Evangelización

Chantal Delsol: «Los cristianos tenemos la oportunidad de ser mejores como minoría»

Chantal Delsol, intelectual católica francesa de gran renombre, ha publicado recientemente un provocador ensayo: "El fin de la cristiandad". Con visión crítica, Delsol explica en esta entrevista algunos aspectos de esta crisis, el enfrentamiento con la modernidad, la ruptura ontológica y las previsiones de esperanza para los católicos.

Bernard García Larraín·30 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Chantal Delsol

Chantal Delsos, intelectual católica francesa (Wikimedia Commons)

No es temerario afirmar que el cristianismo está pasando por una época de crisis, en el sentido más auténtico de esta palabra. Los cristianos viven en un periodo de fuertes cambios y, en muchos países occidentales, representan a una minoría y, en algunos países, el cristianismo “lucha por la supervivencia”.  Chantal Delsol, intelectual católica francesa de gran renombre, ha publicado recientemente un provocador ensayo: «El fin de la cristiandad». Con visión crítica, Delsol explica en esta entrevista algunos aspectos de esta crisis, el enfrentamiento con la modernidad, la ruptura ontológica y las previsiones de esperanza para los católicos.

¿En qué se diferencia el cristianismo de la cristiandad?

–El cristianismo se refiere a la religión en sí, mientras que la Cristiandad es la civilización desarrollada por la religión, del mismo modo que hablamos de islam (religión) e Islam (civilización). Estar en la cristiandad significa estar en un espacio de civilización en el que es el cristianismo el que inspira e impone la moral y las leyes comunes.

¿Es posible hablar de Cristiandad fuera de Europa? ¿Existe en otros continentes? 

La cristiandad no es, o no era, sólo europea, sino occidental. Se ha extendido o sigue extendiéndose por las dos Américas, además del continente europeo. Por ejemplo, sigue viva, pero en proceso de desestabilización, en algunos países latinoamericanos. Se encuentra en una situación de lucha por su supervivencia en Estados Unidos. Fuera de estas zonas, algunos países de África y Asia albergan a muchos cristianos, pero también a otras religiones, y no se puede hablar de cristiandad.

Usted habla de una inversión normativa (leyes sobre el matrimonio, la vida, etc.), que le hace constatar un cambio de civilización. ¿Cómo entender, en este contexto, la nueva conciencia de la condena de la pedofilia o la pornografía?

–Insistí en la «inversión normativa» para mostrar que, contrariamente a lo que se oye aquí y allá, el hundimiento del cristianismo no conduce al relativismo, sino a normas diferentes. El caso de la pedofilia es muy interesante. Hasta ahora, se ha tolerado en la Iglesia como en todas partes, porque siempre se defendía a la institución antes que al individuo.

La nueva moral defiende al individuo contra la institución, por lo que la nueva condena de la Iglesia a la pederastia marca su aceptación de un cierto individualismo. Además, hay que señalar que la moral que se aplica hoy, la del «cuidado» si se quiere, no es sólo una moral del individuo, sino también una moral de la comunidad. Es lo que se ha llamado humanitarismo, es decir una filantropía sin trascendencia, una reelaboración de la moral cristiana pero sin Cielo. Hasta tal punto que acabamos uniéndonos a la moral asiática: la compasión universal de Confucio.

Esto hace más comprensible la condena de la pedofilia. Yo añadiría una cosa: como ya no tenemos base para la moral, tenemos moral consecuencialista. En otras palabras, lo que es malo es sólo lo que causa daño. En el caso de la propaganda transgénero en las escuelas o la pornografía, todo esto puede ser condenado si se comprueba que causa daño a los niños.

Los católicos se han convertido en minoría y su influencia disminuye. ¿Cuál debe ser su actitud y sus prioridades? Benedicto XVI les animó a ser “minorías creativas que cambian el mundo”.

