Este martes, 13 de abril, comenzaba el Ramadán, un tiempo de ayuno y oración para los musulmanes, que se prolongará hasta el 12 de mayo.
En este mundo nuestro ya no hay espacios aislados, no podemos estar de espaldas a muchas realidades que en otro tiempo nos fueron ajenas, incluso hostiles. En el terreno de las creencias tal vez sea más fácil buscar espacios comunes con cualquiera que profese una fe, más aún monoteísta, como es el caso de los judíos y los musulmanes, que con quienes nieguen cualquier tipo de trascendencia.
Los cristianos nunca hemos sentido lejos a los judíos, que comparten con nosotros parte de las Sagradas Escrituras. San Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa en visitar una sinagoga y calificó a los judíos de “hermanos mayores” de los cristianos. Ellos son el pueblo elegido, el pueblo de la Alianza que, para nosotros, llega a la plenitud con Cristo.
El Papa Francisco no ha dejado de construir puentes con el Islam. Fue el primer Papa en visitar la península arábiga, cuna de la religión islámica. En mayo del 2014 estuvo en Jordania, primera etapa de su peregrinación a Tierra Santa, y en noviembre visitó Turquía “como peregrino, no como turista”, según él mismo manifestó.
En 2015, en la República Centroafricana, visitó la Mezquita central de Bangui y proclamó que “cristianos y musulmanes somos hermanos. Tenemos que considerarnos así, comportarnos como tales”. Al año siguiente estuvo en Azerbaiyán para proclamar con fuerza: “¡Nunca más violencia en nombre de Dios!”. Sus palabras han sido refrendadas con los hechos: a finales de 2017 visitó Bangladeh y Myanmar para intentar apaciguar la crisis humana de la etnia minoritaria musulmana de los Rohingya.
El Papa Francisco ha continuado sus viajes por países musulmanes: Egipto, Marruecos… y, el último y muy significativo, Irak. Allí, en la llanura de Ur, la cuna del patriarca Abraham, padre para las tres religiones monoteístas, proclamó en un encuentro interreligioso: “Dios es misericordioso y la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano. Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso; son traiciones a la religión”. La misma idea la defendió en Mosul, que había sido bastión del autoproclamado Estado Islámico: “Si Dios es el Dios de la vida -y lo es- a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz -y lo es- a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor -y lo es- a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”, dijo el Santo Padre.
En este país volvió a hacer historia al visitar la ciudad de Nayaf, una de las más sagradas para el Islam chiíta, donde se reunió con el gran ayatolá Al-Sistani y pidió nuevamente “respeto mutuo y diálogo entre religiones”. Por su parte el gran ayatolá defendió “la paz y la seguridad” para los cristianos en Irak.
Durante este mes, tiempo sagrado para los creyentes musulmanes, permanezcamos unidos por los lazos de fraternidad como hijos e hijas de Abraham y tomemos de nuevo la decisión de ser instrumentos de paz que es Dios.