La herencia cristiana no consiste en cosas materiales que pueden malgastarse sino en el sentido de una vida que nos enseña a vivir. Recibir una herencia significa pensar en ella dentro de una historia. La herencia pide responsabilidad. Somos continuadores de una historia anterior que debe ser llevada a plenitud. No se trata de repetir como letra muerta sino de sacar toda la riqueza que contiene, respondiendo ante los nuevos desafíos.
La identidad moral de Europa presupone una historia, y su lengua materna es el cristianismo como dijo Goethe. No es un solar en el que construir, como si no existiese nada. Mirando únicamente al presente nos desentendemos de las posibilidades del futuro. Solo vemos lo que es censurable y destructivo de nuestra propia historia, y no somos capaces de percibir lo que es grande.
En El ocaso de la Edad moderna, Romano Guardini considera el gran cambio de dirección histórica que se estaba produciendo como una oportunidad para la Iglesia. Lo esencial no es cambiar, sino renovar, generar algo de verdad nuevo. Quedarse en los cambios aparentes es no encontrar la verdadera novedad y, tantas veces, se pierde así el horizonte auténtico del camino abierto al futuro. Se innova a partir de lo que somos, y nuestra identidad es cristiana.
Europa es más que su economía. Nuestra cultura actual se jacta de no tener fe y exige excluir toda referencia a lo que no es puramente material y medible. Actualmente ninguna religión revelada tiene influencia pública en el Occidente europeo, y una fe que se conserva encerrada en la intimidad es incapaz de dirigir realmente la vida. Europa es, ante todo, un concepto espiritual y cultural: una civilización. La clave de comprensión de Europa, como la de cualquier cultura o civilización, es la religión. En este sentido, san Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, sin dejar de constatar la existencia de numerosos signos preocupantes en nuestro continente, como la pérdida de la memoria y la herencia cristianas, no duda en testimoniar una vibrante llamada a la esperanza para que Europa no se resigne a modos de pensar y de vivir que no tienen futuro. La fe cristiana fundamenta la vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en arte, la literatura, el pensamiento y la cultura.
El Papa Francisco en Lumen fidei, la primera encíclica de su pontificado, nos invitó a reflexionar sobre la fe como una luz que ilumina toda la existencia del hombre. Luz de una memoria fundante que nos precede y al mismo tiempo, luz que viene del futuro, y nos desvela nuevos horizontes. La fe “ve” en la medida en la que camina, es la roca firme sobre la que construir la vida. La fe no es estática, desde sus inicios bíblicos aparece como respuesta a una llamada que nos hace ponernos en camino. Por eso la fe exige una continua conversión.
Constatamos hoy que Europa ha dejado de ser mayoritariamente cristiana. Sin embargo, de acuerdo con el historiador británico Toynbee, los cambios de civilización que determinan un nuevo paradigma social no los promueven las grandes masas, sino pequeñas minorías “creativas” capaces de generar un nuevo tejido social. Ratzinger, no duda en afirmar que “el destino de una sociedad depende siempre de las minorías creativas”.
Una minoría creativa puede ser pequeña pero no sectaria. Lo que la distingue de otro tipo de minorías es su capacidad para generar cultura, modos de vida, prácticas sociales.
Una minoría creativa genera espacios y tiempos en los que arraiga algo nuevo. Penetra en la sociedad y la transforma. No significa opinar, pensar e incluso sentir lo mismo.
Lo que caracteriza a la minoría creativa es haber recibido un mismo don —una relación personal— y trabajar con empeño en edificarlo. Se vive una misma vida, se bebe de una misma fuente. Y esto se revela en las virtudes que se generan entre sus miembros y que se derraman hacia fuera por medio de prácticas.
Lo esencial entre los hombres es lo que tenemos en común, no lo que nos separa, y la fe nos une, es un bien común.
La minoría creativa no produce la destrucción sino la renovación del presente. La visión creativa, descubre la posibilidad de una sanación, de una renovación del mundo sin necesidad de destruirlo, es levadura, no dinamita. Por eso, los cristianos no podemos vivir a la defensiva, en pequeños guetos, Retroceder ante las dificultades no da resultado. La vida es siempre más, nos trasciende, es un imposible para nosotros. Atreverse con ese imposible supone grandeza de ánimo, magnanimidad, valentía.
Solo el que agradece la contradicción la vence, y solo el que agradece el don lo recibe verdaderamente.
La fe cristiana puede contribuir a que Europa recobre de nuevo lo mejor de su herencia y siga siendo un lugar de acogida y crecimiento, no solo en lo material sino, sobre todo, en humanidad.
Directora general de las Cruzadas de Santa María