Ahora que te tengo
sé lo que es el miedo,
pensando en que algún día acabará
todo este nuevo mundo que me das.
Me puso triste esta frase del precioso último single de Amaia Romero porque pensé ¿se ha dejado ya de creer en el amor para toda la vida?
La letra de «Tengo un pensamiento» da por hecho que la historia de amor de la que habla va a acabar tarde o temprano. Es algo que las nuevas generaciones dan por supuesto. El fracaso del matrimonio «hasta que la muerte nos separe» como proyecto de vida está a la orden del día, siendo la pareja de hecho el modelo de relación que crece con más fuerza. La reflexión antropológica, en mi opinión, va mucho más allá del manido «es que los jóvenes de hoy ya no aguantan nada» y hunde sus raíces en los propios fines del matrimonio entre los que se encuentra la apertura a la vida.
Y es que los hijos dan sentido a la indisolubilidad y a la fidelidad, porque suponen una empresa común que trasciende la vida de la pareja incluso más allá de la muerte. Son esas personas que vienen a «romper» la relación de dos y convertirla en una trinidad (por eso dice el Papa en “Amoris Laetitia” que la familia es reflejo viviente de Dios Trinidad) y necesitan un acompañamiento de quienes les dieron la vida. Y no me refiero solo a los primeros años, cuando son muy dependientes, sino de otra manera cuando son adolescentes y necesitan referentes claros, cuando son jóvenes y necesitan un empujón para empezar a volar solos, o cuando son adultos y necesitan abuelos (importantísima figura) para sus hijos. Finalmente, son los padres quienes necesitan la ayuda de sus hijos en la ancianidad completando así ese círculo de amor trinitario.
La revolución sexual redujo la grandeza del amor trascendente sustituyéndolo por un sentimiento vagamente objetivable que denominamos amor romántico. Quitando al tercero de la ecuación (los hijos ya no dan sentido a este nuevo modelo), la pareja no deja de ser una circunstancia, lo que deriva en relaciones más o menos temporales y en sociedades como las de los países autodenominados desarrollados de gente cada vez más sola que la una. ¡Hasta ministerios de la soledad han tenido que crear!
Reniego de los que piensan que los jóvenes son tontos y no van a ser capaces de echar el freno de mano a tiempo. Hay quienes se están dando cuenta de que es de locos tirar la casa por la ventana con relaciones que no terminan de llenar nunca ese vacío interior. Hay quienes se pronuncian abiertamente mostrando admiración por esos matrimonios que siguen juntos por décadas frente a viento y marea. Pero eso, ¿cómo se hace?
La propia Amaia, en el mismo tema, pronuncia una frase que bien podría ser el inicio de una vuelta a la razón. Canta diciendo:
…me apetece estar toda la vida contigo
y quiero hasta gritarlo.
Y no, no quiero dártelo todo
y así te sigan sobrando las ganas
y nunca te canses de estar conmigo.
Muchos han descubierto ya la decepción del enfriamiento de las relaciones románticas tras darlo «todo» y anhelan algo más duradero y profundo. Quizá les falta por descubrir –ya voy para viejo y con 25 años de matrimonio a mis espaldas me permito dar consejos– que en realidad nunca lo han dado todo, pues siempre se han reservado algo de sí por la propia naturaleza pasajera con la que se inicia una relación. Es lo mismo que el fast food frente a la cocina mediterránea con productos naturales y a fuego lento…
El matrimonio natural como donación total, de forma permanente, en fidelidad y abierto a generar más vida, con todos sus errores propios de nuestra humanidad, nos abre a la eternidad y satisface los deseos más hondos que, entre canciones, aún entre velos, parecen gritar nuestros jóvenes.
Creímos que Dios era un obstáculo para la felicidad en el amor y nos estamos dando de bruces con que el amor, sin Dios, que nos ha creado y nos ha dejado el manual de instrucciones de su criatura en el Evangelio, se ha hecho pequeño y simplón. Tengo un pensamiento, como dice Amaia, que no me deja solo, y es que la medida del amor es amar sin medida.
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.