El 21 de mayo realicé para mi cadena Televisa una larga entrevista con el Papa Francisco. El último año fue el año más difícil de su pontificado, debido a varios escándalos de pedofilia, algunos errores de evaluación, silencios que pesaron mucho y críticas crecientes por parte de grupos que se han sentido descuidados y han padecido cierta confusión en algunos temas de doctrina. Por tanto, la intención de esta entrevista de una hora y cuarenta minutos de duración fue la de esclarecer, para entender mejor, algunas de sus prioridades, comportamientos y reacciones.
Fue una conversación extremadamente franca, en la que el Papa aceptó y contestó todas las preguntas, sobre casos específicos como los del cardenal McCarrick, ex arzobispo de Washington, el obispo argentino Gustavo Zanchetta, acusado en Argentina de supuestos abusos a menores y abuso de poder, o los casos de sus más cercanos colaboradores en el llamado C9, que ya se quedó en C6.
En la entrevista, le hice al Papa las preguntas que la gente me hace a mí: si es cierto que prefiere a los que están fuera de la Iglesia en lugar de los que están adentro; por qué habla tanto de migración y parece hablar poco de temas como la vida o la familia; por qué en Argentina tenía fama de conservador y ahora se le considera un progresista; por qué parece sentirse más cómodo ante gobernantes de “izquierda”, que tienen un programa social fuerte, pero no defienden los valores de la Iglesia católica, que ante los de derecha que sí los apoyan pero no tienen un programa en favor de los más necesitados; el por qué de su relación privilegiada con las personas que viven en situaciones complicadas, entre muchas otras. Francisco intentó explicar con enorme tranquilidad e, incluso, con buen humor, su forma de ser y de reaccionar.
Me gustó el titular que L’Osservatore Romano le dedicó a la entrevista: “A corazón abierto”, porque esa fue mi sensación.