Familia

Juan de Dios Larrú: «Aprender a amar implica aprender a prometer»

“El amor, al que el apóstol Pablo dedicó un himno en la primera carta a los Corintios —amor «paciente», «servicial», y que «todo lo soporta» (1 Co 13, 4. 7)—, es ciertamente exigente. Su belleza está precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye el verdadero bien del hombre y lo irradia también a los demás” (Carta a las familias “Gratissimam sane” de san Juan Pablo II, 1994).

Paloma López Campos·23 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
Amor matrimonio y formación

"La vocación al amor es el hilo conductor de toda la pastoral familiar". (CNS photo illustration/Mike Crupi, Catholic Courier)

Hablar de amor es hablar de un tópico, pero también es hablar de un modo de vida. “Toda la vida del hombre es vocacional” y esta vocación, la llamada divina, es precisamente una invitación a tener una vida enraizada en el amor.

La respuesta a dicha llamada se concreta de formas muy distintas y una de ellas es el matrimonio, sacramento que une al varón y la mujer para que sean una sola carne. La importancia de esto no es poca y de ello sabe mucho el sacerdote Juan de Dios Larrú, presidente de la asociación Persona y Familia, dedicada, tal como se describe en su web “a la promoción social, la investigación y la formación sobre el matrimonio y la familia”.

En esta entrevista con Omnes, Juan de Dios habla sobre esta iniciativa de formación, sobre la sexualidad y la llamada de la Iglesia “a ser una gran familia que genera, educa y acompaña a todas las personas hacia Cristo”.

¿Cómo y por qué nace la asociación Persona y Familia? El nombre recuerda mucho al título de San Juan Pablo II, “Persona y Acción”, ¿hay alguna relación con este santo?

–La Asociación nace en el año 2000, coincidiendo con el fin de la primera promoción de los matrimonios y familias que terminan la especialidad universitaria de pastoral familiar. Una experiencia que empezó en España en el año 1996 como experiencia piloto.

Nace de un deseo de las familias de seguir unidas. Habiendo vivido una experiencia de comunión entre ellas, que procedían de distintas partes de España, y querían seguir en contacto, promoviendo la pastoral familiar, profundizando en la formación que habían recibido, pero fundamentalmente con la vocación apostólica de llevar a otros lo que ellos habían experimentado. La importancia de una asociación familiar es muy grande, porque la raíz de la sociedad es la familia y la Iglesia está llamada a ser una gran familia que genera, educa y acompaña a todas las personas hacia Cristo.

San Juan Pablo II en un viaje a Cracovia en 1979 (OSV News photo/CNS file, Chris Niedenthal)

“Persona y Familia” tiene relación con Juan Pablo II porque la especialización universitaria de pastoral familiar nace en el seno del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia. Es una experiencia inspirada en la genialidad de Juan Pablo II para acercarse al matrimonio y a la familia. Él hizo una experiencia, siendo un joven sacerdote, en su diócesis de origen, en Cracovia. Y después, cuando fue elegido sucesor de Pedro, ofreció a toda la Iglesia aquella experiencia que él había vivido, creando el Instituto en el año 1981 en Roma, con distintas secciones en todo el mundo. Aquí en España, en el año 94 llegó el Instituto a Valencia.

¿Cómo surge la idea de la experiencia y del diploma de especialización en pastoral familiar?

–La Asociación nació con la vocación de formar familias a través de una experiencia que no fuera simplemente un curso, sino que tuviera el ingrediente de la formación integrada con la convivencia de las familias, la espiritualidad matrimonial y familiar, en la forma de encuentros.

El acontecimiento de encontrarse unas familias con otras, de ver que procedían de distintos ámbitos eclesiales, diferentes diócesis, parroquias y movimientos, les enriquecía enormemente. Se crearon amistades que han perdurado en el tiempo.

¿A quién está dirigido el Diploma de Especialización en Pastoral Familiar?

–Está dirigido a todo el mundo. El hombre es un ser familiar. Evidentemente está orientado principalmente a las familias, pero un sacerdote, un religioso, una religiosa, un seminarista, una persona soltera, también lo pueden hacer. Porque también tienen familias. También las personas que no tengan una titulación universitaria pueden hacer el curso, aunque el título que obtienen no tiene lógicamente valor universitario.

