La catequesis que el Papa Francisco impartió el pasado día 22 de marzo, durante la Audiencia general, estuvo dedicada a la evangelización.
El hilo conductor fue la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (8-12-1975), a la que el Papa Francisco ha calificado como “la magna carta de la evangelización en el mundo contemporáneo”. Con esta Exhortación, publicada un año después de la celebración de la Asamblea General ordinaria del Sínodo, el Papa Montini conmemoraba, además, el décimo aniversario de la clausura del Vaticano II, y cerraba con broche de oro el Año Santo de 1975.
La evangelización había sido un tema central en el pontificado de Pablo VI. Su primera Encíclica, Ecclesiam Suam (6-8-1964), ya se había centrado en el mandato de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Un mandato que lo es de naturaleza misionera y que se manifiesta, subrayaba el Papa, en la difusión, el ofrecimiento y el anuncio (Cfr. ES 32).
Se trata de un deber, escribía Pablo VI en 1975, el deber de evangelizar desde la fidelidad al mensaje “del que somos servidores y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo” (EN 4).
Para el mejor cumplimiento de este deber, la Iglesia debía detenerse a reflexionar de manera seria y profunda acerca de sus aptitudes para anunciar el Evangelio e inserirlo en el corazón del hombre. El itinerario tenía sus estaciones marcadas:
En primer lugar, Jesús.
En segundo lugar, el Reino de Dios.
Después, la atenta lectura de los orígenes de la Iglesia y el redescubrimiento de su vocación evangelizadora.
Y todo esto para “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19).
Nada como el testimonio, escribía el Papa en 1975, debidamente acompañado del anuncio explícito de aquello que es central en la fe cristiana: la salvación y la liberación de Dios en Jesucristo.
Después vendrían los medios, necesariamente adecuados y debidamente ordenados al fin que no es otro que revelar a Jesucristo y su Evangelio a todos y hacerlo de manera comunitaria y en nombre de la Iglesia. “Los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza… o por ideas falsas omitimos anunciarlo? (EN 80).
Máster en Doctrina Social De la Iglesia