“Sin natalidad no hay futuro”: el enunciado recuerda algo casi evidente, pero conviene considerarlo para percibir de nuevo su verdad y su virtualidad para orientar decisiones personales y sociales; y una realidad en la que el Papa Francisco quiso centrar su alocución para inaugurar una reunión de reflexión y debate sobre la natalidad en Italia.
Francisco explicó la seriedad del problema con una imagen: la disminución de los nacimientos en Italia equivale a la desaparición cada año de una ciudad de 200.000 habitantes. También España y los países del mundo económicamente desarrollado se encuentran ante un serio problema con consecuencias para toda la sociedad. Por eso están ante la responsabilidad “urgente” (así la calificó el Papa) de responder al llamado “reto demográfico” y de buscar soluciones a la caída de la natalidad, como condición necesaria para “volver a poner en marcha” la sociedad.
El Papa aportó tres reflexiones: primero, que conviene recuperar la noción de “regalo”, que abre “a la novedad, a las sorpresas: toda vida humana es una verdadera novedad, que no conoce un antes y un después en la historia”; segundo, que una “sostenibilidad generacional” posibilita un crecimiento sostenible; finalmente, que es necesaria una “solidaridad estructural” que dé estabilidad a las estructuras que apoyan a las familias y ayudan a los nacimientos: “una política, una economía, una información y una cultura que promuevan con valentía la natalidad”.
Dando un salto para situarnos en otra esfera y contexto, hace pocos días expuso este problema, de una manera muy personal y concreta, una joven escritora española. Con veintinueve años, embarazada, señaló que no es que los jóvenes no quieran tener hijos, sino que tenerlos representa para ellos un salto en el vacío, ante la ausencia de una política que fomente el acceso al trabajo y a la vivienda, y de una apuesta clara por las familias.
En ese sentido, en conversación con Omnes, Javier Rodríguez, director general del Foro de la Familia, reclamaba una ley integral de familia, una perspectiva de familia en todas las leyes y dos pactos de Estado: uno por la maternidad y la natalidad, y otro por la educación. Necesitamos políticas familiares de largo alcance y con visión de futuro, no basadas en la búsqueda de un consenso inmediato, sino en el crecimiento del bien común a largo plazo. Aquí radica la diferencia entre gestionar los asuntos públicos y ser buenos políticos, añade Francisco. En la línea de la joven escritora, urge ofrecer a los jóvenes garantías de un empleo suficientemente estable, seguridad para sus hogares e incentivos para no abandonar el país.
En su discurso ante las asociaciones familiares italianas, el Papa fue más allá, al exclamar qué maravilloso sería ver aumentar el número de empresarios y empresas que, además de producir utilidades, promueven la vida, y que llegan a distribuir parte de las ganancias a los trabajadores, con el fin de contribuir a un desarrollo impagable, ¡el de las familias! Es un reto no sólo para Italia, sino para muchos países, a menudo ricos en recursos, pero pobres en esperanza.