A los laicos más o menos acomodados a veces se nos olvida que la pobreza y la austeridad son virtudes cristianas que estamos llamados a vivir. En estos días de preocupación por la grave disminución de la biodiversidad y el cambio climático podemos afirmar que ambas virtudes son señales de responsabilidad social y cuidado de las personas y del medio ambiente.
En este artículo damos luz y mostramos el impacto social y medioambiental que tiene un simple acto de austeridad en nuestro día a día apoyados en los Evangelios y en la Doctrina social de la Iglesia.
Pobreza y austeridad: más allá de lo material
La pobreza puede entenderse desde diferentes perspectivas. De primeras, pensamos que es una situación en la que no se pueden satisfacer las necesidades físicas y psicológicas básicas de una persona, pero la Real Academia Española (RAE) ofrece otra definición al describir la pobreza voluntaria de los religiosos como la renuncia a todo lo que se posee y a lo que el amor propio puede considerar necesario. En el Evangelio (Lucas 12, 34) el Señor dice a los primeros cristianos: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” o en Mateo 19, 24 “Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos”. Esto nos muestra que la pobreza tiene también profundas connotaciones morales y espirituales. “Bienaventurados los pobres de corazón, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mateo 5,3).
Para un cristiano, vivir la pobreza no significa ser mísero, ni ir mal vestido o poco aseado, es ser austero. La austeridad no es algo rígido e invariable, sino una cuestión de vida interior, algo que cada uno debe juzgar en cada momento. Es esencial ser sinceros con nuestra conciencia y entender que la condición de ser laicos no nos exime de vivir la austeridad.
Muchos santos han tratado estos temas, pero destacan por su visión pragmática: santa Teresa de Jesús decía que “el dinero es el estiércol del diablo, pero hace un muy buen abono” y san Josemaría Escrivá de Balaguer hablaba del “materialismo cristiano” como el modo más eficaz de aprovechar para la gloria de Dios ese buen “abono”. Esta dualidad requiere una rectitud de conciencia para discernir cuándo usamos los bienes materiales por apego (estiércol) o como utilidad (abono) para la vida humana.
Los bienes materiales en el Evangelio
El Evangelio nos ofrece una perspectiva clara sobre los bienes materiales y su impacto en nuestra vida espiritual en función de cómo los usemos. Jesús nos advierte sobre el peligro del apego a las riquezas, como se ve en el episodio del joven rico (Mt 19, 21-22). Este joven, aunque cumplía los mandamientos, no pudo desprenderse de sus posesiones para seguir a Jesús, mostrando cómo los bienes materiales pueden atarnos y alejarnos de una vida plena en Dios.
El apego desordenado a los bienes materiales puede llevarnos a la ceguera espiritual y al endurecimiento del corazón, como menciona 1 Juan 3, 17. En este versículo el apóstol nos recuerda que el verdadero amor de Dios se manifiesta en nuestra capacidad de compartir con los necesitados.
Basta hacer una pequeña reflexión para advertir que, sin apenas darnos cuenta, nos creamos necesidades: ver el capítulo de nuestra serie preferida, salir de compras, ropa nueva cada temporada, cambiar el teléfono móvil, la decoración de la casa, cambiar de coche, de abrigo, … cada uno que añada aquello que le ata según su conciencia y que si no lo tenemos nos inquieta porque hemos unido nuestra felicidad a esas necesidades. Esta atadura, aparte de alejarnos de Dios, tiene un impacto en la sociedad que nos debe llevar a una reflexión profunda y relevante sobre la pobreza cristiana y su impacto social. A continuación, ahondamos en ello.
La austeridad, más allá de uno mismo
Los mensajes de Benedicto XVI y el Papa Francisco nos invitan a considerar cómo nuestras acciones y estilos de vida afectan a los demás. Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Paz de 2009, destacó la creciente desigualdad entre ricos y pobres, incluso en las naciones más desarrolladas, y cómo esto representaba una amenaza para la paz mundial. Por otro lado, el Papa Francisco, en sus encíclicas ”Laudato si’” y ”Fratelli Tutti”, nos llama a una responsabilidad social más consciente. En ”Laudato si’” párrafo 57, subraya que el consumismo excesivo puede llevar a la violencia y destrucción, y que nuestras decisiones de compra tienen un impacto moral y citando a Benedicto XVI dice “comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico”. En ”Fratelli Tutti”, también advierte sobre las posibles guerras futuras provocadas por el agotamiento de recursos debido al consumismo.
Estos mensajes nos invitan a reflexionar sobre cómo podemos vivir de manera más sencilla y solidaria, teniendo en cuenta que los recursos son limitados y que deben ser para uso propio, de los demás y de las generaciones futuras. Por ello hay que valorar nuestra capacidad de reutilizar y reducir el consumo innecesario como formas de amor al prójimo y al planeta que nos ha sido confiado. Ver cómo amamos al prójimo llevando a cabo todo lo que el Papa Francisco nos enseña en estas dos encíclicas, es la conversión ecológica que nos invita a realizar.
Impacto del consumo
Algunos ejemplos del impacto de nuestro consumo en el planeta:
- La industria de la moda rápida produce 150.000 millones de prendas nuevas cada año, superando con creces la demanda de los consumidores. El 85 % del residuo textil acaba en vertederos en su mayoría en África y Asia, contaminando aguas y suelos. Optar por ropa de segunda mano, intercambiar prendas con amigos o elegir marcas éticas puede reducir significativamente este impacto.
- En 2022, se generaron 62 millones de toneladas de residuos electrónicos a nivel mundial, de los cuales solo el 22.3% se recicló adecuadamente. La mayoría acaban en países como Ghana, Nigeria e India, donde se intentan reutilizar, pero de forma poco adecuada, generando la exposición de los trabajadores a plomo, cadmio, mercurio y provocando a su vez contaminación del aire, agua y suelos. Prolongar la vida útil de nuestros dispositivos y reciclarlos adecuadamente cuando ya no los necesitamos es una práctica responsable que puede reducir la contaminación y el desperdicio.
- Cada año, se desperdician unos 1.214,76 millones de kilos de alimentos en España (Informe del desperdicio alimentario en España 2023), lo que contribuye en 121 y 242 millones de metros cúbicos de las emisiones de metano de los vertederos al descomponerse la materia orgánica, aparte de suponer una gran falta de caridad frente a muchos de nuestros hermanos en la tierra que no tienen alimento en su día a día. Planificar nuestras compras, consumir productos locales y de temporada, y reducir el desperdicio de alimentos son prácticas que reflejan una vida más responsable.
Por si estos ejemplos no han sido suficientes para ver la relación entre la austeridad y nuestra responsabilidad social, en la “Laudato si’” (párrafo 211) el Papa Francisco nos advierte de impacto social de nuestro consumo y nos dice: “el hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad”.
Así pues, no dudemos en esforzarnos en reciclar, reutilizar, retrasar una compra … Todo ello son actos de amor al prójimo en pleno siglo XXI y añado, no es cosa de “otros”, ni izquierdas ni de derechas, ni de hippies ni de ecologistas, hablamos de amor al prójimo y en eso los cristianos debemos, siempre, tomar la iniciativa como buenos seguidores de Jesucristo. La pregunta que se hacía san Francisco puede ayudarnos a examinarnos, ¿necesito pocas cosas y las pocas que necesito, las necesito poco?
Bióloga, postgrado en Gestión Sostenible y Agenda 2030 por ESADE, con amplia experiencia en la dirección de servicios medioambientales en el sector privado