El domingo de la Ascensión celebrábamos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, una jornada que tiene su raíz en el Concilio Vaticano II. El Decreto Intermirifica (18) afirma: “Para mayor fortalecimiento del apostolado multiforme de la Iglesia sobre los medios de comunicación social, debe celebrarse cada año en todas las diócesis del orbe, a juicio de los obispos, una jornada en la que se ilustre a los fieles sobre sus deberes en esta materia, se les invite a orar por esta causa y a aportar una limosna para este fin, que será empleada íntegramente para sostener y fomentar, según las necesidades del orbe católico, las instituciones e iniciativas promovidas por la Iglesia en este campo”.
La Iglesia ha visto en los medios de comunicación social una gran oportunidad para hacer llegar el Evangelio a todos los rincones.
Celso Morga Iruzubieta. Arzobispo de Mérida-Badajoz
Históricamente la Iglesia ha visto en los medios de comunicación social una gran oportunidad para hacer llegar el Evangelio a todos los rincones. Junto a ello está el amor a la verdad, que nos hará libres (Jn 8, 32). Ambas cosas, el convencimiento de que la verdad nos hace libres y el afán por construir una sociedad vertebrada por valores cristianos, ha llevado, con frecuencia, a la Iglesia a poner en marcha multitud de proyectos de comunicación generalistas o temáticos, por usar términos actuales.
Fue pionera en la prensa escrita, continuó tras el descubrimiento de la radio, fuimos menos activos en la televisión y, en la actualidad, hemos sabido subirnos al carro con internet.
Junto a los medios propios, como grupo de especial relevancia, la Iglesia tiene derecho a contar con presencia social a través de los medios de comunicación públicos, que destacan en su ADN el papel de servicio público. La retransmisión de la eucaristía dominical o programas religiosos semanales encuentran ahí su justificación. Ese peso social debe mover también a la presencia eclesial en los medios de comunicación privados, con audiencias heterogéneas entre las cuales se encuentran muchos creyentes que tienen derecho a verse reflejados en las parrillas.
El fenómeno de internet es especialmente llamativo, porque nos convierte a todos en comunicadores. No voy a decir periodistas, porque sería falso y, de paso, injusto con los verdaderos periodistas, que con su firma aportan “denominación de origen” a las informaciones que circulan por cada rincón.
En la actualidad son legión las personas de fe que se ponen en primera línea, alcanzando audiencias millonarias en las redes sociales.
Celso Morga Iruzubieta. Arzobispo de Mérida-Badajoz
Si tradicionalmente los creyentes, y las personas en general, hemos sido meros espectadores en lo referido a la prensa, en la actualidad son legión las personas de fe que se ponen en primera línea, alcanzando audiencias millonarias en las redes sociales, pegados a la Iglesia como la vid al sarmiento. Han sabido hacer de su habilidad un servicio al Evangelio sin tutelas ni referentes oficiales, con frecuencia desprestigiados ante una buena parte de la opinión pública, que ven en estos cristianos de corazón y acción, la única ventana que les muestra la belleza del Evangelio. Ese fenómeno es radicalmente nuevo y nos aporta a todos una capacidad, hasta hace poco inédita, para llevar a cabo un anuncio explícito del Evangelio o mostrar una forma de construcción social acorde con un modelo humanista cristiano.
Si para la puesta en marcha de medios de comunicación se hacen imprescindibles medios económicos, actualmente un teléfono constituye una auténtica unidad móvil que se activa sencillamente con la voluntad de estar presente en el areópago. Para ello, además es necesario crecer como cristianos, regar nuestra existencia de personas creyentes en las oportunidades que nos ofrece la Iglesia de formación y vivencia de nuestra fe, porque no se puede comunicar lo que no se tiene.