada:
«La fe nos enseña que somos criaturas de Dios, hechas a su imagen y semejanza, dotadas de una dignidad inviolable y llamadas al sublime destino que nos aguarda en el cielo».
Lectura recomendada: “Exigir para educar”. Autor: Eusebio Ferrer, Colección: “Hacer familia”.
Físico. Profesor de Matemáticas, Física y Religión en Bachillerato