Hace ochocientos años san Francisco de Asís solicitó una indulgencia para quienes acudieran a la Porciúncula: un claro precedente de lo que el Papa Francisco desea en el Jubileo de la Misericordia.
Justo el 2 de agosto de 2016, en pleno Año Santo de la Misericordia, se cumplirán 800 años de la Porciúncula, el lugar para el que san Francisco de Asís pidió al Papa Honorio III, en aquel momento en Perugia, que le concediera la indulgencia plenaria para todos aquellos que frecuentaran este lugar y se confesaran. Sería la primera vez que se habría dado una indulgencia fuera de Roma, Santiago, San Miguel de Gárgano y Jerusalén. Sobre todo, se habría concedido el perdón de todo gratuitamente. Como cuenta el Diploma de Teobaldo, después de algunas dudas, el Papa accedió, pero inmediatamente un cardenal de su séquito lo instó a limitar los términos de la indulgencia: “Tenga en cuenta, señor, que si concede a este hombre tal indulgencia, destruiría a aquellas de ultramar”.
Quizás si hubiera sido acogida la petición de san Francisco de Asís, no habría habido ocasión para la reforma que vino planteada por Lutero por el abuso sobre la cuestión de las limosnas y las indulgencias. Aunque restringida, san Francisco obtuvo algo y así lo pudo anunciar: “¡Hermanos míos, quiero llevaros a todos al paraíso!”. Con ochocientos años de anticipo había obtenido aquello que ahora es normal, es decir, obtener la completa remisión de las culpas simplemente arrepintiéndose, confesándose y acudiendo a una iglesia.