Anselmo de Canterbury, Ricardo de San Víctor y Tomás de Aquino conforman tres ejemplos de inteligencia, estudio, razonamiento y fe que han dado lugar a insignes escuelas de pensamiento y cuya influencia atraviesa la historia hasta nuestros días.
Anselmo de Canterbury
Anselmo de Canterbury nació en Aosta (norte de Italia) en 1033 o 1034. Hijo de padres nobles, descendientes de un pueblo germánico, el longobardo; tras la muerte de su piadosa madre inició una vida disipada y tuvo un conflicto con su padre que le provocó el abandono del domicilio paterno. Atraído por la fama de Lancfranco, maestro en una escuela de la Normandía, se incorporó a dicha escuela y, en 1060, ingresó como monje en la abadía normanda de Bec. En 1078 fue elegido abad de Bec sucediendo a Lanfranco. En 1093 recibió la ordenación para el arzobispado de Canterbury, lugar donde murió en 1109.
Siguiendo la estela agustiniana, definió la Teología como la fe que busca entender. Se le conoce en buena medida por su famoso argumento, que está al comienzo de su obra Proslogion y que fue calificado por Kant de ontológico porque pretende demostrar la existencia de Dios a partir de la misma idea de Dios, sin recurrir a la creación, ni a la Sagrada Escritura, ni a la tradición patrística:
Así pues, ¡oh, Señor!, Tú que das la inteligencia de la fe, concédeme, en cuanto este conocimiento me puede ser útil, el comprender que Tú existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos.
Creemos que por encima de Ti no se puede concebir nada por el pensamiento. Se trata, por consiguiente, de saber si tal ser existe, porque el insensato ha dicho en su corazón: “No hay Dios”. Pero cuando oye decir que hay un ser por encima del cual no se puede imaginar nada mayor, este mismo insensato comprende lo que oyó decir; el pensamiento está en su inteligencia, aunque no crea que exista el objeto de este pensamiento. Pues una cosa es tener la idea de un objeto cualquiera y otra creer en su existencia. Porque, cuando el pintor piensa de antemano en el cuadro que va a hacer, lo posee ciertamente en su inteligencia, pero sabe que no existe aún, ya que todavía no lo ha ejecutado. Cuando, por el contrario, lo ha pintado, no solamente lo tiene en su espíritu, sino que sabe también que lo ha hecho. El insensato tiene que convenir en que tiene en el espíritu la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar ninguna cosa mayor, porque cuando oye enunciar este pensamiento lo comprende, y todo lo que se comprende está en la inteligencia: y sin duda ninguna este objeto por encima del cual no se puede concebir nada mayor, no existe solamente en la inteligencia, porque, si así fuera, se podría suponer, por lo menos, que éste existe también en la realidad, nueva condición que haría a un ser mayor que aquel que no tiene existencia más que en el puro y simple pensamiento.
Por consiguiente, si este objeto por encima del cual no hay nada mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin embargo, tal que habría algo por encima de él, conclusión que no sería legítima. Existe, por consiguiente, de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en el pensamiento, ni en la realidad.
Ricardo de San Víctor
Ricardo de San Víctor fue natural de Escocia, discurrió su vida entre 1110 y 1173. Incorporado en París a la Abadía de San Víctor, fue elegido viceprior en 1157, sucediendo posteriormente a su maestro Hugo como prior, cargo que ocupó hasta su muerte. Dante Alighiere, en su Divina Comedia, situó a Ricardo en el Paraíso, en la cuarta esfera, donde colocó a los sabios. En su Canto décimo dice Dante:
Mira además flamear al espíritu ardiente/ de Isidoro, de Beda y de Ricardo/ quien a considerar fue más que hombre.
Ricardo de San Víctor utiliza tres vías para probar la existencia de Dios:
Primera. – La temporalidad de los seres que se perciben sustenta la necesidad de un Ser eterno.
Segunda. – En los seres que percibimos por los sentidos cabe observar entre unos a otros un aumento de la perfección, lo que hace necesaria la existencia de un Ser que es todo perfección.
Tercera. – Partiendo de los seres que se captan por los sentidos cabe deducir las esencias que los conforman y que encuentran un modelo ejemplar en la esencia de Dios.
