Recuperar el valor moral en la sociedad

Es importante la creación o fomento de élites intelectuales, grupos de personas con prestigio, reconocimiento e influencia dentro de su ámbito, que actúen como referentes en los órdenes de la vida social, para reconstruir el modelo cultural europeo.

3 de diciembre de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
gente caminando

Resulta provocador hablar de liderazgo intelectual ahora que prima el pensamiento único y que aquel que pretende tener voz propia está mal visto porque supuestamente pone en peligro la cohesión social.

Es curioso que sean precisamente quienes se quejan de que la Iglesia uniforma pensamientos e impide la libertad, los que se empeñan en someter a los ciudadanos por cualquier medio a la uniformidad del pensamiento único, de ideologías cerradas y omnicomprensivas, totalitarias.  

En España la consigna por excelencia de la izquierda beata, que acepta dogmas sin fundamento ni análisis, es que la izquierda es moralmente superior a una derecha inmoral por naturaleza y egoísta, además de fascista, término escoba que sirve para todo.

Desde esa pretendida superioridad se pone en marcha un elaborado proyecto de ingeniería social: deconstrucción de la familia, abolición del mérito y el esfuerzo, manipulación del lenguaje, libre disposición de la vida (aborto y eutanasia), tergiversación de la historia, manipulación de la educación, autoasignación de género y varias cosas más. Esto, machacado continuamente en los medios populistas acaba por interiorizarse y conformar un modelo cultural (Goebbels dixit).

No hace mucho se acuñó el concepto de la “Trampa de Tucídides” para explicar que cuando la hegemonía de una potencia dominante (la izquierda) es disputada por una potencia emergente (la derecha), existe una gran probabilidad de que estalle una guerra entre ambas. Esa guerra ha estallado: la batalla de la cultura, una gran oportunidad, ya que uno afirma su ser cuando se topa frente a la voluntad del otro y tiene que depurar sus opiniones y fundamentarlas.

Para impulsar esa tarea es importante la creación o fomento de élites intelectuales, grupos de personas con prestigio, reconocimiento e influencia dentro de su ámbito, que actúen como referentes en los órdenes de la vida social, para reconstruir el modelo cultural europeo sustentado en el pensamiento griego, el derecho romano ampliado, en su caso, por la tradición judeo-cristiana, la revelación; la razón complementada por la fe.

Esa insumisión a la pretendida superioridad intelectual de la izquierda ya se está dando. No es casual que vayan surgiendo espontáneamente grupos de opinión, think-tanks o simples tertulias, empeñados en esa tarea. También se abre paso una tribu de articulistas, jóvenes en su mayoría, la mayoría en medios digitales, que van haciendo oír su voz y sus opiniones. Curiosamente todos son movimientos populares, espontáneos, surgidos de la sociedad, al margen de subvenciones y reconocimientos oficiales.

El mundo cofrade no puede ser un simple espectador en esta batalla cultural, aunque todavía hay hermandades en las que se margina a quien osa salirse del pensamiento común dictado por los autoerigidos jefes de la tribu. Sin embargo cuando el individuo asume como cierta la superioridad moral de la izquierda y considera que solo hay unas ideas moralmente aceptables, una única etiqueta de buen ciudadano, o buen cofrade, otorgada por los jerarcas, está renunciando a su autonomía moral, básica para el fundamento de toda sociedad libre y para no caer en la “kakistocracia”, el gobierno de los peores, en la sociedad y en la hermandad.

Aún hay hermandades que continúan refugiándose exclusivamente en lo tradicional como valor seguro; pero no es ese el camino. Las hermandades, que están llamadas a “santificar el mundo desde dentro” (LG. n. 31; CIC c. 298), no pueden rehuir la batalla de la de las ideas haciéndose supuestamente impermeables a los cambios culturales, argumentando que ellas están en otro ámbito, que lo suyo no es la política, refugiándose en la tradición y en un mal entendimiento de la piedad popular. Este planteamiento resulta fatal a medio plazo, porque las hermandades sólo pueden realizar su misión en una sociedad libre.

La ética del Gran Inquisidor (Dostoyevski) supone que los ciudadanos son incapaces de cargar con el peso de su propia moral y libertad y hay que suministrarles modelos uniformes, en forma de ideologías totalitarias. Asumir ese planteamiento y tratar de anular la libertad que Cristo nos ganó es fatal para la sociedad y para las hermandades. Urge librar la batalla cultural desde la “superioridad moral” y en ese empeño han de estar las hermandades, constituidas en élites intelectuales.

El autorIgnacio Valduérteles

Doctor en Administración de Empresas. Director del Instituto de Investigación Aplicada a la Pyme Hermano Mayor (2017-2020) de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo, en Sevilla. Ha publicado varios libros, monografías y artículos sobre las hermandades.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad