El Papa Francisco nació el 17 de diciembre de 1936, tiene 84 años, y ha comentado que no disfruta con los viajes. Sin embargo, siguiendo las normas de prudencia debido a la pandemia, ‘se ha dejado’ convencer por los iraquíes, civiles y religiosos, y ha vivido con entrega su viaje a la tierra del profeta Abraham. Como dijo antes de partir, “no podía defraudarles por segunda vez”, en alusión a san Juan Pablo II, que no pudo comenzar en Irak el Jubileo del año 2000, por motivos políticos.
Del viaje ha vuelto agotado, pero feliz. “Viajé a Irak conociendo los riesgos, pero tras rezarlo mucho, tomé la decisión libremente. Ha sido como salir de la prisión”, señaló en el avión. La estancia del Padre común de los católicos en tierras iraquíes nos deja enseñanzas de calado. Quizá la primera es ésta: pensar los otros, en el pueblo iraquí, viajar a pesar de que todo parecía en contra, ir a confortarles y consolarles. Una obra de misericordia.
La segunda es la compasión. El Vicario de Cristo se ha comportado como Jesús antes de resucitar al hijo de la viuda de Naim, o viendo las multitudes que no tenían qué comer, o como el Padre que ve venir al hijo pródigo. Hace unos años, en octubre de 2015, poco antes de la convocatoria del Año Santo de la Misericordia, el Papa decía en Santa Marta: Dios “tiene compasión, siente compasión por cada uno de nosotros; tiene compasión por la humanidad y ha mandado a su Hijo para curarla”.
La compasión late en el fondo de las oraciones que el Papa ha rezado en las llanuras de Nínive o en las de Ur, por tantas personas, en especial cristianos, que han padecido “las trágicas consecuencia de la guerra y de la hostilidad”.
Fue en Mosul donde el Papa habló de crueldad: “Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan inhumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas (musulmanes, cristianos, yazidíes y otros), desalojadas por la fuerza y asesinadas”. Horas más tarde, en el vuelo de vuelta a Roma, diría a los periodistas: “no imaginaba las ruinas de Mosul, me quedé sin palabras”. Las fotos son impactantes realmente.
“Tenemos que perdonar”
Ahí, en Hosh-al-Bieaaa, plaza de las cuatro iglesias (sirio-católica, armenia-ortodoxa, sirio-ortodoxa y caldea), destruidas entre los años 2014 y 2017 por atentados terroristas, Francisco afirmó con solemnidad que “la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”. “Esta convicción nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”.
Last but non least (por último, pero no menos importante), el perdón. “Dios omnipotente, abre nuestros corazones al perdón recíproco, haznos instrumentos de reconciliación”, rezó el sábado en la milenaria Ur, junto a un centenar de representantes del judaísmo, del islam y del cristianismo, en el histórico Encuentro interreligioso.
“Una mujer que perdió a un hijo en los primeros bombardeos en 2014, dijo una palabra: ‘Perdón, yo los perdono’. Y pidió perdón para ellos. Eso fue lo que más me conmovió, el testimonio de una madre en Qaraqosh”, reveló el Papa en el avión de vuelta a Roma, asegura el corresponsal Juan Vicente Boo en ABC. “Esta palabra, perdón, la hemos perdido. Sabemos condenar a lo grande, y yo el primero. Tenemos que perdonar. Esto fue lo que más me impacto en Qaraqosh”.
Periodista y escritor. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Ha dirigido y colaborado en medios especializados en economía, política, sociedad y religión. Es premio de periodismo Ángel Herrera Oria 2020.