Agustín de Hipona, en su obra De Trinitate, dice: Si ves el Amor, ves la Trinidad. Ricardo de San Víctor, en su obra De Trinitate, desarrolló esa visión de la Trinidad divina planteada por san Agustín. Pretende responder a tres grandes cuestiones acerca del Dios uno y trino cristiano:
1ª.- Por qué la unidad divina implica a su vez pluralidad.
2ª.- Por qué esa pluralidad es de tres.
3ª.- Cómo hay que comprender a esas tres Personas.
Para responder, parte del Amor como categoría fundamental:
1º.- No existe verdadero amor sin alteridad. El amor a uno mismo no es verdadero amor. Si el único Dios es amor perfecto debe ser varias Personas.
2º.- Tres Personas y no dos porque el amor perfecto no se cierra en la dualidad, sino que se dirige a una tercera: el Condilectus, el Amigo común de las otras dos Personas.
3º.- Ricardo de San Víctor revisa el concepto de Persona, categoría empleada para la comprensión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
a) Persona es, ante todo, el sujeto de sí mismo. Sólo en la posesión de sí puede personalizarse y se personaliza la esencia, es decir la naturaleza (naturaleza es el quid, lo que soy, y persona es el quis, el que soy): como persona, me poseo a mí mismo y puedo actuar como dueño de mi propia realidad.
b) Persona es lo que es según su origen. Siendo dueño de sí mismo, debe precisarse el modo en que se es. El Padre es dueño de su propia naturaleza divina como ingénito. El Hijo es dueño de su propia naturaleza divina recibida del Padre. El Espíritu Santo posee esa misma naturaleza que recibe del Padre y del Hijo.
c) Persona es comunión: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen su naturaleza divina en cuanto la dan, la reciben y comparten; se poseen a sí mismos en la medida en que se entregan en amor.
La Trinidad, pues, es una misma naturaleza divina que se realiza en tres Personas. El Dios que nos revela el Evangelio es un Dios trinitario. Un Dios solitario y pretrinitario, sin amor interno, resulta inconcebible a los ojos cristianos de Ricardo de San Víctor. Según el Evangelio, Dios es Amor y el proceso de realización de ese Amor es el misterio Trinitario, la Vida como entrega, recepción y encuentro, la existencia compartida.
Tomás de Aquino
Tomás de Aquino nació en Roccasecca, cerca de Aquino, en el norte del Reino de Nápoles, hacia 1225. En 1244 tomó en Nápoles el hábito de santo Domingo. Estudió con Alberto Magno en París y Colonia. En 1252 vuelve a París donde se hace maestro en teología. Murió en Fossanova en 1274 antes de cumplir los 50 años de edad. Fue canonizado en 1323. Su obra más importante es la Summa theologica.
Afirma Tomás que, así como la teología se funda en la revelación divina, la filosofía lo hace en la razón humana. Filosofía y teología tienen que ser verdaderas: Dios es la misma verdad y no cabe dudar de la revelación; la razón, usada rectamente, nos lleva también a la verdad. Por tanto, no puede haber conflicto entre la filosofía y la teología. Demuestra la existencia de Dios de cinco modos, que son las famosas cinco vías:
1ª.- Por el movimiento: existe el movimiento; todo lo que se mueve es movido por un motor; si este motor se mueve, necesitará a su vez otro que le mueva, y así sucesivamente, hasta llegar al primer motor, que es Dios.
2ª.- Por la causa eficiente (causa que tiene la facultad de lograr un efecto determinado): hay una serie de causas eficientes; tiene que haber una primera causa, porque si no, no habría ningún efecto, y esa causa primera es Dios.
3ª.- Por lo posible y lo necesario: la generación y la corrupción muestran que los entes que observamos pueden ser o no ser, no son necesarios. Tiene que haber un ente necesario por sí mismo, y se llama Dios.
4ª.- Por los grados de la perfección: hay diversos grados de todas las perfecciones, que se aproximan más o menos a las perfecciones absolutas, y por eso son grados de ellas; hay, pues, un ente que es sumamente perfecto, y es el ente sumo; este ente es causa de toda perfección y de todo ser, y se llama Dios.
5ª.- Por el gobierno del mundo: los entes inteligentes tienden a un fin y a un orden, no por azar, sino por la inteligencia que los dirige; hay un ente inteligente que ordena la naturaleza y la impulsa a su fin, y ese ente es Dios.
La idea que anima las cinco vías es que Dios, invisible e infinito, es demostrable por sus efectos visibles y finitos.