Educación

Alfonso Carrasco: “Es importante tomar conciencia de la tarea educativa que realiza la Iglesia”

El Congreso "La Iglesia en la Educación", organizado por la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, tendrá su sesión final el día 24 de febrero de 2024. Con motivo de la "fase previa" que se ha llevado a cabo durante el mes de octubre, entrevistamos a monseñor Alfonso Carrasco, presidente de la Comisión.

Loreto Rios·31 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos

Monseñor Alfonso Carrasco ©CEE

Como señalan en su web, «la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura organiza el Congreso ‘La Iglesia en la Educación’ que tendrá su sesión final el 24 de febrero en Madrid». Antes de esta «sesión final» ha tenido lugar durante todo el mes de octubre una «fase previa», que arrancó el día 2 en Barcelona, en la que cada lunes y miércoles se ha llevado a cabo un Panel de experiencia y participación. En estos paneles se han presentado 78 proyectos «que se desarrollan en distintos ámbitos educativos». «Además, en la página web del Congreso se han habilitado unos espacios en los que se invita a toda la comunidad educativa a dejar sus experiencias y reflexiones», se indica en el portal del Congreso.

Con motivo del fin de esta primera fase que se ha llevado a cabo durante el mes de octubre, hemos entrevistado a monseñor Alfonso Carrasco, presidente de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura.

¿Cómo surgió el proyecto del congreso y cuáles son sus principales objetivos?

El proyecto del congreso surge como respuesta a una responsabilidad eclesial por la educación ampliamente compartida, sentida como urgente en estos momentos de grandes cambios educativos en España y en el mundo, a la que el Papa nos llama con su propuesta de un “pacto educativo global”.

Es el fruto también de la experiencia de un camino de participación grande y de muchos encuentros hechos posibles por la tarea de estos años también desde la Comisión. Si ya existía en nuestro mundo educativo la percepción de la necesidad de una escucha mutua, de la colaboración y el apoyo ante los cambios profundos que estamos viviendo, el debate público provocado por la elaboración de la Lomloe significó una nueva interpelación a nuestra presencia y compromiso como Iglesia en la educación.

En este contexto, la Congregación para la Educación católica publicaba en 2022 una Instrucción sobre «la identidad de la escuela católica para una cultura del diálogo”, insistiendo en la necesidad primera de crecer en la conciencia de la propia identidad y recordándonos algunas ideas esenciales: la misión educativa es una exigencia intrínseca de nuestra fe y parte de la misión misma de la Iglesia, en primer lugar para con los propios hijos; pero al mismo tiempo es también un instrumento fundamental de nuestra apertura a la sociedad, de nuestra voluntad de propuesta y de diálogo en un mundo cada vez más intercultural.

A partir de este conjunto de factores surge la iniciativa y se explican las formas escogidas para la realización de un Congreso, así como sus principales objetivos:

  • crecer en conciencia de la relevancia de nuestra misión educativa, de la relación indisoluble entre fe y educación;
  • encontrarnos y escucharnos como presencia de Iglesia, para hacer posible afrontar juntos los desafíos del actual momento educativo, para caminar unidos y compartir recursos;
  • explicitar y proponer nuestra experiencia educativa en el contexto del diálogo social sobre educación.

¿Cuáles son los principales retos educativos a los que se enfrenta la sociedad en la actualidad?

Pienso que los principales retos educativos son siempre los mismos, aunque cambien mucho las circunstancias sociales y las formas de realización. El desafío no es hoy ya que nuestra sociedad no dé respuesta al derecho a la educación de niños y jóvenes, ni los problemas del sistema educativo residen tampoco en la falta de recursos.

Las dificultades se originan más bien por la ruptura del “pacto educativo”: en la dificultad de las familias para asumir su responsabilidad en la educación; en la tendencia a restringir la libertad de enseñanza, limitando el espacio de la iniciativa social y su necesaria financiación, y privilegiando de muchas maneras los centros de titularidad estatal; en la tentación de imponer al mundo educativo desde el poder político antropologías e ideologías que contrastan con la de partes importantes de la sociedad, así como también con la laicidad o neutralidad del Estado.

Pero los retos, al final, son siempre los mismos: conseguir que el sistema educativo, y cada centro, salvaguarde la centralidad de la persona, sirva a su formación integral; de manera que esta sea introducida al conocimiento del mundo, crezca en libertad y responsabilidad, y pueda hacer una contribución real a la renovación de la sociedad.

Estos retos se plantean en nuestra época en toda su radicalidad. Porque el crecimiento del poder social y de los medios técnicos hacen verosímil la tentación de instrumentalizar la educación y a los alumnos. Y porque entonces, al no educarse suficientemente en el respeto a la persona de cada uno, no se da el necesario aprendizaje de competencias personales y sociales imprescindibles, de una capacidad real de diálogo y de tolerancia, de modo que el malestar y los conflictos tienden a crecer.

¿Qué puede aportar la Iglesia a este panorama?

