Estamos viviendo tiempos difíciles. El momento actual de nuestra sociedad es de profunda incertidumbre. La mirada de la gente es baja, agarrándose a lo cercano, olvidando a los demás, con poca esperanza. Esta situación no está sólo provocada por la pandemia sanitaria, económica y podríamos decir también social. Algo comenzó a vislumbrar hace unas décadas, cuando se empezó a hablar del relativismo y de su heredera inmediata, la postverdad.
En un mundo donde todo vale y no hay verdades firmes, el ser humano se tambalea. Ante esta realidad difícil el Papa Francisco nos ha convocado a todos a alzar la mirada, a salir al encuentro de los demás, a cuidar al prójimo, a llamar a todos hermanos. En esta misión confiada por el Papa la comunicación resulta más necesaria que nunca.
El año pasado, la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales reflexionaba con el lema “Somos miembros unos de otros” y abogaba por una comunicación al servicio de la comunidad humana. Los medios de comunicación tienen esta obligación: estar al servicio de todos. Pero no de todos por igual, están más obligados con los más pobres, con los más necesitados, con los más solos, con los que han perdido su proyecto de vida. Quienes se dedican a la comunicación, están llamados a suscitar esperanza, horizontes de futuro, conciencia de responsabilidad con el prójimo. El Papa Francisco recuerda en Fratelli Tutti que “los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido” (FT 114).
Es cierto que la situación tampoco es sencilla para los medios de comunicación. La revolución digital afectaba ya mucho en el día a día. A ello se suma ahora la difícil situación económica. Sin embargo, las dificultades no libran de las responsabilidades: hay que seguir y hay que servir, cumpliendo con una actividad que dignifica a los comunicadores y a la sociedad.
En lo digital hay muchos riesgos, pero hay también muchas oportunidades. Permite llegar a mucha más gente. La audiencia, toda necesitada de esperanza, se hace global, y el mensaje aquí llega a más gente en menos tiempo. Además, ese mensaje que navega en internet y las redes llega en el presente, pero permanecerá para el futuro iluminando la vida de personas que quizá no han nacido todavía. Lo bueno que hoy publiquen los medios en internet, seguirá haciendo el bien mucho más tiempo. Esto aumenta la responsabilidad, pero también la ilusión por un trabajo bien hecho, con la mirada puesta en las personas a las que la comunicación sirve, poniéndolas a salvo de los peligros del mundo digital que tan acertadamente denuncia el Obispo de Roma en su última encíclica (FT 42-43).
A pesar de todos los desafíos que hoy tiene la comunicación moderna, la misión del comunicador es hermosa, necesaria, agradecida e imprescindible. En estos tiempos, una buena comunicación nos puede ayudar a todos a mirar adelante, a construir un “nosotros”. Si además es una comunicación cristiana, nos debe enseñar a saber mirar a lo alto. Porque “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, pera abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y dignas. Comuniquemos en esperanza” (FT 55).
Arzobispo Castrense y Presidente de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales