TribunaStefania Falasca

Sínodo Amazónico. Un kairós para la Iglesia y para el mundo

A punto de comenzar al Sínodo dedicado a la Amazonia y al estudio de “nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, que se extenderá del 6 al 27 de octubre en Roma, la autora expone los puntos de partida y las expectativas de esta esperada asamblea de obispos.

8 de octubre de 2019·Tiempo de lectura: 4 minutos

¿Cómo se puede no entender todavía “que la defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida?”. Con estas palabras en Madre de Dios, Perú, en el corazón de la selva amazónica, el Papa Francisco ha querido comenzar el 19 de enero de 2019, con más de un año de anticipación, el Sínodo sobre la Amazonia que desde el 6 de octubre, durante tres semanas, ve reunidos en la Sede de Pedro a los obispos de la Iglesia universal.

El Papa eligió un lugar estratégico: las fuentes del gran río, el Amazonas, la arteria de agua que con sus afluentes discurre como venas de la flora y de la fauna del territorio, como fuente de sus innumerables pueblos y de sus milenarias culturas florecidas en estrecha conexión con el ambiente, y da la vida no a un entero continente, sino al mundo. Es este un lugar decisivo, de importancia planetaria, como la entera región pan-amazónica que se extiende en casi 8 millones de kilómetros y contribuye de manera determinante a la vida sobre la tierra.

Un vaso de agua de cada cinco y una de cada cinco respiraciones de cada persona vienen de la cuenca amazónica. Sin la Amazonia, por lo tanto, el mundo no podrá tener esperanza de vida. Aquí se juega el futuro del planeta y de la humanidad. Pero precisamente en esta gran región, de tan vital importancia para todos, se ha desencadenado una grave crisis ambiental y social causada por una prolongada injerencia humana en la que predomina una cultura del descarte y una mentalidad extractivista.

La causa profunda de la crisis está estrechamente ligada con el modelo de desarrollo adoptado, que la Laudato si’ indica como “globalización del paradigma tecnocrático”. Un modelo que induce a considerar la madre tierra como si fuera una mercancía. Se la puede explotar, degradar y depredar sin escrúpulos y sin dar cuentas por acumular dinero. Así, el gran bosque pluvial es hoy víctima de la mayor destrucción artificial de todos los tiempos, porque está en el centro de la disputa por el acaparamiento de los recursos naturales: gas, petróleo, madera, oro, monocultivos. Y nuevas formas de colonialismo predatorio siguen devorándolo incesantemente, devastando la vida con la contaminación ambiental causada por la extracción ilegal y sus consecuencias: trata de personas, mano de obra esclavizada, abuso sexual, comercios ilícitos.

Se trata de una situación de emergencia mundial. Es “el corazón de nuestra casa común, es la obra extraordinaria de Dios herida por la avidez humana y por el consumo fin en sí mismo el que hoy nos invita a volver la mirada”, ha afirmado también Francisco. “No podemos  continuar ignorando estos flagelos. Con la riqueza de su biodiversidad, multiétnica, pluricultural y plurirreligiosa, la Amazonia es un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los Estados y de la Iglesia”. La Amazonia no es otro mundo, lejano y exótico. Es el espejo del nuestro. Y es una cuestión de vida o muerte que nos afecta a todos. Porque allí se juega la partida del presente y el futuro del desarrollo humano. Porque lo que ocurre en la Amazonia es el paradigma de la cultura imperante del consumo y del descarte, que transforma la tierra en un gran escombrera. Porque es el paradigma de la crisis de un desarrollo obsesionado solamente por los ídolos del dinero y del poder, ídolos que imponen “nuevos colonialismos ideológicos feroces enmascarados en el mito del progreso”, que destruyen el ambiente, las identidades culturales propias de los pueblos y su convivencia.

Escuchar el “grito de esclavitud” de la naturaleza y el de sus pueblos amenazados que sube desde esta inmensa región depredada y violentada, no puede sino afectar también a la misión de la Iglesia universal, llamada con urgencia a interrogarse y a emprender nuevos caminos de evangelización, porque el interés por la creación, y por la relación de la humanidad consigo misma, es una instancia de la fe bíblica. Y, en fin, a promover, en el surco de la doctrina social de la Iglesia, una ecología que pide una aproximación integral para combatir la pobreza, restituir dignidad a los excluidos y, a la vez, cuidar de la naturaleza.

De aquí un Sínodo que “es ‘hijo’ de la Laudato si’’. Quien no la haya leído no entenderá nunca el Sínodo sobre la Amazonia. La Laudato si’ no es una encíclica verde, es una encíclica social, que se basa sobre una realidad ‘verde’, la custodia de la creación”, ha afirmado claramente el propio Papa Francisco. Por lo demás custodiar la entera creación es un servicio que el Obispo de Roma está llamado a realizar y “la Iglesia católica es consciente de la responsabilidad que todos tenemos hacia este nuestro mundo, hacia la entera creación, que debemos amar y custodiar”.

De aquí, entonces, las razones de un Sínodo que “gira en torno a la vida, la vida del territorio amazónico y de sus pueblos, la vida de la Iglesia, la vida del planeta”, como indica el documento de trabajo sobre el que trabajarán los padres sinodales. Un kairós para la Iglesia y para el mundo. Esto es, en síntesis sustancial, lo que se quiere de la próxima asamblea sinodal sobre la Amazonia. Un don para la Amazonia y para el mundo, donde puedan aún resonar las palabras del Señor a Moisés: “Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar en el que estás es terreno sagrado”. n

El autorStefania Falasca

Vicepresidenta de la Fundación Vaticana Juan Pablo I

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