María Álvarez de las Asturias es esposa, madre, profesional del Derecho y profesora. Su experiencia acompañando a los matrimonios a lo largo de sus etapas y su labor, primero como Defensora del Vínculo y actualmente como juez en el Tribunal Eclesiástico de Madrid, la han convertido en una voz de autoridad en todo lo que se refiere a las dinámicas sanas dentro de la pareja.
El acompañamiento es un apoyo a los matrimonios en cualquier etapa de su vida. Empieza a convertirse en un recurso esencial, teniendo en cuenta que cada vez hay más mensajes que bombardean a las parejas con el mantra de “lo fácil es romper el vínculo y empezar de nuevo en otro lado”. Frente a esto, el acompañamiento quiere llevar un mensaje de esperanza y de lucha por el matrimonio.
Para conocer mejor esta labor, María Álvarez de las Asturias explica en qué consiste este recurso, aclara algunos mitos y muestra que la comunicación es una de las mejores herramientas que tienen las parejas para solucionar sus problemas.
¿En qué consiste el acompañamiento? ¿Cuál es la clave de esta labor?
—En los últimos años hemos llegado al término “acompañamiento”, que es amplio y engloba la atención a cualquier persona que necesite una ayuda en sus relaciones personales y familiares.
Se trata de una ayuda no clínica, porque hay muchas dificultades personales, de pareja y familiares que no tienen una raíz clínica y, por tanto, no necesitan un tratamiento médico. El acompañamiento es una buena combinación con otro tipo de ayudas, que pueden ser clínicas, jurídicas o espirituales. Es muy importante en el acompañamiento que los profesionales trabajemos en colaboración: estamos tratando con personas, no con clientes o fuentes de ingresos. No nos podemos “apropiar del caso”, porque no “vemos casos”, atendemos personas.
Esta forma de acompañamiento no clínico surge porque muchas personas lo piden ya que las circunstancias han cambiado.
Hace 50 años, las dificultades se resolvían con los consejos de familiares y amigos. Vivíamos a otro ritmo, en general más cerca unos de otros, pero hoy ya no tenemos esa protección familiar y social. Las personas se encuentran muy solas y no saben a quién acudir.
En el acompañamiento, la persona a la que acudes te ofrece garantía, por la persona que es y por la formación que tiene, de que tiene capacidad para entender la dificultad que tú experimentas y capacidad, si no para resolver esa dificultad, sí para ayudarte a encontrar al profesional que pueda atenderte.
¿Qué mitos y realidades hay sobre el acompañamiento en el matrimonio?
—Lo primero es aclarar que nos cuesta pedir ayuda. A nadie le gusta reconocer que tiene una dificultad. Tampoco nos gusta contar los problemas que tenemos.
Uno de los grandes mitos que conviene aclarar es que las ayudas que se ofrecen desde el acompañamiento no son para el momento en el que uno ha decidido ya separarse. Es decir, una dificultad de pareja surge en un momento dado y, desde ese momento hasta que uno toma la decisión de separarse, hay un espacio de tiempo enorme en el que hay que actuar, precisamente para evitar una ruptura.
Yo siempre propongo que si una pareja se encuentra en un momento en el que nota un distanciamiento o que la relación empieza a pesar, y no puede solucionarlo por sí misma, que pidan ayuda. Ese desencuentro puede solucionarse para fortalecer la relación. Pero si ese desencuentro no se cierra, fácilmente la pareja tomará caminos paralelos que luego son divergentes.
¿Qué necesidad hay de que el acompañamiento se haya profesionalizado?
—Como decía, por un lado, ha influido mucho la soledad de las personas debido a la dispersión geográfica y también por el ritmo de vida que llevamos. Por otro lado, en las familias ya es frecuente que no se compartan los mismos valores y principios como antes. Esto viene también muy influido por el entorno social, que desde hace más de veinte años, ha pasado de apreciar la familia y el matrimonio a desvalorizarlos y atacarlos.
Por todo esto, los matrimonios se encuentran con dificultades en su vida y les resulta más difícil encontrar a alguien que tenga la misma visión que ellos. De ahí surge la necesidad de que haya un acompañamiento profesional que pueda responder a las peticiones de los matrimonios que no encuentran la ayuda que necesitan en su entorno cercano.
