¡Viva el Blue Monday!

Si hoy está usted triste tiene todo el derecho del mundo a pasar por ahí. Sumérjase en el azul profundo del Blue Monday y verá que, en lo más hondo, hay Alguien que sufre con usted, que no nos deja solos.

15 de enero de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos

Dicen que hoy, tercer lunes de enero, es el Blue Monday o el día más triste del año, pero ¿es por eso un mal día? ¿Por qué vivimos en un mundo en el que se nos prohíbe estar tristes? Es más, ¿existe la verdadera alegría sin haber experimentado antes la tristeza?

Los factores que se esgrimieron en su día para la invención de esta afligida fecha por parte de una agencia de viajes para promocionar sus productos fueron, entre otros, la coincidencia de ser un odiado lunes, en el frío y oscuro invierno en el hemisferio norte, con la cuenta corriente en números rojos en plena cuesta de enero, lejos de las vacaciones y cuando uno se ha dado cuenta ya de que no será capaz de cumplir con los propósitos que se hizo en año nuevo.

Así que, si esta mañana se ha levantado usted con mal cuerpo, con pocas ganas de afrontar la jornada, le fastidia todo a su alrededor y solo le apetece quedarse en casa con la batamanta o en la mesa camilla, sin aguantar a nadie; no se asuste, es solo el Blue Monday.

Quizá programar un viaje, como era la intención de los promotores de la conmemoración, calme sus cuitas; pero lo más probable es que tampoco sea por mucho tiempo, porque ya se sabe que la felicidad que nos promete el consumismo dura sólo el cortísimo periodo que tarda el mercado en convencernos de que tenemos una nueva necesidad.

Si le sirve mi experiencia para afrontar los periodos de bajón, yo suelo recordarme el famoso verso de Martín Descalzo: “morir solo es morir, morir se acaba…”; porque, ¿no es la tristeza una especie de muerte del ser? Cuando uno está triste o sufre por algo, ¿no valora menos la vida? Llevado al extremo, el suicida piensa erróneamente que la propia muerte física es mejor que esa muerte en vida que supone tener el corazón dolorido. “Sufrir solo es sufrir, sufrir se acaba”, me repito yo en los momentos de desolación junto al celebérrimo teresiano: “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…”. Es solo cuestión de tiempo.

¿Qué le ha ocurrido al umbral de dolor de nuestra sociedad del bienestar que no para de bajar? Cuanto más desarrolladas están las poblaciones, menos preparados están sus miembros para soportar la más mínima contrariedad. Es curioso comprobar cómo, igual que tantas veces la naturaleza se rebela contra la soberbia humana en su pretensión de domarla, también nuestro organismo, concretamente nuestra salud mental, parece estar lanzando un mensaje de advertencia.

¿Por qué las sociedades que se empeñan en eliminar el sufrimiento son las que más ansiolíticos y antidepresivos consumen? Ya no pasamos hambre, ni se nos muere un hijo de una simple diarrea ni tenemos leones que nos ataquen, como ha pasado durante milenios; así que nuestro cerebro, al no contar con estos imprevistos negativos, interpreta la más mínima señal de estrés de forma exagerada. Igual que ahora se disparan las alergias ante la falta de trabajo del sistema inmunitario gracias a nuestra menor exposición a las infecciones, la depresión y el estrés son la respuesta de la naturaleza a un estilo de vida seguro donde se ha reducido la incertidumbre.

¿No será que, en cierta medida, algo de sufrimiento es bueno para la vida? No sé si esta hipótesis tiene o no base científica, pero todos conocemos a gente a quien un cáncer, un accidente o la muerte de un hijo han catapultado hacia adelante, cambiando su vida a mejor, afrontándola con más esperanza y, casi siempre, por la vía de darse más a los demás.

La famosa psiquiatra Marian Rojas es una defensora del derecho a estar triste. Afirma que «la tristeza es una emoción natural y saludable que forma parte de la experiencia humana, una respuesta emocional a situaciones que nos afectan de manera negativa y suprimirla solo prolonga su impacto en nuestra salud mental».

En este sentido me resulta especialmente llamativo el hecho de que los relatos infantiles, los cuentos, las series o el cine eludan el dolor como si no fuera una parte de la realidad, por mucho que uno quiera combatirlo. Recuerdo perfectamente el nudo en la garganta ante la maldad del Lobo, la orfandad de Bambi, el abandono de Heidi, la soledad de Marco o la muerte de Chanquete y estoy seguro de que estas experiencias vicarias me sirvieron y me siguen sirviendo para afrontar las muchas y muy dolorosas pruebas con las que la vida me ha embestido. 

Las cosas más importantes de la vida se consiguen tras soportar duros y a veces largos momentos de dolor, tristeza y privaciones; pero luego pasan y llega el momento de disfrutarlas. Decimos, de hecho, que vale “la pena” estudiar, formar una familia, servir a la comunidad, desarrollar una carrera profesional, practicar hábitos saludables…  

El Papa Francisco ahondaba en esta idea en una de sus audiencias: «pensemos en el trabajo, en el estudio, en la oración, en un compromiso que hayamos contraído: si los dejáramos en cuanto sintiéramos aburrimiento o tristeza, nunca concluiríamos nada. Esta es también una experiencia común a la vida espiritual: el camino hacia el bien, nos recuerda el Evangelio, es estrecho y cuesta arriba, requiere un combate, una conquista de sí mismos». Y nos recomendaba: «es importante aprender a leer la tristeza. ¿Sabemos entender qué significa para mí, esta tristeza de hoy? En nuestro tiempo, la tristeza está considerada mayoritariamente de forma negativa, como un mal del que huir a toda costa, y, sin embargo, puede ser una campana de alarma indispensable para la vida, invitándonos a explorar paisajes más ricos y fértiles que la fugacidad y la evasión no consienten».

Por eso, si hoy está usted triste, o lleva así una temporada, tiene todo el derecho del mundo a pasar por ahí, por mucho que las redes sociales nos obliguen a parecer siempre joviales. Sumérjase en el azul profundo del blue Monday y verá que, en lo más hondo, hay Alguien que sufre con usted, que no nos deja solos. Alguien que, por amor, ha querido descender con cada ser humano hasta el límite del dolor para acompañarlo y rescatarlo, para darle un sentido al sinsentido. Alguien que nos ha explicado que la felicidad está en darse al otro, no en buscarse a sí mismo.

Acabamos de celebrar el nacimiento del “Dios con nosotros” y, más pronto que tarde, estarán aquí las celebraciones de su pasión y muerte. Entonces, y ahora, no hay que perder la esperanza de que morir se acaba con la alegría definitiva de la resurrección. Así que, ¡Feliz Blue Monday!, pero no dejemos de amar, no dejemos de esperar.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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