Hace poco en una conversación que sostuve con un hombre desolado, éste expresó: “no sé qué está pasando pero no me gusta el hecho de que yo cuido a los hijos de uno mientras mis hijos son cuidados por otro”.
Vino a mí buscando orientación en momentos de confusión y dolor. Hacía un par de años que se separó de su esposa y ambos ya tenían una nueva pareja. En su momento, los dos pensaron que su relación era insostenible y vieron como única solución el divorcio.
Pero su realidad actual les grita que no apostaron por una solución verdadera, sino que sucumbieron al engaño moderno de la gratificación inmediata.
Ahora los dos quieren volver. Desearían poder reencontrarse pero tienen miedo.
Reconocer las crisis
Ante las crisis, podemos autodestruirnos o crecer. La crisis implica enfrentar circunstancias inesperadas ante las que no estamos preparados. Llegan a nuestras vidas para hacernos conocer nuestras fortalezas. Pero si nos precipitamos perdemos la oportunidad de crecer y, paralizados, optamos por lo que aparece como solución inmediata. En las crisis matrimoniales puede acecharnos la frase: “me voy hoy mismo” o, “¡te vas ya!”. Pero es necesario que optemos por soluciones reales, que elijamos crecer y no victimizarnos.
Salvar el matrimonio
Por ello te pido que si estás pasando por una crisis en tu matrimonio, te detengas antes de tomar cualquier decisión y consideres este camino de bendición para los dos, para toda su familia.
- En primer lugar, para salvar tu matrimonio has de quererlo: un poco de buena disposición y con herramientas adecuadas, llevarás tu relación a un nivel envidiable. Detente. Piensa que realmente no quieres acabar con tu matrimonio sino con los problemas que hay en él.
- Hay muchos motivos para querer salvar tu matrimonio: el bien de tus hijos (los estudios avalan la convicción que el mejor desarrollo psicológico y emocional de los hijos se da en hogares donde papá y mamá se aman); el bien de la pareja misma (son numerosas las evidencias de que el matrimonio bien avenido sienta bien física y emocionalmente); y el bien de la sociedad (el tejido social se descompone de muchas maneras por los divorcios y separaciones).
- Tomar decisiones en pleno conflicto es un error de graves consecuencias: serénate, no hay prisa. Dile a tu cónyuge: “yo necesito ayuda y la buscaré”.
- Alimentar la esperanza: pensar que no es posible convivir en paz bajo el mismo techo es un engaño. Todo tiene solución con un esfuerzo sincero y con la ayuda de Dios.
- Evitar acusaciones: no funciona en absoluto el estar subrayando todo lo que el otro hace mal ante la mirada del cónyuge que se siente frustrado. Lo mejor es pensar bien en los cambios personales que deben darse, reconociendo que ningún ser humano es perfecto, tampoco nosotros. Yo puedo comprometerme con cambios en mi propia conducta. Si tengo vicios, aceptar con paz que me hacen daño a mi y a los que más debo amar. Trabajar por sustituir esos vicios con sus virtudes equivalentes. Buscar ayuda en lo personal antes de proponer una terapia de pareja.
- Limpiar el corazón de toda clase de reclamos: saber perdonar, actuar como si la ofensa no se hubiera dado, dejar de anclarse en el pasado y decidirse a mejorar en el presente.
- Perseverar en la lucha: tu matrimonio te necesita. Aunque el otro haya declarado que ya no te ama o que no puede hacer nada, tú estás en el equipo de Jesucristo que dijo con firmeza: “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19, 4-6). No se trata de suplicar el amor, sino de darlo con madurez. No debemos alentar la codependencia pero si trabajar por convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Se trata de llevar al matrimonio a una gozosa madurez en el amor.
- Apoyarse en Dios: acudir al experto en el amor. Oremos y pidamos oraciones a quienes nos aman. Que no nos quede la menor duda: Dios quiere la unidad.
Hay que emprender una nueva conquista. Dedícate a enamorar a tu cónyuge cada día. Deja de ver lo que él no te da y empieza a dar lo que tú has dejado de dar por tus propios resentimientos.
Cumple tu propia responsabilidad y pon en manos de Dios el resto. ¿Quieres que el buen vino del amor llegue a tu hogar? Haz tu parte, llena las tinajas de agua hasta el tope y Dios hará el milagro.