En los próximos días, La Esfera de los Libros publicará mi ensayo titulado El sentido del cristianismo en el que exploro, desde una perspectiva crítica, la relación entre el cristianismo y la cultura contemporánea. ¿Puede el cristianismo ofrecer una contribución significativa a la construcción de una sociedad más justa y solidaria? ¿Cómo debe el cristianismo afrontar los desafíos que plantean el laicismo, el materialismo y el nihilismo?
Mi respuesta es optimista, tanto para quienes profesan la fe cristiana como para aquellos que no lo hacen. El cristianismo aún tiene vitalidad; no es, de ninguna manera, como algunos sostienen, una causa perdida. Ser cristiano en nuestra sociedad consumista actual tiene un valor intrínseco y es beneficioso para todos, creyentes y no creyentes. Si el ser humano del siglo XXI desea reivindicarse, debe considerar seriamente el cristianismo. Para ello, es esencial regresar a la contemplación, la mística, la estética y la liturgia.
Para seguir iluminando nuestro entorno, el cristianismo necesita experimentar un intenso proceso de renovación espiritual, volver a sus raíces, contemplar sin descanso a Cristo crucificado y resucitado. Paradójicamente, para renovarse, el cristianismo debe secularizarse y desclericalizarse, y mirar hacia los primeros cristianos, aquellos que vivieron antes de que se estableciera la alianza entre religión y política, altar y trono, en el siglo IV.
Defiendo que una sociedad que atraviesa un proceso de secularización sin la guía del cristianismo corre el riesgo de caer en un punto muerto, sumergiéndose en un individualismo extremo, la falta de propósito y una profunda tristeza existencial. En resumen, en la decadencia. Por ende, mi postura es clara: secularicemos el cristianismo y abramos el proceso de secularización a la trascendencia. Colaboremos entre creyentes y no creyentes, fomentemos el diálogo y eliminemos los prejuicios ideológicos y la polarización dañina que ha surgido a raíz de la cultura woke.
Una sana secularización no excluye a Dios
Una sana secularización que abra las puertas a la trascendencia no excluye a Dios. En este ensayo, confronto las tesis del ateísmo moderno con las experiencias místicas de tantas personas a lo largo de los siglos. Argumento que la fe cristiana no se basa únicamente en evidencias racionales, sino en la experiencia personal y la revelación divina. También insisto en la importancia de la fe como elemento fundamental para comprender el pleno significado de la existencia humana y para construir una sociedad más justa y compasiva.
Finalizo este ensayo con un ferviente llamado a la construcción de una cultura del amor, cimentada en los valores esenciales del cristianismo. Esta cultura debe ser inclusiva, acoger la diversidad, promover un diálogo sincero y abrirse de par en par a la espiritualidad. En mi visión, el cristianismo no es una amenaza para la sociedad moderna, como se ha dicho; más bien, constituye una fuente inagotable de inspiración para forjar un mundo más humano, justo y solidario.
El sentido del cristianismo
Nuestra sociedad tiene la capacidad de avanzar más rápidamente y encontrar un equilibrio más eficaz si se transforma en un espacio que sea simultáneamente más secular y más trascendente. Debe aprender a ser más técnica y a la vez más humana, más activa y también más contemplativa. En definitiva, debe aspirar a ser un lugar de mayor felicidad y bienestar.
¿Puede un cristianismo vibrante iluminar la era secular? Definitivamente. No, en cambio, un cristianismo cansado que se victimiza, ni uno miedoso que se esconda o que carezca de claridad y propósito. Lo que nuestra sociedad realmente requiere es un cristianismo revitalizado, lleno de energía, audaz y transformador, que merezca el reconocimiento entusiasta y eterno de Jesucristo.