Nunca he atravesado el túnel del Canal de la Mancha, pero imagino la impresión que debe suponer entrar en él con un paisaje, clima, idioma y cultura determinados y a la salida encontrarse en un ambiente distinto. Una lengua y costumbres diferentes, que exige adecuar el comportamiento a esas nuevas circunstancias, pero sin perder la propia identidad.
Salvando las diferencias algo así nos ha ocurrido tras pasar por el túnel de la pandemia. Entramos en él desde un mundo conocido y al salir –si es que estamos saliendo- nos encontramos con un entorno social bastante diferente.
La pandemia no ha sido la causa de esos cambios, pero ha acelerado tendencias que ya se venían manifestando y tratan de configurar un nuevo modelo social. Ahora hay que verificar si esta sociedad que se nos propone es habitable, es humana, si se adecúa a la realidad del hombre.
Lo más inmediato es identificar cuáles son esos cambios. Si se refieren sólo a cuestiones superficiales o afectan a nuestros valores, nuestra cosmovisión y a nuestra relación con Dios. De ser así, en este caso, habría que recurrir a la antropología cristiana para reconstruir la verdad sobre el hombre y en esa tarea han de estar implicadas las hermandades.
Las claves para ese análisis no están en la sociología -“todo el mundo lo piensa”, “todo el mundo lo hace”-, porque ésta no es una ciencia normativa.
Los valores que sustentan la actividad de las personas no se establecen por mayoría o consenso, tampoco desde el conflicto dialéctico, ni desde el ciberactivismo, sino por su adecuación a la verdad, que el hombre puede alcanzar a conocer sólo con auxilio de la razón, impulsada, en su caso, por la fe. Claro que esa tarea requiere un esfuerzo intelectual que puede desanimar a algunos.
En una arriesgada comparación podríamos establecer un cierto paralelismo entre esta situación y la España del Trienio Liberal (1820-1823) impulsado por Riego frente al inmovilismo absolutista de Fernando VII. Hay que reseñar que los liberales eran minoría y se encontraban entre los más ilustrados de la clase media emergente.
Simplificando un periodo tan intenso como complejo de la historia de España diremos que la aventura liberal terminó pronto, apenas tres años, y mal.
Riego fue ahorcado y Fernando VII fue recibido en Madrid entre el entusiasmo del pueblo al grito de «¡Vivan las cadenas!». Proclamando así su temor a vivir en libertad, a tener que plantearse y resolver los problemas de convivencia y organización política.
Parece que ese miedo a la libertad aún perdura en algunos ambientes cristianos y cofrades. También ahora los hay que prefieren abrazar planteamientos absolutistas, refugiándose en una mal entendida tradición. Renuncian al acto propio de la libertad que es amar el bien, y a su capacidad de orientarse con sus acciones hacia Dios, que es Bien y Verdad.
Es el estudio de la acción el que revela a la persona. La realidad de la persona se construye desde la persona misma, uniendo la subjetividad de la experiencia con la objetividad de la verdad revelada.
Justo lo contrario a la ingeniería social que trata de crear nuevos valores –más bien contravalores- a los que la persona ha de adecuar sus acciones o comportamiento, cambiando así la realidad del hombre.
Ésta es ahora la tarea de las hermandades: elaborar un modelo de análisis de la realidad, con una fundamentación doctrinal rigurosa. Un análisis que sirva realmente a su misión de cara a sus hermanos y a la sociedad: asumir su propia verdad como vocación.
Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.