Familia

Mariolina Ceriotti: Formarse para ser padre, día tras día

La neuropsiquiatra infantil y psicoterapeuta italiana Mariolina Ceriotti reflexiona sobre la paternidad en el mundo de hoy en su nuevo libro Padres e hijos. Los caminos de la paternidad.

Giovanni Tridente·5 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
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Foto: Kelli McClintock / Unsplash

La concreción de la relación de amor entre un padre y un hijo exige una educación constante de la mente y del corazón. La paternidad se realiza día tras día a través de las elecciones que se hacen tanto en las situaciones normales como en la imperfección de las relaciones cotidianas. Estas son algunas de las reflexiones que la neuropsiquiatra infantil y psicoterapeuta italiana Mariolina Ceriotti Migliarese ha recogido en su reciente libro Padres e hijos. Los caminos de la paternidad.

Omnes tuvo la oportunidad de hacerle algunas preguntas sobre estos temas, que también fueron abordados en un encuentro público en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.

¿Qué significa hoy ser padre?

–Ante todo, hay que partir de la base de que ser padre no coincide con engendrar físicamente a los hijos; es una posición adulta, que no se improvisa, sino que se prepara paso a paso. Por otra parte, en el ciclo vital de cada persona se suceden y entrecruzan distintas fases, formando una especie de camino, marcado por etapas evolutivas, cada una de las cuales tiene una tarea específica, que es posible una vez conseguida la tarea anterior.

¿Hablamos en este sentido de una especie de generatividad?

–Exactamente. El psicoanalista Erik Erikson, por ejemplo, afirma que la edad adulta tiene como tarea evolutiva específica precisamente el desarrollo de la generatividad. En este sentido, afirma que «la persona que tiene verdadera competencia adulta es la que es capaz de generar».

Esto se une también con conceptos como procreación, productividad y creatividad: generar nuevos individuos, nuevos productos y nuevas ideas y desarrollar la capacidad de volver a generarse, creciendo con el tiempo.

No se trata sólo de poner cosas nuevas en el mundo, sino también de ser capaz de cuidarlas, de desplazar el centro de gravedad personal del cuidado exclusivo de uno mismo al cuidado (y dedicación) de lo que uno ha generado.

¿Hay que tener «competencias» para ser generativo?

–Sin duda se necesitan ciertas competencias, que son posibles siempre y cuando se integren en la personalidad las tareas de desarrollo previas, que comienzan en la infancia y la adolescencia.

Hoy en día, no sólo parece que esta «tarea» se ha vuelto especialmente difícil, sino que el propio tema de la identidad como objetivo positivo se ha puesto en tela de juicio. De hecho, se plantea la cuestión de si realmente tiene valor definirse de manera estable o no es más bien mejor la llamada «fluidez», la no definición…

En cambio, la generatividad es esa competencia adulta que nos da la posibilidad y la capacidad de ir más allá del amor narcisista (incluso legítimo) por uno mismo, de abrir el corazón, la mente y la vida a lo que trasciende el yo, empezando por los niños, pero no sólo.

¿Cómo se realiza esta capacidad en el caso del varón?

-Esta capacidad, que es capacidad procreadora y creadora, es posible tanto en el varón como en la mujer, que la desarrollan, sin embargo, de maneras diferentes. Podemos decir que lo paterno es la forma masculina de ser generativo, es decir, capaz de cuidar de lo generado, según una modalidad específicamente masculina.

Añadiría que la experiencia generativa (entendida correctamente) es, como tal, una experiencia de profundo bienestar, porque se opone a la experiencia de «estancamiento».

Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista, afirmaba que la manera que tiene el hombre de sentirse feliz es a través de su capacidad para desarrollar la creatividad.

¿Puede decirnos algo más sobre el significado de la paternidad?

–La paternidad, como acto generativo, implica tener el valor de dar vida a otro ser humano y asumir la responsabilidad de cuidarlo.

A diferencia de la maternidad, el vínculo con el hijo engendrado no es primordialmente biológico: si la madre es nombrada como tal por el hijo (la madre es madre desde el mismo momento en que un hijo nace en ella), el padre se convierte en padre cuando acepta reconocerse como tal.

El padre siempre se convierte en padre a través de la mujer, y su relación con el niño nace así bajo el signo de la triangulación. Su posición es diferente, quizá podamos decir más «libre»; conlleva una distancia relacional diferente (no bajo la bandera de la simbiosis).

Esta posición triangulada desde el principio es la especificidad del padre, y conlleva una manera diferente de establecer el vínculo. Una forma que no es menos intensa, ni menos importante, ni menos necesaria; una forma que es complementaria a la de la madre.

¿Qué caracteriza, en su opinión, una «buena relación» entre padre e hijo?

–Para un creyente, se trata de entender cómo ser padre al estilo del Padre. Si nos fijamos en los Evangelios, varios pasajes nos muestran significativamente las características de una «buena» relación entre padre e hijo.

A menudo hay un «reconocimiento» del Hijo (pensemos, por ejemplo, en los relatos del Bautismo de Jesús); incluso la paternidad humana comienza siempre por un reconocimiento; es una opción que requiere tomar conciencia y asumir la responsabilidad.

Luego está la «complacencia», que subraya algo bello y valioso; no es casualidad que lo que un hijo necesita en relación con su padre sea el intercambio de estima (ser estimado por aquel a quien estimamos).

También está el “envío”, que es la propia vocación del hijo, que anhela un padre que se preocupe por su libertad, que le anime a comprender hacia dónde va su verdadero deseo. Y de nuevo, tiempo para pasar juntos, jugar, compartir actividades, intercambiar confidencias…

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Mariolina Ceriotti durante su encuentro en la Pontifica Universidad de la Santa Cruz @PUSC

Entonces, ¿qué le pide un hijo a su padre?

–Seguramente le pide que le reconozca como hijo, que le haga sentir que su padre aprecia su valía. Le pide que le enseñe el valor de las cosas, el camino del bien; que le apoye en la búsqueda de su propia vocación; que le dé confianza y tiempo, incluso para hacer cosas juntos; que sienta curiosidad sin prejuicios por su propio progreso, y que le muestre ternura, ciertamente a la manera de los padres, que es distinta de la de las madres. Ayudarle a no tener miedo de los límites, del dolor, de la muerte, y tener paciencia, sabiendo que si el padre está ahí, el hijo nunca se sentirá solo.

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