Sinceramente, queridos, no puede importarnos un bledo

Los sacramentos son la voz de Dios en el mundo, el modo en el que la Trinidad sale al encuentro del hombre y de la mujer de todos los tiempos.

3 de junio de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
playa

Foto: Frank Mckenna/ Unsplash

Cuenta Scott Hahn en su libro Comprometidos con Dios cómo un día, al preguntar a cierto amigo, protestante como él, acerca de un libro bueno, éste sacó un ejemplar de un libro sobre la doctrina de Calvino sobre los sacramentos. Al verlo, Hahn se lo devolvió con una frase lapidaria “Me aburre todo esto de los sacramentos”.

A la vuelta a casa, su mujer le hizo ver lo descortés de su reacción y aún más, y cito textualmente: “Kimberly acabó su lección con una sonrisa y un juego de palabras: no te sorprendas Scott si, cuando comparezcas ante el Señor descubres que, en verdad, los aburridos sacramentos ¡te han llevado hasta el cielo!”.

A este pastor protestante y su familia los sacramentos, en especial, la Eucaristía, los condujeron a la fe católica. A todos, a ti y a mi, también los sacramentos nos llevan, como bien decía Kimberly Hahn, al Cielo. A pesar de que, como Scott, (y aún peor porque nosotros sabemos qué son, realmente, los sacramentos), seamos capaces de pensar que nos aburren. Y nos aburren porque hemos reducido, en no pocas ocasiones, los sacramentos a una especie de acto burocrático eclesial olvidando que en cada uno de estos

Ningún sacramento es obra de los hombres, sino de Dios. Es cierto que, arrastrados por el peculiar individualismo de occidente, hemos preferido, especialmente en los últimos años, poner el acento en un “sentir individual” de la fe despreciando, en cierto modo, los sacramentos que aparecían como un simple conjunto de ritos y palabras. Nada más lejos de la realidad. Dios en la tierra habla el lenguaje del amor, se relaciona, en relación de amor con el hombre de manera completa, en los sacramentos.   

No podremos tener una vida cristiana completa sin los sacramentos, sería como pedalear en una bicicleta sin ruedas. No da lo mismo vivir una vida sacramental activa que no hacerlo, como no da lo mismo manifestar el amor a la familia, a la mujer, a los hijos o padres que no hacerlo: de la abundancia del corazón habla la boca.

Los sacramentos son la voz de Dios en el mundo, el modo en el que la Trinidad sale al encuentro del hombre y de la mujer de todos los tiempos, (especialmente evidente en la Eucaristía), la savia que conforma la Iglesia y por tanto a ti y a mí como parte de ella.

El Bautismo, que, como recuerda el Papa Francisco, “nos hace entrar en este Pueblo de Dios que transmite la fe. Un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe” y que el Espíritu Santo funda como Iglesia, ese mismo Espíritu que recibimos en la Confirmación. La Eucaristía trastoca el tiempo y el espacio, Dios infinito que se materializa, se “adecua” a nuestros límites haciéndose carne en nuestra carne en la Comunión, y que, como en la Encarnación, espera la respuesta de cada uno. La reconciliación que nos recupera para la vida de la gracia, con la que volvemos a Dios (re-ligare en sentido pleno). En el matrimonio cristiano se refleja carnalmente el amor pleno de Dios en su Trinidad y en su Iglesia. El orden sacerdotal, por el que Dios puede hacerse presente en nuestra vida y cara al final de ella, la ayuda de la Unción. A través de estos sacramentos Dios rasga con su infinitud la línea de la historia, de nuestra historia personal, para hacernos parte de la suya:. su muerte, su resurrección, su gloria.

 No. No podemos decir, ante este panorama, que nos importa un bledo,  porque son éstos, los aburridos sacramentos, los caminos que Dios nos dejó para llegar al Cielo.

El autorMaria José Atienza

Redactora Jefe en Omnes. Licenciada en Comunicación, con más de 15 años de experiencia en comunicación de la Iglesia. Ha colaborado en medios como COPE o RNE.

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