La Iglesia puede aportar, en primer lugar, una pasión educativa verdadera, en la que la persona ocupa el lugar central. Por la fe sabemos que nuestro Señor entregó su vida en la cruz por cada uno de nosotros, que ningún tesoro vale cuanto la vida y el alma del más pequeño. La caridad se expresa en el deseo del bien, de que crezca, madure íntegramente la persona, entienda el mundo y la vida a la luz de la fe verdadera, sepa asumir su responsabilidad más propia. Por eso la pasión educativa mueve a la Iglesia desde los inicios.

De ahí han nacido y nacen multitud de obras e instituciones educativas, escuelas, universidades. Aportamos, por tanto, también posibilidades concretas de educación a la luz de la fe, una identidad y un método que enriquecen el panorama del sistema educativo de una sociedad plural como la nuestra.

El modo, plenamente realista, de cuidar a la persona concreta es también aportación importante. Sabemos de las limitaciones, de los dolores, de las dificultades, pero llevamos siempre una esperanza más grande que permite atender y ocuparse de cada uno; y hacer de la escuela lugar en que todos encuentren posibilidades nuevas. Y, por otra parte, al estar introducidos en el horizonte de la verdad plena por el Evangelio, confiamos en la razón, buscamos que se ejercite y se desarrolle, como factor plenamente personal: ¿cómo podríamos respetar a alguien, si dejásemos de proponerle un camino razonable de aprendizaje, de inteligencia del mundo y de la vida?

De este aprendizaje la Iglesia no excluye ninguna dimensión del mundo ni de la persona, para salvaguardar el horizonte de una formación integral. Insiste, en particular, en la importancia de la educación moral y religiosa, teniendo en cuenta la identidad del educando, su patrimonio cultural y religioso. La defensa del respeto a la persona del alumno, en lo concreto de su enraizamiento existencial, es una aportación constante de la Iglesia, que la propone insistentemente como necesaria también hoy a todo el sistema educativo.

En resumen, valoramos la existencia de un buen sistema educativo, defendemos la bondad de la pedagogía, aceptamos la necesidad de renovar sin miedo los métodos didácticos. Y queremos estar en el espacio educativo público, en el mundo de la escuela, promover la deliberación conjunta, el diálogo social, el deseable trabajo en colaboración.

Y desearíamos que nuestra particular presencia y compromiso como Iglesia en la educación contribuyese no solo a la libertad de enseñanza y a la pluralidad de nuestro sistema educativo; sino que fuese como una gran afirmación pública del bien inmenso que es la educación, como expresión primera e imprescindible de un afecto sincero por el educando, de la esperanza en su futuro y el de nuestra sociedad. Queremos aportar verdadero amor por la educación, valoración radical de cada persona.

¿Qué conclusiones y frutos pueden extraerse de los encuentros en torno a los nueve Paneles de Experiencia, hasta la fecha?

Es algo pronto para extraer conclusiones y recoger el fruto de los nueve Paneles. Sería necesario esperar a recibir las aportaciones de reflexión y de experiencia de los protagonistas de los diferentes ámbitos, de los cuales solo una selección breve pudo expresarse hasta este momento.

Puede decirse ya, sin embargo, que el trabajo de preparación ha implicado la colaboración de muchas personas, cuya buena voluntad y cuyo deseo de participar ha sido extraordinario. Los panelistas, igualmente, se han comprometido de modo admirable, no solo con sus aportaciones propias, sino también haciendo experiencias muy fecundas de comunión, compartiendo recursos y tiempo.

Por otra parte, a pesar de ser solo una ventana a mundos educativos enteros, hemos podido percibir una riqueza de presencia y compromiso muchas veces desconocida para nosotros mismos. Es muy importante tomar conciencia de la inmensa tarea educativa que realiza la Iglesia, con frecuencia desde hace mucho tiempo, con entrega personal admirable de muchísimos.

Se ven también, de modo inicial, riquezas de experiencia pedagógica muy variadas, fortalezas, pero también debilidades; percibimos desafíos. Y, al mismo tiempo, nos alegramos de encontrarnos, de poder compartir con los hermanos la misión que se está llevando a cabo, y también de poder hacer resonar en la sociedad una voz que hace presente riquezas educativas y personales de las que no siempre se es consciente.

Percibimos, en fin, que estamos dando pasos en un camino que es largo todavía, pero que es muy bueno poder emprender juntos. Los paneles son inicio de un trabajo: esperan todavía las aportaciones de muchos, provenientes de cada ámbito; y confluirán en el trabajo de la Jornada del 24 de febrero próximo.

Pero el Congreso mismo es, en realidad, también un paso en un horizonte amplio. Dios quiera que su celebración nos ayude a caminar juntos, desde todos los ámbitos, a protagonistas e instituciones, en el cumplimiento de la misión educativa de la Iglesia, sabiendo estar presentes y responder a los cambios y desafíos de nuestra época.

Crecer en conciencia de nuestra identidad, manifestarla con obras y palabras, vivirla en comunión, será una experiencia siempre íntimamente gozosa, un bien para los demás y una alegría para los llamados a vivir esta misión también en nuestra época.

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