Catalina Tekakwitha nació en 1656 en Ossernenon, que formaba parte de la Confederación iroquesa. Esta unión de naciones tenía su capital en el actual Estado de Nueva York. Catalina era hija de un jefe mohawk y una india algonquina (del este de Canadá). Su madre era cristiana, pero su padre era pagano, por lo que la joven india no se acercó realmente a la fe hasta que cumplió los dieciocho años.
Con cuatro años, Catalina perdió a sus padres y un hermano a causa de la viruela. Ella también se contagió de la enfermedad, pero logró sobrevivir. Sin embargo, en su rostro quedaron las cicatrices y tuvo problemas de visión el resto de su vida.
Poco se sabe de su niñez y adolescencia. Sí hay registros de su bautismo cuando tenía veinte años, dos años después de conocer la fe. Recibió el sacramento de manos de unos misioneros jesuitas franceses.
Tras recibir la fe católica, comenzó a sufrir rechazo y abusos por parte de su familia. La situación se hizo tan extrema que tuvo que huir de su pueblo y recorrer 320 kilómetros caminando, hasta llegar a un pueblo cristiano en Montreal (Canadá) en 1677. Allí cultivó un gran amor por la Eucaristía y una vida penitente, en favor de su pueblo de origen que la había rechazado.
Dos años después, en 1679 y con 23 años, hizo un voto de castidad. Murió tan solo doce meses después en Caughnawag, cerca de Quebec. Se dice que sus últimas palabras fueron “Jesús, te amo”.
Empezó a ser venerada tras su muerte y recibió el apodo de “lirio de los mohawks”. El Papa Pío XII la declaró venerable en 1943. Su beatificación estuvo a cargo de Juan Pablo II y se llevó a cabo en 1980. Finalmente, fue Benedicto XVI quien canonizó a Catalina Tekakwitha el 21 de octubre de 2012.