Una historia de amor junto a la cruz

La cruz, esos dos palos cruzados rasos, sin adornos, son la más clara declaración de amor de Dios a los hombres.

14 de septiembre de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos

A Marcos nunca le ha gustado salir con los chicos del instituto y el plan de esta tarde –ir a la parroquia a recibir la cruz de la JMJ de Lisboa que está recorriendo el mundo– no es que le pusiera mucho, pero va a ir Teté y eso basta para que sea un plan perfecto. Es verdad que tendrá que aguantar las bromitas de sus compañeros, sobre todo de Germán que le tiene especial inquina, pero tener la oportunidad de estar cerca de la chica de sus sueños vale la pena.

–Hombre, Mamamarcos, no sabía que tú venías también, ¡Qué pasa tío! –saluda Germán ofreciendo su puño–

–Pu-pu-pues yaaaa ves, Germán. A-aquí estoy. –responde Marcos chocando el suyo y agachando la cabeza ante las risitas cómplices de los dos amigotes del matón escolar que también le dan la bienvenida–.

Las chicas, que estaban charlando en corro en el banco de la plaza se acercan al verlo llegar.

–Hola Marcos, qué chulas tus Converse, ¿son nuevas? –le pregunta Teté plantándole dos besos que lo dejan mareado no sabe bien si por el intenso olor a perfume de chicle que desprende su amor secreto o por la súbita subida de pulsaciones que experimenta cada vez que ella se encuentra a menos de medio metro de distancia.

–Sí, sí, mo-molan ¿verdad? –ríe Marcos, orgulloso de estrenar zapas mientras saluda, encantador como siempre, al resto del sector femenino de la pandilla.

Marcos es guapo, el más guapo del instituto en realidad. Es atento, divertido y, aunque su tartamudez lo sitúa en los últimos lugares del complejo escalafón social adolescente, muchas chicas suspiran por él en la intimidad.  

–Venga, vámonos que llegamos tarde –dice Teté, a lo que todos responden poniéndose en marcha–.

En el metro de camino a la parroquia, mientras sostiene aparentemente la conversación insustancial (música, profesores y videojuegos) del grupo, Marcos se abstrae y comienza a pensar qué pinta él yendo a ver una cruz junto a un tipo que lo insulta llamándolo Mamamarcos…

–Un penique por tus pensamientos –le asalta Teté sentándose a su lado.

–Nada, mi-mi-mi mis cosas

–Ya sé, estás pensando que qué interés tiene ir a ver una cruz desnuda que viaja por el mundo. –Parece como si le hubiera leído el pensamiento. Marcos no es practicante, no ha hecho siquiera la segunda comunión, aunque le gustan mucho las imágenes de Semana Santa y admira el arte cofrade. Pero una cruz desnuda, dos palos cruzados ¿qué belleza tienen?

–Bu-bu-bueno, algo de eso sí que pienso. Sin un Cristo es un poco soooo-sa ­–ríe–.

–Jajaja, sí te entiendo perfectamente. Pero es que… –se pone seria para decir la siguiente frase– En esta cruz el Cristo eres tú, soy yo, seremos cada uno de nosotros.

–Pues co-conmigo no cuentes para lo de los claaaavos-

–¡Pfff, qué bestia! Pero oye, no vas muy descaminado. ¿O no son clavos las dificultades que vivimos en nuestro día a día? No sé tú, pero yo tengo mis problemas. ¿Tú no? Ya sabes que yo llevo fatal lo del divorcio de mis padres, Carmen tiene a la madre con cáncer, Manuel tiene complejo de gordo y hasta el chulo de Germán, ahí donde lo ves, tiene ataques de ansiedad porque sus padres están en paro y los van a echar de la casa. Lo sé porque me lo ha contado su hermana. En esta cruz no vamos a ver solo cómo Jesús nos salvó, sino que Él nos acompaña a cada uno en nuestras cruces. Perdona que te dé la brasa, pero el Dios que nos mostró Jesús, en el que yo creo, no es un Dios que se desentiende de nosotros, al que contemplamos desde fuera, sino que se une a nosotros hasta en los momentos más duros y nos dice ¡Te quiero!

–Te-te-te quiero –Repite en voz alta admirado por las palabras de su amiga. Es la primera vez que había entendido que la Cruz era una declaración de amor, un lugar donde descansar de la cruz, donde aliviarse de tantas risitas cómplices alrededor, de tantos desprecios y humillaciones. Tan impactado se ha quedado con esa buena noticia, que no se ha percatado ni del malentendido que su tartamudez ha provocado en su amiga.

–¿Cómo dices, Marcos? –le responde Teté colorada como un tomate.

–Teté te quiero –contesta sorprendiéndose a sí mismo por sus palabras.

La muchacha se lleva las manos a la cara emocionada, le rodea el cuello con sus brazos y, ante la mirada atónita del resto del grupo, le regala un beso y le declara: ¡Y yo, Marcos! ¡Yo también te quiero!

cruz jmj
El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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