–Sí, Benedicto XVI tiene razón, cuando una minoría es valiente y educada, puede cambiar las sociedades. Me parece que hoy los católicos representan esa minoría en un país como Francia. El gran peligro del que deben protegerse estas minorías, y al que tan fácilmente están sometidas, es el extremismo. Si, horrorizados por la nueva sociedad que ven desplegarse ante sus ojos, toman la dirección opuesta con un lenguaje de excesos, nunca recuperarán la ventaja. Creo que eso es lo más difícil: mantener el equilibrio mientras se lucha contra los extremos.

¿En qué medida son los católicos responsables del “fin de la cristiandad”?

–Es una pregunta difícil. En general, como he intentado explicar en mi libro, el catolicismo nunca ha admitido lo que se ha llamado modernidad (democracia, liberalismo individualismo), al menos hasta el Concilio Vaticano II, pero para entonces ya era demasiado tarde. La reivindicación moderna que se ha desarrollado cada vez con más fuerza a lo largo de los dos últimos siglos, para llegar a la situación actual, ha sido siempre anticatólica. Se dirá: pero ¿por qué la modernidad debería ganarle al catolicismo?

Creo que en nuestras sociedades, desde el Renacimiento, ha existido un deseo muy fuerte de emancipación individual que estaba dispuesto a cambiarlo todo para lograrlo. Pero también hay que decir que en nuestros países, el catolicismo, en su posición legítima y hegemónica, ha abdicado de la humanidad que debería haber mostrado para compensar la rigidez de sus principios. Un ejemplo que me llama la atención: hasta que el aborto no fue legitimado por la ley, los cristianos no crearon asociaciones de ayuda a las jóvenes embarazadas y solas. Antes de eso, en general, nos contentábamos con insultarlas. Esto, obviamente, no hizo que la gente quisiera defender los principios católicos.

¿Qué opina de la tesis del libro “La opción benedictina”, de Rod Dreher ?

–Sí, conozco a Rod Dreher y he hablado con él sobre esto. Él es mucho menos radical de lo que su libro sugiere. Por otra parte, es muy consciente de que nuestra situación no puede compararse francamente con la de su héroe, Vaclav Benda, que vivió en un país totalitario.

Por supuesto que tenemos que reflexionar sobre nuestra nueva situación, la de un grupo que ahora está en minoría, mientras que durante casi dos mil años hemos sido mayoría y hegemónicos. Pero no nos conviene encerrarnos en una fortaleza. Y no deberíamos entender así la opción benedictina. Lo que Rod quiere decir es que, para sobrevivir, no debemos atrincherarnos, sino instalarnos junto a un pozo. Dicho esto, cuando se trata de transmitir nuestras creencias a nuestros hijos, el grado de protección que debe ofrecerse a los niños es una cuestión muy personal, ligada a los individuos y a las circunstancias.

Dice usted que Occidente ha perdido la base filosófica para oponerse a ciertas tendencias (maternidad subrogada, eutanasia) inspiradas únicamente en la voluntad individual. ¿Están estas batallas perdidas de antemano? En su opinión, una iniciativa como la Declaración de Casablanca para la abolición universal de la maternidad subrogada tiene sentido cuando vemos la agresividad del mercado mundial de los vientres de alquiler?

–Por supuesto, estas batallas no están del todo perdidas, pero si algunas de estas medidas retroceden, no será por razones de principio, sino por otros motivos. Ya no se tratará, por ejemplo, de hacer retroceder la práctica de los vientres de alquiler en nombre de la dignidad humana, sino en nombre de la igualdad de la mujer. En algunos casos como éste, los católicos pueden encontrar acuerdos con otros grupos por diferentes razones. En las asociaciones que luchan contra la publicidad transgénero en las escuelas, hay un porcentaje muy pequeño de cristianos (que están en contra porque creen en la «condición humana»), y un porcentaje muy grande de consecuencialistas (normalmente psicólogos, que están en contra porque ven el daño que causa en sus pacientes). En lo que se refiere a la eutanasia, soy más pesimista: no veo qué otra cosa que no sean principios cristianos, o qué amenaza a las consecuencias, podría hacer cambiar de opinión a nuestro a nuestras sociedades.

