–¿Dónde está ahora tu Iglesia?
La pregunta me la lanzó un vecino con el que coincidí mientras bajábamos la basura durante aquellos primeros días del confinamiento hace ahora un año. Es un buen tipo Javier: padre de familia, abogado y ciclista aficionado.
Me sorprendió que, en medio de la confusión de aquellos días de marzo de 2020, la conclusión de su primer análisis sobre la tragedia que se nos había venido encima pasara por culpabilizar de alguna forma a la Iglesia o, al menos, por exigirle responsabilidades.
A bote pronto, se me ocurrió argumentarle con las noticias que había leído aquella misma mañana: la rápida respuesta de las clarisas de Alhama de Granada, proveyendo al ayuntamiento de mascarillas confeccionadas por ellas mismas; la donación por parte del Papa de respiradores a distintos hospitales o el ofrecimiento de las diócesis a las autoridades para aportar medios económicos o residenciales a la lucha contra la pandemia.
Contra los prejuicios, de nada sirven los argumentos, así que me despedí cortésmente y le dije que sí que siempre se podía hacer más.
Antonio Moreno
Nada de eso parecía convencer a Javier que consideraba ridículos aquellos gestos. Yo no quise entrar a polemizar, porque sé que, contra los prejuicios, de nada sirven los argumentos, así que me despedí cortésmente y le dije que sí que siempre se podía hacer más.
Y vaya que sí se ha hecho más. En este último año, la Iglesia se ha volcado en la atención espiritual y social de los españoles de forma admirable, lo que ha sido en términos generales muy valorado por la sociedad, como demuestran dos datos que se han dado a conocer recientemente:
En primer lugar, los resultados de la campaña «Cáritas ante el coronavirus», calificada por la propia entidad como una auténtica «Explosión de solidaridad» y que ha contado con el apoyo de más de 70.000 donantes que han aportado 65 millones de euros destinados en su mayor parte a cubrir necesidades básicas de alimentación, higiene o gastos de vivienda y suministros de las personas que se han encontrado, de la noche a la mañana, sin medios para subsistir.
Y, en segundo lugar, el aumento del número de españoles que marcaron la casilla de la Iglesia en su declaración de la renta. Más de 100.000 «x» nuevas que suponen un espaldarazo a la labor que han estado haciendo los capellanes de hospital –muchos de ellos fallecieron contagiados–; los párrocos, que han llevado consuelo a las familias de los afectados; o los religiosos, religiosas, trabajadores y voluntarios de las instituciones eclesiales que se han jugado el tipo por cuidar de las personas a su cargo.
El domingo, cuando salía de casa para ir a Misa, me crucé de nuevo en el portal con Javier, que salía con su bicicleta:
–¿Qué? ¿A tu Iglesia? –me preguntó.
–Bueno, sí, ya sabes…
–Nada, nada, a ver si rezando mucho acabáis con el coronavirus –me soltó, sarcástico, sin darme tiempo a contestarle.
Al escuchar luego en Misa aquello de que el Hijo no ha venido a juzgar al mundo sino a que el mundo se salve por él, pensé que la mejor respuesta es «sí, siempre se puede hacer más».
Antonio Moreno
Mientras lo veía a alejarse con su bici, se me ocurrieron varias respuestas para devolvérsela; pero al escuchar luego en Misa aquello de que el Hijo no ha venido a juzgar al mundo sino a que el mundo se salve por él, pensé que la mejor respuesta habría sido la misma que le di el año pasado por estas fechas: «sí, siempre se puede hacer más».
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.