En definitiva, es para cualquier persona que quiera hacer una experiencia de encuentro de familias para comprender mejor esta pastoral familiar y para promoverla.

¿Por qué está dividido el plan de estudios en cinco módulos tan concretos: filosófico, teológico, pastoral, moral y psicopedagógico?

–El plan de estudios se inspira en la original metodología de san Juan Pablo II, desarrollada en las catequesis sobre el amor humano en el plan divino. La genialidad del santo papa polaco consiste en acercarse a la realidad del matrimonio y la familia desde la circularidad entre Revelación divina y experiencias humanas. Este acercamiento sapiencial permite integrar teología, filosofía y ciencias humanas para reconocer el significado de las experiencias humanas que se viven en el matrimonio y la familia, y que se encuentran inscritas en el lenguaje del cuerpo creado por Dios y llamado a la gloria.

En las últimas décadas, las ciencias mencionadas han profundizado en el matrimonio y se encuentran juntas en un acercamiento unitario. La unidad en la diferencia es una clave, distinguir en lo unido es una clave metodológica en el saber de Juan Pablo II.

Actualmente es muy difícil encontrar a personas dispuestas a comprometerse con otra para toda la vida y, si lo hacen, la decisión se retrasa muchísimo. ¿Es esto un problema? ¿Cómo puede solucionarse?

 –Es verdad que vivimos en lo que podríamos llamar una “crisis de la promesa”, hay miedo al compromiso, temor al fracaso, incertidumbre del futuro. El momento histórico que vivimos está marcado por el primado de la emotividad. La transición cultural posmoderna está llena de incógnitas todavía. Esto genera mucha inseguridad en las personas y se refleja en la crisis de la promesa que es inseparable de la crisis de la generatividad. Es decir, las personas se han dejado de casar y han dejado de tener hijos, y esto constituye un verdadero desafío para la sociedad y para la Iglesia.

Toda la vida del hombre es vocacional, y la vocación al amor es el hilo conductor de toda la pastoral familiar. Aprender a amar incluye necesariamente aprender a prometer, pues la promesa es la forma del amor. La dificultad o imposibilidad para prometer está provocando un gran cambio en nuestra sociedad. Lo que está en juego es la felicidad de las personas, la capacidad generativa y la fecundidad de una vida. No es tanto un problema que hay que solucionar sino un misterio en el que es necesario saber introducirse para que las personas podamos vivir una vida plena, lograda, grande, a la altura de la vocación a la santidad a la que Dios nos llama a todos.

Durante mucho tiempo daba la sensación de que a la Iglesia le daba miedo hablar sobre la sexualidad, ¿por qué? ¿Qué ha cambiado?

–El siglo XX ha sido testigo de dos revoluciones sexuales, la de 1917, que coincide con la revolución rusa, y la del 68, marcada por el cambio generacional tras la segunda guerra mundial. Por eso, hoy es más necesario que nunca profundizar en el significado de la diferencia sexual, aprender a integrar la afectividad y descubrir que el misterio de la sexualidad se dirige al don sincero de sí.

Hoy podemos constatar el potente influjo de las ideologías que han desfigurado y deconstruido el verdadero significado de la sexualidad. La Iglesia experimenta la apremiante necesidad de ayudar a tantas personas que sufren a causa de todo esto, y de mostrar y comunicar el tesoro que ha recibido en un modo asequible para el hombre de hoy.

¿Cómo se puede ayudar a los novios a llevar una relación dirigida al matrimonio? ¿Qué necesitan conocer para saber si están con la persona adecuada?

–Lo primero que diría es que hoy necesitamos generar novios, pues el principal desafío es de índole generativo. El acompañamiento de los novios es fundamental. La “Familiaris consortio” dividió en tres etapas la preparación al matrimonio: remota, próxima e inmediata, y “Amoris laetitia” ha insistido en la importancia de la preparación, la necesidad de crear itinerarios de fe que vayan haciendo madurar a las personas hacia el sacramento, que no es únicamente el final, sino más bien el principio. Por ello, junto al acompañamiento de los novios, es necesario cuidar a los matrimonios jóvenes, enseñándoles a vivir el amor conyugal.

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