La semana de oración por la unidad de los cristianos, que se celebra generalmente desde el 18 al 25 de enero, en este año 2022, se nos presenta como una prolongación del tiempo de la Epifanía con el lema “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (cf. Mt 2, 2).
Los cristianos del Líbano, encargados de la elaboración de los materiales-guía que se proponen para vivir esta semana, han elegido el paso evangélico de los Magos de Oriente como temática para reflexionar y orar juntos en perspectiva ecuménica.
De este modo, se resaltan especialmente dos acentos o perspectivas del ecumenismo.
Por un lado, se nos invita a participar en lo que llamamos ecumenismo de la amistad, es decir, entrar en el movimiento de acercamiento, conocimiento y apertura hacia los cristianos de otras confesiones y, concretamente, en esta ocasión, hacia el mundo del Oriente cristiano.
La otra dimensión del ecumenismo que se nos propone de forma particular este año es la relación estrecha que existe entre ecumenismo y misión evangelizadora, que el Señor ha confiado a su Iglesia a la que ha enviado para llevar el mensaje de la salvación hasta los confines de la tierra.
Solo desde un mayor conocimiento mutuo entre las diversas confesiones cristianas será posible reconocer todo lo que nos une, así como la riqueza particular que aporta cada una ofreciendo al mundo, en una relación de intercambio y escucha de lo bueno y valioso, la belleza del cristianismo.
Este año, en la semana de oración por la unidad, se nos invita a adentrarnos y familiarizarnos un poco más con la vida de los cristianos del Oriente. Es una verdadera oportunidad para conocer sus tradiciones, espiritualidad, ritos litúrgicos, historia y su situación actual, marcada por la persecución y la minoridad.
Esta apertura hacia el Oriente ha estado presente en el corazón de los últimos Pontífices, desde León XIII hasta nuestros días. Fue, especialmente, san Juan Pablo II, el Papa que vino del Oriente, con su expresión sobre el “cristianismo de los dos pulmones”, quien más activamente alentó este especial amor y veneración de la Iglesia Católica al Oriente cristiano.
Ha sido enorme el esfuerzo que se ha hecho en el ámbito católico para favorecer la reconciliación y el perdón, el diálogo y la cercanía, en definitiva, la comunión con las Iglesias hermanas del Oriente. En este sentido, podría ser interesante, a lo largo de esta semana, leer y reflexionar sobre algunos documentos muy significativos del Magisterio de la Iglesia sobre esta temática.
El primero sería Orientalium Dignitas sobre las Iglesias Católicas Orientales de León XIII. La segunda propuesta sería del Concilio Vaticano II, el capítulo tercero del Decreto Unitatis Redintegratio, el Decreto conciliar dedicado al Ecumenismo, donde al describir las distintas comunidades cristianas separadas, se reconoce la estima y consideración peculiar dada a las Iglesias Orientales y, muy provechosa, sería una lectura detenida y orante de la Exhortación apostólica Orientale lumen de san Juan Pablo II, escrita en 1994.
Es necesario aclarar que, cuando hablamos de las Iglesias Orientales, tenemos que distinguir entre las Iglesias Católicas Orientales y las Iglesias Ortodoxas. Las primeras forman parte de la Iglesia Católica y para el diálogo ecuménico con la Ortodoxia son muy importantes, aunque su peculiaridad ha supuesto generalmente una dolorosa situación de extranjería, pues para los católicos son muy diferentes en costumbres y ritos y para los ortodoxos son catalogadas, a veces con dureza y hostilidad, como hermanas separadas. Ellas, en cambio, son verdaderos puentes entre las dos orillas. Por un lado, gozan de una común tradición, ritos, espiritualidad e historia con las Iglesias Ortodoxas y, a la vez, se encuentran en comunión con la Iglesia Católica.
Esta peculiaridad propia alumbra una esperanza ecuménica, pues en ellas vemos realizada la promesa de la comunión entre Oriente y Occidente, así como la realización de una unidad que no puede ser entendida como uniformidad sino como armonía en la pluralidad reconocida, acogida y reconciliada.
El otro aspecto del ecumenismo que está muy presente en el lema y materiales que se ofrecen para la celebración de esta semana 2022 es la vinculación que existe en el cristianismo entre unidad y misión, entre ecumenismo y dinamismo evangelizador.
Ciertamente, el símbolo de los Magos de Oriente y de la estrella que les guía hacia Cristo, reconocido como el Salvador del mundo, hace referencia a los pueblos lejanos, a los paganos, a los alejados que se dejan interpelar y guiar por los signos que Dios envía para hacer presente su gracia en medio del mundo hasta llegar a reconocerla y creer en ella.
La Epifanía en el ciclo litúrgico de la Navidad es correspondiente con Pentecostés en el ciclo de la Pascua. Es la celebración de la manifestación de la Gloria de Dios a todos los pueblos de la tierra, puesto que Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 2 Tim 2,1).
Los Magos representan a toda la humanidad, a los hombres de buena voluntad, a los lejanos y extraños al pueblo elegido pero que han sido también llamados por Dios, por caminos insospechados y misteriosos, para establecer con ellos la nueva y definitiva alianza.
No olvidemos que el ecumenismo nace a principios del siglo XX con la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo de 1910 donde se constató que un grave problema misionero era la división de los cristianos. La predicación del evangelio perdía credibilidad al ser anunciado por hermanos enfrentados y estos mismos enfrentamientos se convertían en parálisis para la evangelización.
La división de los cristianos es un antitestimonio evangélico y deforma el rostro visible de la Iglesia de Cristo. Queda claro, de este modo, que el empeño y la preocupación ecuménica nacen para la misión y avivan el dinamismo testimonial. Las palabras de Jesús en Jn 17, 21 son la expresión lograda de este vínculo entre unidad y misión “Que todos sean uno para que el mundo crea”.
Así cada oración, cada palabra, cada gesto a favor de la unidad y la concordia, en medio del mundo herido por la división, pueden ser la estrella que ilumina y señala la presencia de Dios, su cercanía.
Que en esta semana de oración por la unidad de los cristianos el mundo se llene de estrellas, la tierra se una al cielo y, en medio de tanta claridad, la luz que viene del Oriente, los hombres reconozcan al Dios que se ha hecho hombre, en Cristo Jesús, para salvarnos.
Priora del Monasterio de la Conversión, en Sotillo de la Adrada (Ávila). Es también profesora de la Facultad de Teología en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid.