Si la dignidad ha sido quizá el concepto más transformador y revolucionario del siglo XX, y que se ha divulgado con mayor precisión desde que el filósofo Javier Gomá publicó su obra con ese mismo título, ‘Dignidad’, el concepto de compasión podría tomarle el relevo en este siglo XXI.
Esto puede suceder por contraposición precisamente a ideologías como la cultura woke, cultura de la cancelación, a la que se refirió el pensador francés Rémi Brague en el Congreso de Católicos y Vida Pública del propio CEU en noviembre pasado, o a la idolatría de la violencia, de la que habló ayer Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de Ucrania, en relación al conflicto que afecta a ese país y a Europa, y que recogió Omnes.
Uno de los autores que mejor puede contribuir al análisis y a la divulgación de la compasión es el catedrático de Historia Medieval de la Universidad CEU San Pablo, Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, que acaba de ser galardonado por la Fundación Universitaria San Pablo CEU con el Premio CEU Ángel Herrera, en su XXV edición, a la mejor labor de investigación en el Área de Humanidades y Ciencias Sociales.
Su historia está ligada de algún modo a la del Papa emérito Benedicto XVI, desde que en 2011, en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid, fue portavoz de los profesores en aquel encuentro celebrado en El Escorial. Quizá muchos le recuerden, y también el discurso de contestación del entonces Papa Ratzinger. En la entrevista aludimos a ese momento.
La distinción le ha llegado al profesor Rodríguez de la Peña por su obra ‘Compasión. Una historia’, que analiza la compasión a través de los siglos, y que permite una aproximación nueva a las raíces éticas de Occidente y un análisis comparativo de Israel, la Grecia clásica y el cristianismo.
La nota oficial destaca la “relevancia social de esta obra en estos momentos de nihilismo y confusión, dado su carácter optimista, al alimentar la esperanza en la bondad del hombre inspirado por el mensaje de Jesús que, en situaciones difíciles, fue fiel a una ética de la compasión desconocida por destacados personajes de la Antigüedad”.
Conversamos con el medievalista profesor Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, que ha sido vicerrector de Investigación y de Profesorado, vicedecano de la Facultad de Humanidades en la misma universidad CEU San Pablo, y profesor visitante en universidades de otros países.
¿Cuántos años lleva dando clase?
― Leí la tesis en el año 99, estuve en Cambridge dos años y después llegué ya al CEU, donde llevo 20 años de profesor. Soy doctor en Historia Medieval y, desde hace unos meses, catedrático de Historia Medieval.
Le han concedido el Premio CEU Ángel Herrera a la mejor labor de investigación en el Área de Humanidades y Ciencias Sociales.
― Es un premio que dan todos los años y compiten proyectos que presentan candidatura de las tres universidades del CEU por área de conocimiento. Pueden ser libros, como es mi caso, pero también hay proyectos de investigación.
‘Compasión. Una historia”’ es el título de su obra, un relato de la compasión a través de los siglos…
― Esencialmente, lo que yo defiendo es la tesis de que la compasión no es una actitud biológica, no es algo genético, sino que es algo aprendido. Lo que hago es estudiar el origen de esa ética de la compasión en distintas civilizaciones y principalmente, y lo que más tiempo dedico en el libro es al mundo bíblico, Jesús de Nazaret, y al mundo griego, la filosofía grecorromana.
Pero también hay una parte sobre Oriente Próximo, India y China. Así pues, la idea es un análisis comparativo, y ver en qué medida la compasión está ligada a la religión, porque una de mis tesis es que al menos en una de las religiones está el origen de la compasión, el espíritu ascético de renuncia y el origen de la compasión que está vinculado.
Y luego, a través de esa comparación, ver qué tiene de especial o singular en la misericordia cristiana lo que es la compasiva de los Evangelios. Porque en el análisis comparativo entre estas culturas y al compararlo también con la filosofía grecorromana, se aprecia que en el Evangelio hay una idea de compasión distinta, más elevada, más avanzada que en el resto de culturas. Éste sería el resumen del libro.
¿De qué modo es la aproximación a Jesús?
― Hay un capítulo dedicado a Jesús de Nazaret, a Jesucristo, no como Redentor porque no es un libro de teología, sino al Maestro de ética. A lo que es la dimensión ética de los Evangelios, al Sermón de la montaña, en qué medida Jesucristo ha introducido la idea de amor al enemigo y al prójimo universal que llega a un máximum ético que va más allá de los profetas en el antiguo Israel, que va más allá de Sócrates, del budismo o del confuncionismo.
R: El rechazo al “ojo por ojo, diente por diente”…
― Sí, lo revisa. Y luego también reformula el mandamiento levítico. En la Torá ya está escrito ese mandamiento, que es “amar al prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas”. Luego hay un rabino muy importante, judío, contemporáneo de Jesús, más antiguo, pero coincidió durante unos años de vida con Jesús, que llegó a decir que ese mandamiento resume toda la Torá, toda la Ley.
Yo lo que lo que he intentado es ver qué tenía Jesús de especial, qué novedad ética hay en Jesús. Analizo como Él le da la vuelta a eso, porque el prójimo en la realidad hebrea era sólo el “judío”, no incluía a los gentiles de ese prójimo, y lo que hace es universalizar ese prójimo.
En segundo lugar, recoge el concepto de “amor” y le da una dimensión que ya está en Isaías, pero que Él desarrolla con los diferentes tipos de amor, por ejemplo. Él usa el amor ‘ágape’, que es un amor incondicional, de entrega. Y ya, por último, incluye en el prójimo al enemigo, el amor al enemigo. Que jamás nadie en ninguna cultura o civilización, había dicho esto. El enemigo por definición no estaba incluido en el amor.
La verdad es que el amor al enemigo es un desafío, ¿no?
― Totalmente. Por eso, va más allá de las reglas de oro. Una de las cosas que yo defiendo es que esto no es la regla de oro de Kant o de Séneca. La regla de oro no dice que ames al enemigo.
Aplicado un poco a nuestros días, a estas décadas; por ejemplo, en la cultura económica o política, es difícil observar esta norma ética de la compasión. En general, se tiende a hacer daño donde duele.
― En el libro hablo de eso, en el epílogo y la introducción. Estoy muy de acuerdo con lo que has dicho; por un lado, hay una hipercompetitividad, hay una secularización de la sociedad que ha hecho que esto en parte se haya perdido, pero lo que yo apunto es que más allá, hay una pérdida de compasión en lo que es la forma de vida individualista, occidental…, y esto coincide con lo que es una banalización de la compasión.
Es un término que yo uso a partir de lo que es la reflexión de varios pensadores sobre cómo en el mundo, o en la II Guerra Mundial, se puede decir que el nazismo o los totalitarismos en general, generan una deshumanización del hombre. Marcan el mínimo histórico de compasión, es decir, se va a una crueldad o inhumanidad, y entonces seguidamente hay una reacción tras la II Guerra Mundial, que es la Declaración de Derechos Humanos, civiles… Se puede decir que durante unas décadas en las que tuvieron mucho que ver muchos políticos y pensadores católicos, se intenta volver al humanismo cristiano.
Después de mayo del 68 y la posmodernidad, esto se ha banalizado. Lo que yo denuncio es que ésta es una sociedad que está constantemente, a diferencia por ejemplo de los nazis, hablando de solidaridad, compasión, humanización, de ayudar a los débiles…; pero la realidad es que es un mundo hipercompetitivo que de forma hipócrita está constantemente hablando de solidaridad, de empatía; pero la verdadera compasión, y eso es lo que yo explico en el origen de las éticas compasivas, tiene que ver con la renuncia, con una vida religiosa y con la espiritualidad. Entonces realmente lo que es, es una especie de discurso hueco e hipócrita y es banal.
Igual que Arendt habla de la banalización de los campos de concentración, del mal, como dice ella; la banalización de la compasión es que hemos rutinizado la compasión y le hemos quitado todo su valor, porque el valor de la compasión implicaba una forma de amar al prójimo que sólo cabe en la vida religiosa y que se ha perdido porque tiene que ver con la renuncia, con no tener intereses…
Si tú estás en una sociedad hipercompetitiva y super individualista, todo lo que es esa vida de solidaridad no es más que una especie de discurso para quedar bien, es hueco, es banal.
En un próximo Congreso tiene usted una ponencia sobre ‘Raíces espirituales de Europa’.
