Educación

Competencias y memoria, claves en la maduración personal y educativa

Un aprendizaje para la vida, desde las competencias clave, no ha de oponerse a la adquisición de conocimientos que queden en la memoria.

Javier Segura·6 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
bote recuerdos

Foto: Kelly Sikkema / Unsplash

En estos días en los que se han presentado las claves pedagógicas de la LOMLOE se está repitiendo como un mantra que la ley Celaá es revolucionaria porque abandona el aprendizaje memorístico enciclopedista de la ley Wert para optar por un aprendizaje basado en competencias que sirva verdaderamente para la vida. Más allá del debate comparativo entre una ley y otra, merece la pena reflexionar sobre el valor del aprendizaje de contenidos y del uso de la memoria.

Llevamos muchas décadas minusvalorando el aprendizaje de conocimientos y el uso de la memoria desde distintas claves pedagógicas. En la actualidad el más oído entre los propios jóvenes es que no tiene sentido un aprendizaje de conocimientos cuando tenemos al alcance de un click toda la información que necesitamos. ¿Para qué memorizar las rutas de carreteras cuando podemos obtener la ubicación en google maps y elegir el camino más rápido para ir a cualquier lugar? ¿Para qué aprender un idioma si hay muchos y buenísimos programas informáticos de traducción? ¿Por qué memorizar datos que voy a tener constantemente actualizados al alcance de mi mano en Wikipedia?

Esta revolución tecnológica está provocando que el ser humano tenga parte de sus capacidades en dispositivos electrónicos externos que, en realidad, son una prolongación de él mismo. Un móvil guarda nuestros contactos personales, pero es también el medio por el que nos relacionamos con esas personas. El reconocimiento personal nos viene en forma de likes. Nuestra memoria tiene muchos gigas o teras, pero están fuera de nuestro cerebro. Y sin embargo son nuestros, pues ahí tenemos nuestros recuerdos, nuestras creaciones, nuestra formación.

En verdad estamos ante un cambio antropológico de primera envergadura. Por eso el uso de la memoria es uno de los aspectos de nuestra humanidad que está en juego. No estamos ante una simple cuestión pedagógica. Es un tema que va más allá de la escuela, que trasciende cualquier ley educativa.

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es cómo funciona nuestro cerebro. Nuestra memoria no es un cajón que voy llenando de conocimientos, para los que puedo encontrar un trastero externo si ya no me caben más. Nuestra mente funciona de otra forma. Los conocimientos que retengo en mi memoria, se parecen más a los ingredientes de un plato de cocina. Los recibo, pero luego se convierten en los ingredientes de un suculento manjar, en algo distinto a los propios elementos. En mi interior, a fuego lento, con otros ingredientes previos, sufren un proceso de transformación, de interiorización y metabolización que acaban transformándome a mí mismo. La memoria, el recuerdo, la resonancia que tiene lo que aprendo, es parte de ese proceso de maduración humana e intelectual que jamás se realiza con una memoria externa en un USB, por muchos teras que tenga. No es una mera cuestión de dependencia o no de las máquinas lo que está en juego, sino de cómo nos configuramos nosotros mismos.

La memoria es esencial para la maduración intelectual de la persona. Y lo es para todo un pueblo que no puede dejar de recordar todo lo que ha vivido si no quiere dejar de ser él mismo. Esto tiene una implicación muy especial en el ámbito de la enseñanza religiosa en la escuela y de la transmisión de la fe en la familia y la parroquia. Es el Shemá Israel y el recuerdo de las maravillas que Dios hizo lo que mantiene la conciencia al pueblo elegido a lo largo de la Historia.

Sin memoria no hay conciencia de historia de salvación. Sin recuerdo colectivo no hay auténtico pueblo que trasciende el momento actual y se une con el pasado y el futuro. Es precisamente ésa la llamada que el papa Francisco está haciendo a los jóvenes para que no crezcan sin raíces. Necesitamos memoria de la historia y de la geografía, porque somos seres ubicados en el espacio y en el tiempo, no virtuales.

Evidentemente hará falta hacer una selección correcta de contenidos que los alumnos tienen que aprender y, sobre todo, habrá que aportar a los alumnos principalmente claves de interpretación de la realidad que les permitan desarrollarse en las distintas circunstancias en las que vivan. Pero todo ello no se ha de hacer en detrimento de los conocimientos y de la memoria, sino en una mutua sinergia que lleve a la maduración de la persona. Por ello un aprendizaje para la vida, desde las competencias clave, no ha de oponerse a la adquisición de conocimientos.

Hemos de prevenir ese Alzheimer espiritual antes de que la misma pérdida de la memoria nos haga olvidar que necesitamos de esa memoria y se difuminen paulatina e irremediablmente los contornos de nuestra identidad.

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