Por supuesto que la Declaración de Casablanca tiene sentido, al igual que cualquier iniciativa con vocación universal que aporte influencia diplomática. Somos una minoría, sí, pero no tenemos por qué dejar que otras minorías se apoderen de nosotros.

En el Reino Unido y en los países del norte de Europa, las autoridades están viendo el daño que hace el cambio de sexo de menores y están dando marcha atrás. ¿Puede la moral consecuencialista ofrecer un baluarte contra determinados experimentos?

–Sólo añadiré un detalle a lo que he dicho más arriba sobre este tema. Sí, la moral consecuencialista ofrece un sustituto. Pero, para afrontar el daño causado y tenerlo en cuenta, sigue siendo necesario un mínimo de pragmatismo en las sociedades en cuestión. Cuando las sociedades son fuertemente ideológicas, como es el caso de Francia, lo que cuenta es el principio y las consecuencias no tienen ningún peso. Así que las asociaciones de transexuales se niegan a mirar los daños, y sólo cuenta la ideología. En los países escandinavos, tanto si se trata de transexuales como de inmigración, tienden a mirar la realidad y a reformarse en consecuencia. En Francia, generalmente, sólo nos interesa la teoría, y la realidad no cuenta mucho: si es vergonzosa, simplemente miramos hacia otro lado, y el daño se acumula.

Si estamos viviendo el fin de la civilización cristiana, ¿hacia qué civilización nos dirigimos? ¿Por qué será sustituida?

–Vivimos actualmente en un punto de ruptura en el que son posibles muchas situaciones nuevas, porque existen corrientes de pensamiento muy diferentes luchan, se cruzan y se eliminan. Además de un remanente minoritario de cristianos, probablemente tendremos una religión ecológica de tipo panteísta con todo tipo de corrientes más o menos extremas, un islam fuerte, que no sabemos si será radical o no, un remanente de marxismo representado hoy por la corriente Woke, que no sabemos si se extinguirá o se extenderá; y otro resto de marxismo que produce una revuelta social permanente, vista como una especie de religión (lo que Martín Gurri llama “la revuelta del público”).

Lo que me sorprende es lo profunda que es la diversidad de creencias: no sólo afecta a los vínculos religiosos, sino también a las creencias ontológicas. Si retomo las cuatro categorías de Descola, está claro que pasamos del naturalismo (entre animales y humanos, hay una similitud en lo físico y una diferencia en la interioridad, los animales no tienen nuestra alma), a algo como el totemismo (similitud de interioridades y fisicalidades: los animales no son esencialmente diferentes de nosotros).

En otras palabras, vivimos en un punto de ruptura en el que las opciones ontológicas primordiales -relativas al sentido y al lugar del hombre en la naturaleza, la naturaleza del mundo y de los dioses- están siendo trastocadas. Este proceso comenzó hace mucho tiempo (¿desde Montaigne?). Es el fin de lo que se llama dualismo, típicamente vinculado al cristianismo, y el comienzo de un monismo. De esta manera nos unimos a las creencias ontológicas asiáticas. Pero ese es otro tema.

¿Qué lugar hay para la virtud de la esperanza en este contexto del fin de la cristiandad?

–¿Debemos lamentar la pérdida de poder en la sociedad? ¿Nos ha engrandecido este estatus hegemónico? ¿Acaso no nos ha vuelto arrogantes, cínicos y descuidados? Creo que tenemos la oportunidad de ser mejores como minoría que como mayoría, al menos temporalmente – porque nuestra vocación sigue siendo la misión. Quizá más adelante asumamos esta misión de forma más inteligente y menos vanidosa (me horroriza la vanidad y la dilación de nuestro clero. Por ahora podemos soportar con humor esta pérdida de influencia, después de todo, como dijo Roger Scruton, desde la pérdida del paraíso hemos tenido una gran experiencia de pérdida.

El autorBernard García Larraín

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