― Voy a hablar del humanismo cristiano, pero en una doble dimensión. El humanismo cristiano es humanismo en el sentido de cultura, por todo el legado cristiano, pero, y esto es una de las cosas que yo defiendo más, el humanista es humano en el sentido que tiene humanidad. Es decir, que el humanismo cristiano es cultura, sabiduría y compasión. Es la mezcla de ambas cosas. Usando esta idea de que el humanismo cristiano tiene esa doble componente, voy a enlazar todo el legado cultural clásico cristianizado, el humanismo que cambió Europa y luego también la otra dimensión, la dimensión compasiva, de humanidad.
¿Le parece que esta “cultura woke” o “cultura de la cancelación”, también en la historia, es esencialmente no compasiva? ¿Cuál es su reflexión sobre esta “cultura de la cancelación”?
― Estoy completamente de acuerdo, va contra todo esto. Porque al negar la tradición de los antepasados, al negar el pasado, quiere cancelarlo y empezar de cero. Hay, en primer lugar, una especie de nihilismo histórico, hay un hiperracionalismo que en el fondo lo que hace es que se da la mano con la racionalidad propia de la posmodernidad; y todo esto lleva a un desprecio por todo lo que es tus orígenes, por todo lo que te han transmitido tus mayores.
El movimiento woke no puede más que degenerar en un movimiento censor, inquisitorial, que prohíbe libros, que persigue gente, que cancela a los demás, que impide la libertad de expresión… Todo ello no puede ser más contrario a la tradición occidental, que es ese humanismo que es humano y a la vez busca la cultura y la sabiduría. En definitiva, niega la compasión.
La compasión está muy ligada al perdón. ¿Es correcto?
― Exacto. No hay perdón sin compasión, igual que no hay amor sin misericordia. La misericordia divina es la expresión máxima del amor divino, luego el que dice que es compasivo y no perdona, no es compasivo.
Usted saludó a Benedicto XVI en la JMJ de 2011, en representación de los profesores españoles. ¿Qué recuerdo tiene de ese momento?
― Pues entrañable, porque para mí es el Papa sabio. Yo le tengo de siempre una grandísima admiración intelectual pero luego el hecho de conocerle allí, más allá de la ocasión especial, tuve ocasión de hablar con él sólo unos minutos y me transmitió bondad. Es curioso, puede sonar a un estereotipo, pero este hombre tan intelectual, en el contacto cercano me derritió. Noté que en lo cercano era una persona profundamente humana, más allá de la timidez que hacía que, a diferencia de san Juan Pablo II, no tuviera esa facilidad de transmitir simpatía desde lejos, a distancia.
Ahora hay gente que le ataca.
― Es profundamente injusto, porque el Papa que inició la lucha contra los abusos fue Benedicto XVI.
Concluyamos. Lleva tantos años en una universidad católica y prestigiosa. Una breve reflexión sobre el papel de las universidades católicas, en España y en el mundo.
― He escrito varios artículos sobre lo que es una universidad católica. Mi reflexión, muy breve, en tres ideas: la primera es que tradicionalmente la universidad católica ha tenido dos características. Una es la defensa de la verdad, en el sentido de buscar e indagar la verdad sobre la creación, la ética….
En segundo lugar, en su origen medieval las universidades católicas tenían la idea de ‘comunidad’, y en ello insiste mucho tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI. La universidad era una comunidad donde la fraternidad entre profesores, alumnos, investigadores era una expresión de la comunidad. Y en tercer lugar, las universidades católicas, y esto en España está empezando a ocurrir, se han convertido en refugio de libertad de pensamiento, porque ahora mismo en muchas universidades públicas esa libertad de pensamiento está empezando a verse amenazada.
Está pasando en Estados Unidos también, en algunos otros países… La universidad católica ha quedado como un sitio donde realmente cada uno puede ejercer libremente su libertad de cátedra sin cortapisas. No digo que las universidades públicas persigan a nadie, es la presión de los compañeros y los alumnos la que en algunos sitios hace que algunos profesores tengan cortapisas, se vean de alguna manera coaccionados de forma silenciosa. Entonces, la universidad católica se ha convertido en un sitio donde todavía hay libertad de cátedra en sentido estricto.
Terminamos una conversación que podría tener más continuidad con variados temas. La obra sobre la compasión del profesor Rodríguez de la Peña pueden encontrarla en CEU Ediciones, enmarcada en la colección del Instituto de Humanidades Ángel Ayala.