¿Qué es lo primero que hay que tener en cuenta para afrontar una crisis en el matrimonio?
—Lo primero que hay que saber es que las crisis forman parte natural de una relación. Si inicias una relación de cualquier tipo, con intención y deseo firme de que dure en el tiempo, esta relación va a pasar por crisis, porque las crisis son cambios. La relación de amor que no crece, muere.
El crecimiento supone cambios, y el cambio es una crisis. Los cambios de circunstancias nos obligan a recolocarnos, pero tenemos que perder el miedo a la palabra “crisis”, porque solemos pensar que es equivalente a los pensamientos de separación y no son lo mismo.
Hay crisis que tienen un origen negativo, pero otras vienen de algo positivo, como el nacimiento de un hijo o una promoción en el trabajo. Sabiendo esto podemos decir que, en principio, las crisis se pueden resolver con una buena comunicación.
Una crisis no resuelta es lo que puede desembocar en una separación. Si no somos capaces de resolver una crisis es bueno ponerse un plazo, no muy largo. Si al cabo de ese tiempo determinado seguimos arrastrando la dificultad, hay que pedir ayuda para solucionarla.
¿Qué ocurre cuando una de las personas en el matrimonio sí quiere tener un acompañamiento pero la otra tiene reparos?
—La forma perfecta es que los dos acudan al acompañamiento pero, como “lo mejor es enemigo de lo bueno”, en caso de que uno de los dos no quiera, al menos a través del que sí acude se puede tratar de mejorar la relación. Ahora bien, siempre es mejor escuchar las dos versiones. También es verdad que, con frecuencia, sucede que el cónyuge que es reacio se abre a la posibilidad del acompañamiento cuando ve que la otra persona realiza cambios que afectan positivamente a la relación.
Creo también que el hecho de que el acompañamiento no sea una atención clínica es una ventaja que elimina barreras. Junto a esto, creo que este acompañamiento no clínico es muchas veces una buena forma de que la persona que necesita un tratamiento clínico se dé cuenta de que sería bueno pedirlo.
¿Qué sentido tiene dedicarse al acompañamiento y que exista este sistema en una época en la que hay mucho miedo al compromiso y nos hemos acostumbrado al divorcio y a la separación?
—Tiene todo el sentido del mundo porque esto que nos propone la sociedad está causando un sufrimiento inmenso en multitud de personas.
Nadie se casa para fracasar. Nadie quiere que le vaya mal en su familia y lo que encontramos es que cuando anuncias la posibilidad de trabajar para mejorar una relación, la mayoría de las personas sí quieren darse esa oportunidad.
Nuestra labor tiene sentido y surge a petición de las personas que no encuentran en el entorno familiar y social ese apoyo para sacar adelante su compromiso y su unión de amor.
¿Cuál es la diferencia entre acompañamiento clínico y no clínico?
—Hay que empezar por aclarar que todo acompañamiento, aunque sea tomarte un café con una persona y escucharle, es terapéutico, porque ayuda a aliviar la preocupación o el sufrimiento. Pero no todo acompañamiento es clínico. La diferencia entre acompañamiento y atención clínica es que hay dificultades en las relaciones (dificultades de comunicación, o de relación con las familias políticas) que no tienen origen en una patología; y, en esos casos, los médicos tienen pocas posibilidades de solucionarlo.
Por otro lado, si uno de los miembros de la pareja o familia necesita atención clínica, es bueno que el resto de la familia pueda contar con un acompañamiento para vivir esa situación, ya que la patología de uno repercute en las relaciones de todos.
Cualquier forma de escucha cariñosa, sin juicio ni crítica, a otra persona es acompañamiento. Esto lo podemos hacer todos en cierta medida. Pero cuando la dificultad empieza a ser grande es conveniente acudir a un profesional con formación en el campo de tu preocupación.
En mi caso, mi formación jurídico-canónica y en acompañamiento de duelo y heridas emocionales, unido a mi experiencia con novios, me proporciona una cualificación mayor que la de un amigo con buenas intenciones.
