La sospecha se apodera de ti en África, cuando conduces durante horas y horas, recorriendo distancias que en sí mismas no serían tan exageradas, pero que se hacen eternas por la falta de buenas carreteras: quizás no hemos aprendido mucho de la pandemia. Tal vez la hayamos desaprovechado, si en Europa y en los llamados países desarrollados ya se habla de distribuir la tercera dosis, mientras que en la mayoría de los países africanos aún no se ha vacunado ni al 2% de la población. Si pensamos en África como algo lejano. Y sobre todo si aquí, en nuestro país, esta inconsciencia no parece ser un problema.
No nos hemos enterado de lo dramáticamente cercana que puede ser Wuhan. Ni cómo nos afecta una extraña gripe que agarra un desconocido a miles y miles de kilómetros de distancia. Cómo su salud puede desencadenar un proceso que puede encerrarnos en casa durante semanas, durante meses, quitarnos el trabajo, alejarnos de nuestros seres queridos, secuestrar a nuestros hijos e impedirles aprender, jugar, crecer en contacto con los demás.
Si el G20 de la Salud, la reunión de los representantes de las 20 naciones más ricas del mundo a principios de septiembre, sólo expresó esperanzas y no lanzó un plan preciso para la difusión de las vacunas (el 60% de la población de los países ricos está vacunada, frente al 1,4% de los países de bajos ingresos), significa que la pandemia ha pasado como agua fresca. Y miramos a nuestro alrededor con un campo de visión estrecho, que nos hace perder partes de realidad, mientras las variaciones se multiplican y no podemos ni siquiera atrevernos a sentirnos seguros.
Cuando te reúnes con colegas africanos, que llevan a cabo proyectos de desarrollo, intentas preguntar: ¿por qué la gente de aquí no se enfada, por qué no exige la vacuna? ¿Por qué a muchos les da casi miedo, o no sienten la necesidad? Porque -responden- faltan campañas de información adecuadas y nadie puede permitirse promocionarlas si las vacunas no están disponibles.
Así que todos nos aferramos a la incertidumbre, engañados por los espacios de libertad recuperados (gracias a la vacuna), mientras en muchos países africanos se mantiene el toque de queda, como en Kenia, o las escuelas siguen cerradas, como en Uganda. Situaciones que presentarán una cara factura. Y no sólo a ellos. A todos nosotros.
Licenciada en Letras Clásicas y doctora en Sociología de la Comunicación. Directora de Comunicación de la Fundación AVSI, con sede en Milán, dedicada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria en todo el mundo. Ha recibido varios premios por su actividad periodística.