En el acompañamiento, cuando le dices a una persona preparada lo que te está pasando, es más fácil determinar la importancia real del problema. Cuando tienes una dificultad y le están dando vueltas en tu cabeza, es normal que “se haga bola”. En ese momento, es difícil ver el problema de forma objetiva. Al expresar y sacar de dentro lo que nos está reconcomiendo, esa dificultad empieza a verse con la importancia que tiene y es un primer paso para sanar.
¿Cómo se acompaña a un matrimonio que lleva 50 años unido, con sus defectos, rutinas y virtudes ya tan marcados que hacen difícil el cambio?
—Estos matrimonios también tienen crisis, como la del nido vacío, por ejemplo. Con esa etapa en concreto hay personas que dicen que si tienes síndrome de nido vacío es porque tu matrimonio no va bien, pero esto es una barbaridad. Es la edad en la que tus hijos se suelen independizar. Incluso si no tienes hijos, los dos miembros de la pareja se están haciendo mayores y probablemente ven el fin de su vida laboral ya en el horizonte. Ya tienes una edad que no vas a doblar, lo que significa que empiezas a vivir la segunda parte de tu vida. Por tanto, cosas que antes no te planteabas ahora salen a la luz.
La generación anterior, que te cuidaba y era a quien podías acudir, ya no está o empieza a necesitar tus cuidados. De pronto, te ves en primera fila. Los demás acuden a ti, pero es difícil que tú encuentres alguien a quien acudir.
Es completamente normal que, en esta situación, haya una crisis existencial. Si has vivido del modo que querías, es más fácil solventar esta crisis y enfrentarse a esos vicios o problemas que dificultan la relación. Si la pareja sigue dispuesta a mantener el compromiso que les une, es más fácil que encuentren un modo de enfrentarse a la crisis y adaptarse a las nuevas circunstancias de su vida.
La dificultad peligrosa aparece cuando uno o los dos miembros de la pareja, en algún momento de la relación después de la boda, tienen la impresión de que no están viviendo la vida que han querido vivir. Ahí llega la crisis existencial que muchos sitúan alrededor de los cincuenta, pero que puede darse en cualquier momento. Si están a disgusto con la vida que llevan, muchos deciden dar el portazo e irse. Si se llega a este punto, difícilmente se puede solucionar. Es un problema que solo se puede prevenir: la prevención se basa en cuidar esa unión de amor todos los días, renovando el compromiso matrimonial. Es decir, la muerte súbita del matrimonio, ese dar el portazo y marcharse, ocurre porque no se ha dicho en tiempo real lo que estaba empezando a incomodar en el matrimonio.
Por eso hay que cuidar mucho la comunicación y contarse las cosas que pesan en la relación. Hay que decir al otro lo que nos gusta, lo que nos cuesta, las ilusiones y los cambios que nos gustaría ver o hacer.
La comunicación es necesaria para cuidar nuestra relación y asegurar que la vida que llevamos juntos nos convence. Lo cual no significa que se pueda hacer todo lo que nos gustaría; pero hablando de todo eso (lo que nos gusta, lo que nos cuesta, las ilusiones y los cambios que nos gustaría) realizamos lo que es posible y evitamos echarnos en cara las cosas que de manera conjunta hemos valorado que no son posibles o que debemos posponer.
¿Hay algún momento del acompañamiento en el que uno se da cuenta de que para ese matrimonio el único recurso que queda es la separación? ¿Qué se hace entonces?
—Es importante señalar que en el acompañamiento no tomamos las decisiones por las otras personas. Nosotros ayudamos a que la persona que acude al acompañamiento plantee y ponga encima de la mesa las cosas que necesita aclarar para tomar las decisiones que le parezcan oportunas.
En el acompañamiento sostenemos a las personas que no se sienten capaces de tomar las decisiones por su cuenta en ese momento, pero no tomamos las decisiones por ellos.
Hay parejas que, desde el punto de vista del acompañante, podrían salir adelante. Pero tú no puedes tomar esa decisión por ellos si al final deciden separarse. Tenemos que respetar la libertad de las personas, eso es lo primero.
Como profesionales del acompañamiento, también hay que acompañar en la separación y en las rupturas. Sin juzgar, porque es una situación que puede ser traumática y la crítica añade sufrimiento a un momento que es ya de por sí doloroso.